“Tú, me sondeas y me conoces porque habitas en Mí”. Señala Willigis Jäger: “La verdadera tarea de la religión consiste en transmitirnos la imagen auténtica y verdadera del Ser humano y del mundo”. Cuando la religión se convierte en doctrina, en dogma y en norma y deja de ser experiencia del amor, de la compasión y de la bondad entonces, deja de ser religión para convertirse en un instrumento de poder, dominación e ideologización. La religión verdadera enseña a vivir en conexión con Dios, con nosotros mismos y con la naturaleza. Dice Willigis Jäger, maestro de espiritualidad cristiana: “La religión tiene su origen en las experiencias de los místicos de todos los tiempos y religiones”. También se pregunta este autor: “¿Por qué la mística no figura en el catecismo de la Iglesia romana? ¿Por qué la teología actual no menciona el origen de la religión en la experiencia mística?” Toda la vida de Jesús transcurrió en Unión con Dios. ¿Nuestra vida transcurre en unión con quién o con qué? Jesús va al Desierto. En el bautismo, al salir del agua, escucha en su interior una voz que le dice: “Tú, eres mi Hijo Amado, en Ti tengo puesta toda mi atención y mi amor”. ¿Qué hacer con la vida después de semejante experiencia? Después de enfrentar las tentaciones, Jesús descubre que la Palabra habita en Él. Ese es el núcleo de su ser. Conectado con la Palabra, Jesús descubre que su vida se forma a partir de esa Palabra y, por esa razón, podemos decir, junto a san Juan, que, Jesús es la Palabra de Dios hecha carne que habita en medio de nosotros para iluminarnos, darnos a conocer a Dios y su voluntad y para que, amando a Dios y dejándonos +amar por Él seamos nosotros mismos. En un mundo de apariencias donde la necesidad de conservar una buena imagen se convierte en una gran necesidad, no faltan bienes, aplausos, reconocimientos, etc., pero sí falta el amor y el sentido de la vida.
Nuestra vida toma forma a partir de la conexión con el núcleo de nuestro ser, con aquel sentimiento o experiencia que, al habitarnos, tiene la capacidad de configurar nuestra identidad y, también la forma como organizamos la vida, las relaciones, el trabajo, la vida doméstica, etc. Jesús inspira a vivir en Unidad con Dios. Yo y el Padre somos uno… Jesús les dijo: Muchas obras buenas que vienen del Padre las he mostrado. ¿Por cuál de esas obras queréis apedrearme? Le respondieron los judíos: No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino por una blasfemia y porque tú, siendo hombre, te haces a ti mismo Dios. Jesús les respondió: ¿No está escrito en vuestra Ley: Yo he dicho: dioses sois? Si llama dioses a aquellos a quienes se dirigió la Palabra de Dios - y no puede fallar la Escritura - a aquel a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo, ¿cómo le decís que blasfema por haber dicho: Yo soy Hijo de Dios? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, aunque a mí no me creáis, creed por las obras, y así sabréis y conoceréis que el Padre está en mí y yo en el Padre”. Una madre llevó a su hijo de seis años a casa de Mahatma Gandhi, y le suplicó: Se lo ruego, Mahatma. Dígale a mi hijo que no coma más azúcar, es diabético y arriesga su vida haciéndolo. A mí ya no me hace caso y sufro por él. Sé que a usted le hará caso, porque lo admira. Gandhi reflexionó y dijo: Lo siento señora. Ahora no puedo hacerlo. Traiga a su hijo dentro de quince días. Sorprendida la mujer le dio las gracias y le prometió que haría lo que le había pedido. Quince días después, volvió con su hijo. Gandhi miro al muchacho a los ojos y, con autoridad, le dijo: Chico, deja de comer azúcar. Te estás haciendo daño. Agradecida, pero extrañada, la madre preguntó: ¿Por qué me pidió que lo trajera dos semanas después? Podría haberle dicho lo mismo el primer día. Gandhi respondió: Hace quince días, yo también comía azúcar. En el libro el Principito, el piloto va al desierto para poder escuchar la voz interior que habita en él y, por el afán de complacer a los demás, a los adultos incapaces de conectarse con otras cosas diferentes al futbol, los negocios, la política, el prestigio, entre otros asuntos, tiene que acallar. Al llegar al Desierto, con lo primero que el piloto se encuentra es con su vocación frustrada de