El corazón se cierra y no quiere comunicarse cuando la crisis y el conflicto familiar se agudizan. El silencio pone en evidencia que algo nos molesta y no queremos entrar en conflicto y, menos aún, ahondar las diferencias que ya existen. Un corazón que se cierra evidencia que la desesperanza se está instalando en la relación familiar. No tiene sentido seguir luchando, es la expresión que más se escucha, en los momentos más cruciales y difíciles del conflicto. Las crisis nos pueden llegar a convencer de que, aquello que sucede es tan grande y complejo, que no tiene sentido hacer algo concreto para salir del laberinto en el que nos encontramos. De la mano del Señor, podemos transformar la oscuridad en luz y el silencio en palabra habitada por el amor. Un mercader tenía un papagayo al que guardaba en una gran jaula. Le tenía mucho aprecio porque el animal hablaba notablemente bien. Un buen día, como el mercader debía viajar a la India, país del que era originario el papagayo, preguntó al ave qué regalo le gustaría más, para traérselo. El ave respondió sin dudarlo: “La libertad”. Cuando el hombre se negó, el papagayo dijo: “Entonces ve al bosque a las afueras de la ciudad y, cuando veas papagayos en los árboles, dales noticias mías: diles lo que me ha sucedido, cómo he sido condenado a vivir enjaulado. Pídeles que se acuerden un poco de mí mientras vuelan alegremente de árbol en árbol”. Llegado a la India y una vez resueltos sus asuntos, el hombre fue al bosque y cumplió con lo que su ave le había pedido. A penas había terminado de hablar cuando un papagayo, semejante al suyo, cayó a tierra, inerte, al pié del árbol donde antes estaba posado. El hombre se entristeció por haber causado la muerte del ave, y se dijo que debía tratarse de un pariente cercano de su papagayo, conmocionado en exceso por la funesta noticia que les había llevado. Al volver a casa el papagayo preguntó al mercader si le traía buenas noticias de parte de sus congéneres. ¡Desafortunadamente no! Siento no traerte más que palabras dolorosas. Verás, tal y como me pediste, me acerqué al bosque a hacer llegar tu mensaje a los papagayos que allí se encontraban. Pero cuando he mencionado tu cautividad, uno de tus parientes cercanos a caído inmediatamente a mis pies. Apenas había pronunciado estas palabras el ave cayó también, como fulminada, al suelo de la jaula. Estas aves son verdaderamente sensibles – se dijo el mercader, sorprendido – ¡el anuncio de la muerte de su hermano ha debido matarlo en el acto! Lamentando haber perdido el animal que tanto apreciaba, el hombre recogió el ave y lo depositó por un momento sobre el marco de la ventana. Pero en ese mismo instante el ave pareció recobrar la vida y salió volando hasta la rama más cercana. Desde allí, se dirigió al mercader para explicarle lo que había sucedido: Lo que tú has tomado por una mala noticia era en realidad una excelente: se trataba de un sabio consejo. A través de ti, mi carcelero, me han sugerido una estrategia para escapar de mi triste suerte y recobrar la libertad. En fin, que me han hecho comprender: “Estás prisionero porque hablas. Hazte el muerto, y serás libre”. Y el papagayo huyó volando, libre por fin.
