Nadie está más activo que, cuando está en contacto consigo mismo. La sociedad actual nos hace creer que la verdadera actividad la desarrollan los que están bajo el dominio de la hiperactividad y la histeria del rendimiento que padece el ser humano actual. Cicerón se refiere a la vida contemplativa en los siguiente términos: “La vida contemplativa convierte al ser humano en aquello que realmente está llamado a ser”. En medio del frenesí que provoca lo urgente, la actividad desmedida y la falta de atención a lo esencial, el ser humano encuentra la perturbación y termina conectándose con la creencia de que existe un enemigo que le quiere hacer daño, sin darse cuenta que el enemigo es él, que no se ocupa de sí mismo y prefiere vivir y andar desconectado. Había una vez una mujer que había oído hablar de la Fruta del Cielo y la codiciaba. Entonces le preguntó a cierto derviche, a quien llamaremos Sabar: ¿Cómo puedo encontrar esta fruta, para conseguir el conocimiento de forma inmediata? Harías mejor en estudiar conmigo - dijo el derviche - si no lo haces, tendrás que viajar con determinación y sin descanso por todo el mundo. La mujer lo abandonó y buscó a otro derviche, Arif el Sabio; y después encontró a Hakim, el Docto; luego a Majzub, el Loco; más tarde, a Alim, el Científico, y muchos más...Pasó treinta años buscando, al cabo de los cuales llegó a un jardín. Allí se encontraba el Árbol del Cielo, de cuyas ramas pendía la resplandeciente Fruta del Cielo. De pie junto al Árbol estaba Sabar, el primer derviche. ¿Por qué cuando nos encontramos por primera vez no me dijiste que tú eras el Guardián de la Fruta del Cielo? - le preguntó. Porque en aquel momento no me habrías creído. Además, el Árbol sólo produce fruta una vez cada treinta años y treinta días.
Los evangelios nos cuentan que, Jesús se retiraba con frecuencia a un lugar solitario y oraba. La pérdida de la capacidad contemplativa nos arrastra hacia la absolutización de la vida; es decir, no vemos otra cosa más que trabajo, preocupación, riqueza, ganancia, negocio, etc. Perdemos de vista el alma, el descanso, las relaciones comunitarias, el diálogo sencillo y constructivo y, de manera especial, la capacidad de escucharnos y escuchar al otro. A medida que aumenta la incapacidad de escuchar al otro, se recurre a la creencia de que, intuitivamente podemos imaginar lo que el otro piensa, siente y vive; así, creemos que le prestamos atención y cuidado. En tiempo de cansancio y vacío existencial conviene mirar a los místicos de la tradición cristiana. Ellos, nos recuerdan que, lo esencial es lo Divino. “Solo Dios Basta” dirá Teresa de Ávila. Al respecto, escribe Genaro Valencia: “Tanto más oscuros parecen nuestros caminos, cuanto más nos alumbran los faros de luz. Tal es el caso de los tiempos recios que vivimos y la luz que nos aporta el buen Dios a través de la vida de Santa Teresa de Jesús. Y es que mucho se ha dicho de esto en nuestros tiempos líquidos en donde parecen abundar los jóvenes de la llamada generación de cristal; es decir, personas que parecen vivir en la cima de la emocionalidad, la susceptibilidad, la falta de compromiso, la baja tolerancia a la frustración y la tendencia a la inmediatez. Somos generaciones modeladas a pulso por la virtualidad de las redes sociales; adictos al scrolling, seducidos por el brillo de las pantallas, el consumo indiscriminado de contenidos digitales que nos dejan insatisfechos, solos, vacíos y sedientos de trascendencia… hambrientos de Dios”. Con respecto a la vida contemplativa, San Gregorio Magno escribe: “Hay que saber: un buen plan de vida exige que se pase de la vida activa a la vida contemplativa y de la vida contemplativa a la activa. De manera que el corazón mantenga encendida la llama del amor y, de esta forma, todo lo que hacemos sea perfecto en el amor que inspira nuestra actividad y entrega. La verdadera vida activa desemboca en la contemplación y la verdadera contemplación nos lleva a plasmar en el mundo la imagen del amor recibido y acogido silenciosamente. En la actividad ponemos el brillo del amor que fuimos