La vida contemplativa, señala Thomas Merton, tiene su origen en la resurrección de Cristo. El contemplativo guarda en su corazón el deseo de compartir con otros el Espíritu del Resucitado. Escribe Merton: “La vida contemplativa es una vida centrada en la resurrección. La vida contemplativa, como la de cualquier cristiano, es Cristo resucitado y vivo en nosotros”. Lo que acontece en la Resurrección de Cristo transforma la psique de quien se adentra en la contemplación de dicho misterio. El significado profundo de la resurrección de Cristo consiste en saber que, pese al pecado del mundo, Dios permanece fiel, no nos abandona y, busca que vivamos reconciliados. Adentrarnos en el misterio de la Resurrección es, permitirnos descubrir que, la reconciliación es el destino final de la humanidad. En Dios todo se hace UNO. Al respecto, creo que, las siguientes palabras de Carl Gustav Jung, resultan apropiadas: "He tratado a cientos de pacientes. Entre las personas en la segunda mitad de la vida, es decir, más de 35 años, no ha habido ninguna, cuyo problema, en último recurso, no fuera el de encontrar una perspectiva religiosa de la vida. Se puede decir, con toda seguridad que, cada uno de ellos enfermó porque había perdido lo que las religiones vivas de todas las épocas han dado a sus seguidores, y ninguno de ellos se curó realmente sino después de que recuperó su actitud religiosa”. Por actitud religiosa entendemos, el reconocimiento y asentimiento, por parte del ser humano, de una realidad suprema que da sentido último a la vida, al mundo, a la humanidad entera.
Una vez llegaron cinco viajeros a las puertas del Cielo. ¿Quiénes sois? preguntó el guardián. Yo soy la Religión, dijo el primero. Yo, la Juventud. Yo soy la Comprensión, dijo otro. Yo soy la Inteligencia. El último dijo: Yo soy la Sabiduría. Entonces, el guardián del Cielo pidió a los viajeros que se identificaran. La Religión se arrodilló y rezó. La Juventud rio y cantó. La Comprensión se sentó y escuchó. La Inteligencia analizó y opinó. Por último, la Sabiduría contó un cuento. Jesús Sastre, especialista en acompañamiento espiritual, escribe: “Los diferentes ámbitos de la vida humana exigen maneras adecuadas de situarse; estos comportamientos estables se aprenden a través de las relaciones interpersonales; las experiencias de confianza, aceptación y ternura que tenemos en los primeros años de nuestra existencia configuran, en gran medida, nuestras actitudes básicas ante la vida”. Lo que pudimos tomar de nuestros padres configura el sentimiento de confianza en la vida y en todo lo que ella nos pueda proveer para nuestra realización. Cuando una persona ha logrado configurar adecuadamente los sentimientos y actitudes básicas ante la vida, no sólo logra construir vínculos sanos con los demás sino que, también comienza a experimentar la necesidad de encontrar un principio que de sentido y unidad a todo lo que él es, ama, realiza y anhela. Antoine Vergote, sacerdote psicoanalista, señala que, una da las mayores dificultades que experimenta el ser humano consiste en encontrar un sentido para la existencia. Según este autor, todos, en alguna medida, buscamos dotar de sentido las frustraciones, los sentimientos de culpa e impotencia, las necesidades que reclaman por su satisfacción y la angustia ante los límites de la existencia. Estas aspiraciones profundas, continua diciendo Vergote, explican la formación de la actitud religiosa. Pues bien, en un momento determinado de la vida, cuando las crisis existenciales se profundizan, se hace necesario transformar la actitud religiosa. En la primera etapa de la vida, la fe en Dios es como la del niño que no sabe dar cuenta de las razones por las que ama a sus padres. En la segunda mitad de la vida, la fe en Dios va más allá de las necesidades y motivos que antes nos sustentaron. En el libro hombre sagrado- hombre profano encontramos el siguiente texto: “La imagen de Dios en el niño surge a través de las figuras parentales pero no se corresponde totalmente a ellos, y debe