Inés Ordoñez escribe: “En los momentos más intensos de la crisis es, precisamente, cuando más necesario se hace reforzar las herramientas de comunicación y poner en acto todo lo aprendido sobre la escucha y el diálogo. Crear momentos y lugares para el encuentro familiar y la comunicación de corazón a corazón” Para nadie es gracioso ver que su familia se destruye porque sus miembros , arrastrados por lealtades e implicaciones familiares, en lugar de amor, se dedican a construir conflictos y ataques. Las soluciones para poner fin al conflicto no aparecen de forma espontánea. Es más, la fuerza de la crisis se encarga de sabotear cualquier intento de solución. Sólo en la medida, que tengamos presente a Dios podemos redirigir el corazón hacia el perdón, la reconciliación y reconstrucción de los vínculos familiares. La decisión de poner fin al conflicto en la familia, la mayoría de las veces, no viene de la misma familia, sino de fuerzas que nos llevan hasta el límite. En estas circunstancias, no tenemos más alternativa que reconocer que, si no logramos la paz, vamos a terminar condenados a la soledad y a un sufrimiento mayor que, aquel que genera la misma crisis. Ningún ser humano que vive ensimismado y creyéndose con el derecho, con la autoridad moral de vivir juzgando y excluyendo a sus hermanos termina saludablemente la vida. Mientras más odio acumulado, mayor es la probabilidad de que enfermemos. Es muy difícil que el alma se mantenga sana cuando en su interior sólo se acumula rabia, rencor, deseos de acabar con el otro. Para salir del laberinto que crea el conflicto, es necesario que, aprendamos a escucharnos. Dice Inés Ordoñez: “La comunicación exige la escucha: escucharnos a nosotros mismos, entrar en nuestro corazón y clarificar nuestras vivencias para poderlas expresar y compartir; escuchar a los demás con empatía, intentando sumergirnos en su mundo subjetivo, poniéndonos en su lugar y participando de su experiencia sin modificarla y valorarla”. La comunicación honesta nos aleja de nuestra expectativas y, nos acerca al corazón de aquello que realmente vale la pena conservar, cultivar y mantener como algo que nos acerca y crea comunión. Acoger al otro como es, permite que nos acerquemos a las cosas como son; es decir, a la verdad que hace sólida la familia y las relaciones que se crean entorno a ella. Aquellas cosas que no se han resuelto en el corazón terminan siendo la fuente del conflicto familiar. Lo que no ha sido resuelto termina por ser la razón que crea el conflicto. El silencio que la familia impone a sus miembros termina convirtiéndose, por decirlo de alguna forma, en el grito de guerra que alienta el conflicto, anima las divisiones y atentados de los unos contra los otros. Una familia envuelta por la fuerza ciega del amor termina endureciendo el corazón y negándose a aceptar caminos de solución que pasen por la escucha, la acogida, el respeto por el mundo interno del otro, que fomenten la compasión y, de manera especial, que abran espacio para comprender que, ante Dios todos somos hijos y, por esa razón, el no inclina la balanza a favor de alguno. Nadie puede decir que cuenta con la bendición de Dios para crear o solucionar el conflicto. Si el corazón estuviese puesto en Dios, los caminos que la familia emprendería para alcanzar el anhelado orden en el amor, sería otro, muy diferente al de la agresión. En Constelaciones Familiares Sistémicas he podido ver que, en la mayoría de las ocasiones, los miembros de un sistema familiar en conflicto desconocen las fuentes verdaderas del conflicto. Una pareja pierde a su primer hijo. Ambos se sienten responsables y se acusan en silencio. Al poco tiempo, quedan nuevamente embarazados. La forma como la pareja se comunica entre ellos revela que hay una tensión. Deciden hacerse los de la vista gorda y decir que, están preocupados por la gestación del nuevo bebé. Creen que el dolor fue superado. Después vienen más hijos. Todos notan la tensión en la familia, no saben dónde está el origen. En el tiempo preciso, el conflicto estalla y todos quedan absortos porque no saben qué pasó; de un momento a otro, la familia se destruyó. Lo que no se resuelve adecuadamente, queda como un pendiente. Es importante pasar del que me pasa al que nos pasa, abrir el corazón y hablar de aquellas emociones que estamos sintiendo sin entender el porqué. Escribe Inés Ordoñez: “Comunicarse de corazón a corazón es todo un arte. Su aprendizaje requiere tiempo y paciencia. Implica una decisión interna muy profunda: presentarme ante el otro como soy, decir lo que pasa y lo que se está experimentando. Cada vez que optamos por la verdad, nos vemos expuestos. La verdad destruye murallas y nos invita a salir de nuestras fortalezas para ir al encuentro del otro”. El amor por la familia debe servir para crear que nos permita encontrarnos como somos, con nuestras debilidades y fortalezas, con nuestras riquezas y, también con nuestras pobrezas”. Cuando cesan las acusaciones y las amenazas podemos inclinarnos humildemente para ayudarnos a levantar desde el amor y la acogida. Recordemos que, la vehemencia de nuestros ataques también debe servir para conocer la vergüenza de aquello que, por la fuerza ciega del amor hemos hecho y el dolor que hemos causado al alma de la familia. La vergüenza debe convertirnos al amor que, de nuevo, se compromete a cuidar. Consolad a mi pueblo, dice el Señor. Hablad al corazón del hombre. Gritad que mi amor ha vencido, preparad el camino, que viene tu redentor. Yo te he elegido para amar, te doy mi fuerza y luz para guiar. Yo soy consuelo en tu mirar. Gloria a Dios. Consolad a mi pueblo, dice el Señor. Sacad de la ceguera a mi pueblo. Yo he sellado contigo alianza perpetua. Yo soy el único Dios. Consolad a mi pueblo, dice el Señor. Mostradles el camino de libertad. Yo os daré fuertes alas, Transformaré tus pisadas en sendas de eternidad (Rezandovoy) Francisco Carmona
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