Jesús pasaba, vio a un hombre sentado en el lugar donde cobraba los impuestos para Roma, le dijo: ¡Ven y sígueme! El, se levantó de inmediato y, lo siguió. Jesús pasa por nuestra vidas y nos llama. Constantemente, de diferentes maneras, somos llamados a ser realmente nosotros mismos. La vocación debería ser vivida como la expresión de nuestra identidad profunda. Si se tomará así, muchas inconsistencias vocacionales estarían llamadas a desaparecer. Lo que Mateo hace, cobrar impuestos para Roma, le da de comer, pero no le hace un ser humano realizado plenamente. Hay un momento, en la vida de todo ser humano, donde el Sí Mismo reclama su lugar en la psique y desplaza al Ego del lugar que viene ocupando. Cuando esto sucede, conviene tener presente que, la vida del ego, en el caso de Mateo, ser un administrador o contador, no desaparece totalmente sino que se integra en la vida de discípulo. La vocación es integración, nunca disociación. Pablo era Maestro en el judaísmo, una vez convertido, es maestro dentro del Cristianismo; sólo que ahora, los valores que lo definen, sobre los que construye su identidad, son otros. Sari era uno de los más grandes discípulos del Buda y llegó a ser un iluminado de excepcional sabiduría y sagaz visión. Viajaba propagando la Enseñanza, y cierto día, al pasar por una aldea de la India, vio que una mujer sostenía en una mano un bebé y con la otra estaba dando una sardina a un perro. Con su visión clarividente e intemporal pudo ver quiénes fueron todos ellos en una pasada existencia. Se trataba de una mujer casada con un cruel marido que la golpeaba a menudo. Se enamoró de otro hombre, pero entre su padre y su marido, poniéndose de acuerdo para ello, le dieron muerte. Ahora la mujer mantenía a un bebé en sus brazos, su antiguo amante, que fuera asesinado. La sardina era su despiadado marido, y el perro, su padre. Todos habían vuelto a reunirse en la presente vida, pero en condiciones muy distintas. Añadió el Maestro: aunque construyamos miles de narrativas ninguno de nosotros puede escapar a la tarea de buscar en su corazón lo que hace que su vida siga un curso y no otro.
Cada vez que Jesús pasa por nuestra vida, su voz resuena en nuestro corazón. Jesús interpela el corazón invitándolo a bajar del árbol, a dejar las redes, a salir del sistema familiar, etc. La vocación, como regreso al centro vital, depende en gran medida, de la generosidad del corazón. La vocación es la respuesta honesta, que damos a la invitación de Jesús, a vivir siendo realmente nosotros. Muchos, llegan a una vocación con la firme convicción de poder ser realmente ellos, en realidad, son más empujados por el Ego que, por el mismo Dios. Todo esto sucede, para que en algunas ocasiones, podamos adquirir habilidades, desarrollar talentos y hábitos que, después, serán necesarios en la vida desde el Sí Mismo, para caminar en la verdad. La vocación comienza a realizarse, a volverse un estilo de vida plena, cuando decidimos ir hacia nuestro interior, a viajar a lo profundo del corazón. El corazón, además, de ser nuestro centro vital, el lugar de donde brota la vida psíquica, la identidad real de cada uno, es un regalo de Dios. A través del corazón, podemos establecer relaciones auténticas con los demás, también conocemos las cosas como realmente son; además, podemos escuchar la voz de Dios, reconocer lo que nos habita y, también lo que nos desfigura e impide ser y vivir en consonancia con nosotros mismos. Solo en la medida, que actuamos desde el corazón, podemos llevar una vida íntegra y, realmente honesta. Dios habla siempre de corazón a corazón; por esa razón, nos invita a permanecer unidos a Él siempre. Cuando el corazón se ensombrece, puede tener varios motivos para hacerlo, por ejemplo, por