Después de escuchar, en su corazón, una voz que decía: “Tú, eres mi Hijo amado”, Jesús va al desierto. La vocación, la voz que proviene de nuestro interior, nos conduce al desierto. Dice, bellamente la Sagrada Escritura: “A la soledad poblada de aullidos”. Para responder fielmente a la vocación, es necesario escuchar todo aquello que tiene asiento en el corazón: la disociación, los complejos, la sombra, la vida no vivida y el anhelo de pertenecer. Todo lo anterior, exige silencio, meditación y contemplación. La misma Escritura nos revela el sentido del Desierto: “Allí, le hablaré al corazón y le mostraré cuanto la amo”. La vocación es un llamado del Amor y, la fidelidad a la vocación, es respuesta a ese amor. El amor nos llama y espera nuestra correspondencia. La respuesta a la vocación define nuestra identidad. Cuando los disicpulos preguntan a Jesús: “Maestro, ¿dónde vives?” en realidad, le están preguntando: ¿Quién eres? ¿Adónde perteneces? La identidad es la morada del ser. Cuando no sabemos quienes somos, porque no hemos encontrado aún nuestra vocación o porque conociendo la vocación nos resistimos a ella, andamos inquietos, sin encontrar reposo, tranquilidad para el alma; en otras palabras, no tenemos una morada estable. Juan el Bautista, encerrado en la cárcel de Maqueronte, escucha hablar de Jesús y, se pregunta: ¿Quién es? La necesidad de saber quién es Jesús nace en el alma que se siente encarcelada por las expectativas de los demás.
Un hombre se dirigió a Zainulabidin diciéndole: Te reconozco como mi guía y maestro, y te suplico que me permitas aprender de ti. ¿Por qué crees que soy guía y maestro? El recién llegado respondió: He buscado durante toda mi vida y nunca he encontrado a nadie con tal reputación de bondad, afecto y excelente apariencia. Zainulabidin lloró y le dijo: ¡Querido amigo, qué cosa tan frágil es el hombre, y en qué peligro está! La reputación y las acciones que me atribuyes las comparto con algunas de las peores personas en el mundo. Si todos los hombres juzgan sólo por las apariencias, todo diablo será considerado un santo, y todo hombre superior podría ser visto como un enemigo de la humanidad Juan el Bautista, para salir de las dudas acerca de quién es Jesús, envía a dos díscipulos para que pregunten sobre su verdadera identidad. Escribe José Antonio Pagola: “Le preguntan por su identidad, y Jesús les responde con su actuación curadora al servicio de los enfermos, los pobres y desgraciados que encuentra por las aldeas de Galilea, sin recursos ni esperanza para una vida mejor: Los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia”. Jesús revela que, Él viene a curar los corazones destrozados y a vendar los que están heridos, que su corazón es lugar donde los que están cansados y agobiados pueden venir a reponer sus fuerzas para continuar caminando. Todo anuncio del Mesías, contrario a la misericordia, la compasión, la justicia y la reconciliación no tiene nada que ver con el Hijo de Dios, con Aquel que ha sido enviado para iluminar nuestros pasos y guiarlos de la oscuridad a la luz, del conflicto a la paz. En el corazón existen muchos deseos; algunos de ellos, contrarios a la vocación a la que fuimos llamados. Sin discernir los sentimientos que nos habitan, podemos terminar creyendo que, servimos a Dios, cuando en realidad, estamos dejándonos arrastrar por el mal que, se sirve de las heridas y conflictos interiores sin resolver que hay en el corazón, para cabalgar sobre ellos. Jesús sabe que su respuesta puede decepcionar a muchos que esperan de él algo diferente. Por eso, advierte: “Dichoso el que no se avergüence de mí, el que no se sienta defraudado”. Cuando las acciones que realizamos son contrarias a la misericordia, a la compasión, a la justicia, a la reconciliación estamos revelando, aunque no sea nuestra intención que, la vida que Jesús nos ofrece es insuficiente para nosotros. Fray Benjamin Monroy escribe: “Desde