El ser humano es, por naturaleza, esencialmente, religioso. El alma, desde siempre, anhela estar en la Presencia de Dios y vivir colmada del amor divino. Dice Willigis Jäger: “Para vivir la comunión, el ser humano no necesariamente necesita una confesión”. Para vivir en la presencia de Dios sólo se necesita el deseo de experimentar el anhelo de sentir el gozo que produce cuando, de par en par, se el abren las puertas al amor. A dónde vamos, se espera ver en nosotros la imagen de Dios porque, aunque nos cueste creerlo, esencialmente somos seres habitados por la divinidad. Somos manifestación de Dios. ¿Qué sucede que, por momentos, parecemos olvidarlo? En el acontecer de cada día ocurre una extraña paradoja. Mientras muchos, están decepcionados de la religión; otros, desean acercarse a ella y vivir una experiencia que transforme su existencia llenándola de sentido. En tiempos de Jesús, los judíos deseaban darle muerte por considerarse Hijo de Dios. Al mismo tiempo, los griegos deseaban conocerlo. "Había ciertos griegos entre los que habían subido a adorar en la fiesta. Estos, pues, se acercaron a Felipe, que era de Betsaida de Galilea, y le rogaron, diciendo: Señor, quisiéramos ver a Jesús. Felipe fue y se lo dijo a Andrés; entonces Andrés y Felipe se lo dijeron a Jesús”. San Pablo, en la Carta a los Corintios, resuelve la paradoja: “Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría”. Para aquellos que buscan explicaciones racionales, que den prueba de lo que su Ego anhela, Dios es motivo de tropiezo y de escándalo. En cambio, para quienes buscan la sabiduría y la iluminación de su existencia, Dios es un motivo para seguir viviendo, amando, perdonando y seguir avanzando aún en medio de la dificultad.
El discípulo se dirigió al maestro para tener un encuentro espiritual. El maestro le previno: Solo contestaré tres preguntas, amigo mío. Piénsalas muy bien. Tras unos instantes de reflexión, el discípulo preguntó: ¿Cuál es la verdad más profunda? El maestro repuso: Un árbol en el jardín. Entonces el discípulo preguntó: ¿Qué es la iluminación? El maestro respondió: Un árbol en el jardín. Consternado el discípulo preguntó: ¿Qué es la sabiduría? El maestro contestó: Un árbol en el jardín Para el ser humano que está animado por intereses diferentes, a los de llevar una vida llena de sabiduría, la fe le resultará, como lo dijimos antes, un tropiezo, un escándalo y un problema difícil de entender y resolver. Siguiendo el pensamiento de Carl Gustav podríamos decir que, el rechazo a la experiencia religiosa obedece más a un problema de orden existencial, racional, mental o incluso psicológico. Siendo la espiritualidad la parte más sana de nuestra psique, Difícilmente, quien está en contacto consigo mismo, realizando su identidad profunda, sentirá en la fe un obstáculo para su autorrealización. Al contrario, la fe es la expresión, en la pirámide de Maslow, de las necesidades de trascendencia, el más alto nivel en la jerarquía de necesidades, que un ser humano puede albergar un su corazón. En la intimidad del grupo de discípulos, Felipe le pide a Jesús: “Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta". Jesús le replicó: "Felipe, tanto tiempo hace que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conoces? Quien me ve a mí, ve al Padre. ¿Entonces por qué dices: Muéstranos al Padre? ¿O no crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que yo les digo, no las digo por mi propia cuenta. Es el Padre, que permanece en mí, quien hace las obras. Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Si no me dan fe a mí, créanlo por las obras. Yo les aseguro: el que crea en mí, hará las obras que hago yo y las hará aún mayores, porque yo me voy al Padre; y cualquier cosa que pidan en mi nombre, yo la haré para que el Padre sea glorificado en el Hijo”. Nos dice Willigis Jäger: “El individuo de hoy está descontento, su miseria existencial afecta profundamente su alma y su personalidad. Si toca fondo, se encontrará con el anhelo insaciable de encontrar plenitud […] en nuestras raíces auténticas, transpersonales, se encuentra la añoranza de la verdadera dicha. Nuestra naturaleza auténtica es divina”. Aunque el progreso científico y cultural que, actualmente experimentamos, pareciera desvincularnos de lo espiritual y de lo religioso, sin embargo, la sed del alma aún sigue viva y la búsqueda de la Fuente de agua que calme dicha sed que aún continua y sigue viva. Estos son momentos, para decirle al hombre angustiado existencialmente que, el agua que busca para calmar su sed hiriente se encuentra en Jesús. Sólo un amor como el que se reveló en la Cruz de Jesús, el amor de Dios, puede calmar nuestra insatisfacción existencial. El Yo nos convierte en seres humanos. Ese Yo, muchas veces experimenta la limitación, la angustia, la ansiedad o el vacío. Cuando esto sucede, el Yo se paraliza y el desarrollo de sus tareas se entorpece. Allí, donde el Yo se paraliza comienza a revelarse la desconexión con la identidad profunda, con aquella imagen del alma donde está contenida la verdad de quienes somos realmente nosotros cuando sanamos nuestras heridas y nos despojamos de nuestras máscaras para ocuparnos de nuestro corazón y de la fe que brota en él. Dice Jäger, “la experiencia de nuestra verdadera identidad sólo es posible en la relación con Dios”. La divinidad, según Jäger, transforma nuestra consciencia y, con ello, nuestras necesidades. Cuando todo esto se integra, nosotros nos convertimos en el cuerpo de Cristo; es decir, en la morada del amor. Cuando nos reconciliamos con nosotros mismos, la vida que comenzamos a vivir se convierte en la manifestación de la Realidad Originaria de dónde provenimos y de la cual tomamos la identidad. El conocimiento de nosotros mismos es, según la tradición griega, sabiduría. Platón, nos dice Jäger, utilizaba el término paideia para referirse a la sabiduría. Esta palabra traduce: “Una vuelta total de la persona entera hacia su ser más profundo, hacia la verdad, hacia aquello que es real”. De ahí que, el verdadero conocimiento proviene de la experiencia antes que, de las ideas o reflexiones intelectuales. A Dios solo se le conoce experimentándolo, amándolo y dejándose amar por Él. Todo lo demás, se asemeja más a una disociación que, al encuentro con la Verdad. A dónde vamos, Dios nos acompaña porque, aunque nos cueste crearlo, somos el cuerpo de Dios, el cuerpo de Cristo, el cuerpo del amor. De esto, nadie puede olvidarse tan fácilmente. Ojos inquietos por verlo todo. Oídos atentos a los lamentos, los gritos, las llamadas. Lengua dispuesta a hablar verdad, pasión, justicia… Cabeza que piensa, para encontrar respuestas y adivinar caminos, para romper las noches con brillos nuevos. Manos gastadas de tanto bregar, de tanto abrazar de tanto acoger de tanto repartir pan, promesa y hogar. Entrañas de misericordia para llorar las vidas golpeadas y celebrar las alegrías. Los pies, siempre en marcha hacia tierras abiertas, hacia lugares de encuentro. Cicatrices que hablan de luchas, de heridas, de entregas, de amor, de resurrección. Cuerpo de Cristo… Cuerpo nuestro (José María R. Olaizola, sj) Francisco Javier Carmona
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