capaces de contemplar”. De nuevo, Genaro Ávila nos dice: “En Santa Teresa de Jesús podemos encontrar la historia de una mujer de su tiempo quien, después de casi veinte años de vida consagrada, se convierte a una edad adulta, es decir, ¡a sus 39 años! Después de una vida anodina y desperdigada, vivida como una de tantas como las muchas, flaca y ruin como diría ella misma; absorta en las vanidades del mundo y anegada en la rutina de lo superficial. En sus propias palabras nos dirá que deseaba vivir, que bien entendía no vivía, sino que peleaba con una sombra de muerte. Quizás, como muchos de nosotros nos hemos sentido, cuando de pronto se nos borra el norte y perdemos el sentido de nuestra vida. Sin embargo, Dios tiene sus caminos y por gracia no se cansa de llamarnos y de esperarnos; de crearnos y recrearnos. Como la misma Teresa lo dirá con toda la belleza de poesía vuestra soy, pues me criaste; vuestra, pues me redimiste; vuestra, pues que me sufriste; vuestra, pues que me llamaste. Vuestra, porque me esperaste, vuestra, pues no me perdí. Hannah Arendt señala que es la actividad la que nos diferencia de otras especies y la que nos define como seres humanos. Para esta mujer, la actividad que desarrollamos es la que revela el sentido que tenemos de la vida. Una acérrima defensora de la actividad termina señalando que es la contemplación la que salva al mundo, a la esfera de lo humano, de su ruina normal y natural. La contemplación da origen a esos nuevos hombres que pueden hacer que las cosas sean diferentes porque ellos primero las han dejado nacer en su corazón a través de la contemplación que les otorga su belleza y las convierte en signos de esperanza. Sin la contemplación no puede desarrollarse la capacidad que hace de la actividad un acto de amor y servicio a la humanidad. La alegría que anuncia el evangelio nació en la contemplación. San Juan de la Cruz, en la Subida al Monte Carmelo, nos recuerda: “La persona devota de veras en lo invisible principalmente pone su devoción, y pocas imágenes ha menester y de pocas usa, y de aquellas que más se conformen con lo divino que con lo humano... porque mayor perfección del alma es estar con tranquilidad y gozo en la privación de estos motivos que en la posesión con apetito y asimiento de ellos; que, aunque es bueno gustar de tener aquellas imágenes... cuánto más asida con propiedad estuviere a la imagen o motivo, tanto menos subirá a Dios su devoción y oración”. La actividad puede hacernos sentir útiles. Este sentimiento puede desordenar nuestro corazón y arrastrarlo hacia la vanidad, terminamos creyendo que las obras que hacemos son nuestra identidad. Mientras más nos aferramos a las obras, más nos distanciamos de nosotros mismos y más perdemos la capacidad de llevar nuestro corazón a la presencia de Dios. Se llama calma y me costó muchas tormentas. Se llama calma y cuando desaparece salgo otra vez a su búsqueda. Se llama calma y me enseña a respirar, a pensar y repensar. Se llama calma y cuando la locura la tienta se desatan vientos bravos que cuestan dominar. Se llama calma y llega con los años cuando la ambición de joven, da lugar a más silencios y más sabiduría. Se llama calma cuando se aprende bien a amar, cuando el egoísmo da lugar al dar y el inconformismo se desvanece para abrir corazón y alma entregándose enteros a quien quiera recibir y dar. Se llama calma cuando la amistad es tan sincera que se caen todas las máscaras y todo se puede contar. Se llama calma y el mundo la evade, la ignora, inventando guerras que nunca nadie va a ganar. Se llama calma cuando el silencio se disfruta, cuando los ruidos no son solo música y locura sino el viento, los pájaros, la buena compañía o el ruido del mar. Se llama calma y con nada se paga, no hay moneda de ningún color que pueda cubrir su valor cuando se hace realidad. Se llama calma y me costó muchas tormentas y las transitaría mil veces más hasta volverla a encontrar. Se llama calma, la disfruto, la respeto y no la quiero soltar…(Texto Anónimo)Francisco Carmona
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