artista. Nadie, aunque se esfuerce mucho, puede evadir el encuentro con aquello que, de una manera u otra sirvió para que, sin ser nuestro proposito, nos alejaramos del nucleo de nuestro ser, de aquello que nos hace ser auténticos y, manifiestar ante el mundo, la esencia de nuestro ser que, es manifestación de la divinidad. La espiritualidad es la parte más sana de nuestra psique, cuando entramos en contacto con ella, las partes fragmentadas y disociadas de nuestro ser se reúnen, reconcilian e integran. En el Desierto, muchos hemos podido escuchar la voz que nos revela que la vida que llevamos, aunque es buena y vale la pena, no es la que corresponde a nuestro nucleo, esencia o identidad profunda. El Espíritu llena nuestra vida de sentido y la experiencia religiosa hace que, el estado de Presencia sea una realidad en nosotros. Cuando estamos presentes, la mente calla, las heridas del pasado comienzan a cicatrizar, los complejos pierden su fuerza y el amor va tomando no sólo fuerza sino también forma en nuestra vida. No en vano, la espritualidad nos recuerda que, la fe eleva el alma hacia Dios, la hace entrar en su presencia, la llena de gozo y le recuerda que, la vida sin amor no es nada y, sin el amor divino esta vacía y llena de angustia. Sin silencio, es dificil reconocer las fuerzas y voces que, provenientes del ser inferior, intentan sacarnos de la Presencia para que, vivamos ocupados de las nimiedades de la vida. Cuando Dios quiere comunicarnos la fuerza que su amor tiene, lo hace a través de la imagen del Esposo. Constantemente, Jesús dice: “¡Abran las puertas que llega el Esposo, salgan a recibirlo!”. La imagen del esposo revela la seriedad con la que Dios se toma la Alianza que, a través de la muerte en la Cruz de su Hijo, ha realizado con nosotros. Como buen esposo, Dios provee a su esposa, la humanidad, del sustento que permite que el amor cada día no solo crezca sino que se haga fecundo, creativo y al servicio de la vida. Señala un autor cristiano: “Cuando Jesús se presenta como esposo estaba conectándose a sí mismo con una identidad que ya se encontraba en las mentes de su pueblo: el Esposo del Antiguo Testamento”. Al respecto, Willigis Jäger escribe: “La meta del matrimonio no es el otro. La meta del matrimonio consiste más bien en encontrar juntos a Dios. Esa es la razón última por la que los conyugues se han encontrado y han emprendido juntos el camino: construirnos como acompañantes hacia la Verdadera Unidad. El amor es partida desde la soledad hacia el retorno a la totalidad de Dios. La boda es la iniciación, el comienzo de este camino a casa”. La finalidad de la espiritualidad es la de proporcionarlos la experiencia de ser abarcados, sostenidos y orientados, como el río que desde que nace va hacia el mar, hacia Algo que, aunque no lo conocemos y no sabemos nombrar, nos atrae porque sabemos que, de algún modo u otro, allá encontramos nuestra plenitud. La esencia que somos, se encuentra gusto en la comunión con la Gran Esencia, con la Fuente de donde provenimos y a la que, añoramos regresar algún día, para vivir el gozo que nunca termina. La religión cuando se ocupa de lo que, realmente le corresponde, sirve como maestra de Presencia, de Oración, de contemplación. La religión sabe que, sin experiencia de Unidad con Dios, el ser humano y, el mundo en general, andan desorientados. En Tu Presencia, encontramos la verdadera esencia de quienes somos y el corazón calma el anhelo de un amor que perdure. Acercarte, salvando el abismo entre el infinito y lo limitado. Salir de la eternidad para adentrarte en el tiempo. Hacerte uno de los nuestros para hacernos uno contigo. Y así, de carne y hueso, empezar a mostrarnos en qué consiste la humanidad. Eres el Dios de la cercanía, de los incluidos, de los encontrados, pues para ti nadie se pierde de los reconciliados, de los equivocados, de los avergonzados, de los heridos, de los sanados. Eres el Señor de los desahuciados, de los agobiados, de los visitados, de los intimidados, de los amenazados, de los desconsolados, de los recordados, pues para ti nadie se olvida. Tan cerca ya, tan con nosotros, Dios (José María R. Olaizola sj) Francisco Javier Carmona
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