la perspectiva del inconsciente, el mensaje de Jesús sobre el reino de Dios aparece como un mito”. Recordemos que, la palabra mito traduce: algo que el ser humano persigue porque desea realizarlo. En el mito encontramos las pautas de conducta que nos acercan a la realización del ideal. Todo mito está al servicio del alma. A veces, la deformación del mito hace que, sea manipulado para el servicio del Ego o del mal. Continúa diciendo Fray Benjamín: “A través de la imagen del Reino se representa la búsqueda del sentido de la realidad —en toda su complejidad y ambigüedad— como comunión y participación de todos en Dios. Y de esta comunión y participación nadie está excluido. Cristo llama a buenos y malos, justos e injustos, publicanos y fariseos a participar en el Reino de Dios. Varias parábolas así lo indican, por ejemplo la parábola del trigo y la cizaña, la parábola de la red. La realidad entera con sus antítesis, con sus antagonismos (lo falso y verdadero, lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo) encuentra acogida en el Reino de Dios. Esta integración de los opuestos no podía realizarse sino en medio de grandes conflictos. Jesús aceptó y vivió el conflicto como una forma de reconciliar realidades opuestas. Trató de integrar en el Reino incluso a sus propios verdugos dándoles el perdón. No hubo nada, por más alejado de Dios que estuviera, que no recibiera la invitación a integrarse en esta comunión y participación con Dios. Jesús fue clavado en la cruz por odio, pero desde la cruz dio el perdón y enseñó a perdonar. Es precisamente en la cruz donde el Crucificado aparece como punto de integración de toda la realidad: Cuando sea levantado hacia lo alto, atraeré a todos hacia mí” Jesús en el Desierto supo que, el servicio a Dios, una vida coherente con la vocación, exigía una actitud permanente de discernimiento. ¿De qué otra manera, se puede asegurar que la voz que dirige nuestros pasos sea la voz de Dios y no la nuestra? El afán y deseo de ser alguien revela que, vendimos nuestra alma al diablo, a cambio, el diablo nos dio un sufrimiento constante porque siempre estaremos prisioneros del deseo. Lo que hoy, sentimos que nos permite ser alguien, mañana resultará insuficiente porque ser alguien depende de la opinión ajena antes que, de la verdad que habita en nuestro corazón. Jesús es el hombre que, ante todo, le dio la prioridad a Dios y, lo hizo, porque supo descender a las profundidades de su corazón. Crecemos, en la medida que sabemos conservar intacta la identidad, aunque los peligros que nos rodean sean sumamente amenazantes. Jesús recuerda que, el signo por el cual somos reconocidos como disipulos suyos es el amor. Al respecto, Erick Fromm señala: “La gente capaz de amar verdaderamente es una excepción”. El amor es nuestra identidad y superar todas las fuerzas que escinden nuestra capacidad de amar, confundiéndonos, es una tarea de cada día. Para vivir el amor inspirado por Jesús, es necesario apartarse, de los modelos de amor que ofrece la cultura actual que están basados, la mayoría de ellos, en el egocentrismo, el afán de estar por encima del otro y, nada que sea estable, con la mirada puesta en el “para siempre”. Conocemos a Jesús en la medida que, conocemos lo que hay en nuestro corazón y nos comprometemos con nuestro propio crecimiento. Distíngueme, Señor, ponme tus señas en medio de la frente, que no sea un número cualquiera, un trozo solo de identidad perdida confundiéndose. Márcame bien los ojos, traza un signo de ternura en mis manos, que las huellas de mis pies al andar marquen tu paso desigual y perfecto por la tierra. No consientas que borren estas voces. Que anulen mi palabra, que me pierda anónimo y sin luz sin yo ya propio. Tan libre quiero estar, tan en mí mismo, lejos de los senderos uniformes que estoy contra mí mismo y contra todos (Valentín Arteaga)Francisco Carmona
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