ser explícitamente educada para poder llegar a una relación interpersonal con Dios Padre. Este lento caminar supone el descubrimiento de la autonomía humana, el sentido de la vida y el encuentro con la persona de Jesús que nos manifiesta, como ha vivido El, la relación con Dios Abbá y la relación con la sociedad, la política y la religión que le tocó vivir. La Palabra de Dios nos ayuda de manera insustituible en la búsqueda del auténtico rostro de Dios, del Hombre y de la historia. En la experiencia religiosa de la humanidad, Dios aparece como necesidad, como acontecimiento y como deslumbramiento. El mensaje de Jesús es, por una parte, una respuesta escatológica a la más onda dinámica humana, pero, por otra parte, no agota su virtualidad en dar un sentido al abismo del corazón humano, sino que presenta un ideal de realización positiva insospechable para el hombre natural. El hombre puede y debe acceder por sí mismo a una sacralidad auténtica aunque limitada y oscura; sólo la revelación le proporciona acceso a la más alta expresión de lo sagrado” La resurrección de Jesús despierta, en quien contempla, la consciencia de una Presencia que, más allá de lo que podamos sentir y experimentar ante la injusticia y la muerte del inocente, busca que todo esté reconciliado consigo mismo. Pues, el origen del mal está en el rechazo que el ser humano hace de su condición de vulnerabilidad. El dolor desenmascara todas nuestras imágenes de poder, fortaleza y dominio, y desnuda al Ego. El mal es la expresión más viva de lo que no está reconciliado e integrado en nosotros. De ahí que, el hombre enceguecido por el dolor, el miedo y la desconfianza en la vida, aliado con el pecado, sea capaz de pactar con la muerte y provocar la muerte de otros y, en consecuencia la propia. La resurrección, para quien la contempla, representa el salto que, el ser humano necesita para superar la disociación y fragmentación de la psique producida por el dolor, la falta de sentido y el afán de construir la vida sobre valores que, aunque prometen una vida buena, nos abandonan en el momento de la prueba, cuando la oscuridad o el límite de la existencia nos hieren. La resurrección nos recuerda que estamos llamados a vivir en plenitud. Escribe Jesús Sastre: “Pasar del Dios a quien se pide egoístamente satisfacer las propias necesidades, a un Dios que nos invita a vivir la plenitud del ser hijos en la tarea de ser hermanos es el llamado que nos hace el misterio de la resurrección. Al Dios revelado en Jesús no se le encuentra en las carencias del hombre, sino en las búsquedas, en la entrega y en los caminos de realización del proyecto humano de fraternidad”. El contemplativo, cuando habla de Cristo Resucitado, está invitando, a quienes lo escuchan a conectar con lo más auténtico de la tradición espiritual. Si dejamos que el amor habite en nuestro corazón, que el perdón venza el odio, que el anhelo de paz esté por encima de los intereses egoístas entonces, podemos saber no sólo en qué consiste vivir plenamente, sino también en experimentar como la vida tiene sentido cuando esta puesta al servicio de la VIDA en plenitud y abundancia para todos. La Resurrección recuerda, a todos los que la contemplan, que todo está destinado a transfigurarse en el AMOR. No hay otro destino para la humanidad. Hoy al despertar he mirado por la ventana: Las calles no han cambiado. Las personas son las mismas. El mundo parece igual de loco, hay desigualdad e injusticia y las guerras no terminan. ¿Qué ha pasado, Señor, de ayer a hoy? He cerrado la ventana y he mirado frente a frente mis preguntas. Esta noche, el tiempo se ha roto y se ha abierto la eternidad al ser humano. El mal, en su imparable ascenso, ha perdido una batalla clave. Los que lloran han visto sus lágrimas enjugadas y un abrazo inmenso les cobija. Hoy, una luz nueva baña el mundo. Una voz distinta habla de paz y de amor y, sin darme cuenta, hay resurrección a cada paso (Óscar Cala sj) Francisco Javier Carmona
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