deseo de venganza, por ira, por envanecimiento, por soberbia o por confusión empieza a experimentar la lejanía con respecto a Dios y a todas sus cosas. Muchos, intentan aferrarse a algo, a un árbol, desde el cual puedan ver a Dios. Algunos eligen una vida de buenas obras; otros, una vida de servicio y de entrega; algunos más la riqueza y, ahora últimamente, una vida de indiferencia. Hay personas que, movidas por el deseo inconsciente de encontrar a Dios, toman, al igual que Zaqueo, decisiones que, para los demás, pueden parecer ridículas, incómodas o desesperadas. ¿Somos conscientes de los anhelos que llevamos en el corazón? Uno de los grandes retos que tenemos como seres humanos consiste en aprender a no controlar. En la medida que, abandonamos el afán de omnisciencia, con el que pretendemos relacionarnos con Dios, más fácilmente podemos confiar en Él y dejar que sea su amor, antes que nuestro temor, la guía que nos conduzca hacia la vida auténtica, hacia la realización de nosotros mismos que, en definitiva, es lo que más anhelamos lograr. Un corazón roto nunca es despreciado por Dios; en cambio nosotros, cada vez que experimentamos la frustración, el dolor o la angustia, casi de inmediato, nos enojamos con nosotros mismos y, en algunos casos, nos aborrecemos enormemente por permitir que ciertas cosas sucedan. Nada hay más doloroso para el corazón que una vida sustentada en el engaño; sobre todo, cuando somos conscientes de lo que realmente anhelamos vivir. ¿Qué estaba pasando en el corazón de Zaqueo para que se tome el atrevimiento de hacer lo que hizo para ver a Jesús y ser visto por él? ¿Será que el peso del vacío que llevaba en su corazón, de alguna manera, se hizo tan pesado, que ya no pudo seguir ignorándolo. ¿Se habrá cansado de las personas que lo rodeaban y que habían llegado a su vida para sacar también provecho del dinero mal habido? Algo tuvo que moverse en su corazón para que decidiera hacer algo tan inusual como lo que hizo al subirse al sicomoro. Una vez, que el deseo o anhelo entra en nuestro corazón, ya no hay forma de evitarlo, de evadirlo. Inés Ordoñez escribe: “todos podemos reconocer en nuestras vidas un antes y un después de muchas decisiones que marcaron nuestra historia. Nuestra vida está hecha de una sucesión de decisiones, de pasos, de etapas y umbrales que hemos ido atravesando hasta llegar a nuestro hoy”. En Zaqueo, podemos ver representado nuestro deseo más profundo de amor, de ese amor que proviene de Dios. Un amor que deseamos no sólo que llegue a nuestra vida sino que, permanezca siempre en ella sirviéndonos de Lámpara y, también de Luz. Una vez que, el corazón se abre a la escucha de Dios, difícilmente, puede volver a cerrarse e ignorar la voz que nos dice: ¡levántate, ven y sígueme! O ¡baja del árbol!, del lugar donde estás encontrando refugio, aunque sepas que esa no es morada para ti, ¡Que hoy tengo que hospedarme en tu casa! Una vez que Jesús entra en nuestra vida nunca más sale de ella porque la relación que Él nos ofrece es de corazón a corazón. Quiero ser pastor que vele por los suyos; árbol frondoso que dé sombra al cansado; fuente donde beba el sediento. Quiero ser canción que inunde los silencios; libro que descubra horizontes remotos; poema que deshiele un corazón frío; papel donde se pueda escribir una historia. Quiero ser risa en los espacios tristes, y semilla que prende en el terreno yermo. Ser carta de amor para el solitario, y grito fuerte para el sordo…Pastor, árbol o fuente, canción, libro o poema…Papel, risa, grito, carta, semilla… Lo que tú quieras, lo que tú pidas, lo que tú sueñes, Señor… eso quiero ser (José María Rodríguez Olaizola, sj) Francisco Javier Carmona
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