El conocimiento obra en la medida que lo admitimos. En constelaciones Familiares siempre se dice que, después de una constelación, lo que debemos hacer, no es otra cosa que contemplar la imagen final que vimos porque, si ella se fija en el corazón, transforma la realidad que nos hizo constelar. Guardar silencio, meditar en el corazón lo visto y ver la vida desde una perspectiva diferente hace que la transformación sea posible. También se dice que, los que de inmediato, salen a hablar de lo que sucedió, no toman en serio el trabajo realizado y, están buscando la aprobación de personas que no estuvieron en la constelación o no comprenden lo que sucede. La reacción impulsiva ahoga la transformación de la consciencia y ahoga la apertura a nuevas y diferentes comprensiones. He visto que, los que muestran una necesidad de entenderlo todo, en realidad, tienen miedo a lo que trasciende la razón. Aquel día, el sermón del Maestro se redujo a una sola y enigmática sentencia. Se limitó a sonreír con ironía y a decir: Todo lo que yo hago aquí es estar sentado en la orilla y vender agua del río. Y concluyó su sermón. El discípulo le dice al Maestro: ¿vivimos realmente en el mismo mundo? Parece que tú vives en un mundo muy diferente. Contestó el Maestro: vivimos en el mismo mundo. La diferencia consiste en que tú te ves en el mundo, mientras que yo veo el mundo entero dentro de mí.
En el Evangelio encontramos, en varias ocasiones, que Jesús pide a quien es destinatario de una acción amorosa y milagrosa de Dios que guarde silencio. “Entonces Jesús le dijo al leproso: Mira, no se lo digas a nadie, sino ve, muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio a ellos” (Mt 8,4). Después, vemos a María, la madre de Jesús, meditar y guardar en su corazón todo lo que escuchaba. “María atesoraba todas estas cosas, reflexionando sobre ellas en su corazón” (Lc 2, 19). También Jacob aprendió el valor del silencio y la reflexión. “Y sus hermanos le tenían envidia, pero su padre reflexionaba sobre lo dicho” (Gn 37,11). El silencio y la contemplación evitan las reacciones impulsivas e imprudentes. El sabio sabe tomarse el tiempo necesario para actuar de acuerdo a lo que ha meditado y guardado en su corazón; en cambio, el necio, se deja llevar por los impulsos y, por esa razón, comete muchas imprudencias. En muchas ocasiones, el afán de contar todo lo que nos sucede, obedece más a un deseo de vernos como héroes que, a un acto de profunda humildad. Señala Willigis Jäger: “Con el fin de modificar nuestros patrones destructivos de conducta debemos volvernos tranquilos y atentos a los impulsos que provienen desde la profundidad de nuestro ser para no bloquearlos demasiado con nuestras propias iniciativas. Precisamente, esto es lo que intentamos hacer con la contemplación”. Cuando hacemos contacto con nuestro ser profundo encontramos que, el mismo flujo de energía que hay en el Universo está dentro de nosotros. De ahí, nos dicen los místicos, proviene el conocimiento de la Unidad. No estamos separados, hacemos parte del fluir de la vida divina en todo lo que existe, nos rodea, vemos y, también, de lo que permanece oculto a la razón y a los sentidos. Emmanuel Kant, en la introducción a la crítica de la razón pura señala: “Si nuestra mente se apega a las cosas que cambian, conoceremos sólo el ir y venir, y nos sentiremos sometidos a nacimiento y muerte, sufrimiento y alegría”. Con frecuencia, llama la atención la forma como nos aferramos a las cosas que nos hacen daño. Al parecer, tenemos más capacidad de permanecer fieles al pasado doloroso y a los aprendizajes que nos lastiman, que a nosotros mismos. Es como si, al dejar de lado el pasado o las expectativas que los demás tienen frente a nosotros, una parte nuestra, tuviera miedo de morir y perder su lugar, fuerza e identidad. En el cuento del principito, éste desaparece devorado por la serpiente, que en este relato, representa la consciencia. El conocimiento, cuando es aceptado, transforma la vida que, hasta el momento en el que lo acogemos, llevábamos. Todo se transforma cuando le decimos Sí a las nuevas imágenes de vida que, la contemplación, el conocimiento del corazón, nos revelan. En Constelaciones he podido ver que, la enfermedad también corresponde a un proceso donde el alma se va apagando lentamente porque se siente incapaz de aceptar el dolor que produce la pérdida de un ser querido. En un taller de Constelaciones, vino un hombre que había sido operado de tres hernias, dos inguinales y una umbilical, tenía problemas en las manos, en las rodillas, problemas cardíacos severos, entre otros. Dice Jäger: “La enfermedad en un sentido físico o psíquico es un desajuste en los campos de luz. Toda enfermedad comienza mucho antes de que aparezcan los síntomas y se diagnostiquen las lesiones orgánicas concretas”. Este hombre había visto a su esposa irse apagando lentamente después de la muerte de su padre. Él comienza a enfermarse tres meses después de la muerte de su esposa. Allí, donde la luz deja de estar presente, la enfermedad y la muerte comienzan a tomar su lugar. Sabemos que ciertas células del cuerpo comienzan a deteriorarse a causa de la depresión y del estrés. Dice Jäger: “Los fenómenos psíquicos, o sea, sentimientos o pensamientos, se convierten en mensajes químicos que pueden dar lugar o bien a la salud, o bien a la enfermedad. En nuestro interior hay un funcionamiento psicofísico combinado. Sentimientos fuertemente negativos, pensamientos de enemistad y de miedo son capaces de causar en nosotros modificaciones y enfermedades mediante una precipitación hormonal por el eje riñón-hipófisis. Y, al revés, también ocurre que tienen un efecto beneficioso para nuestra salud los sentimientos positivos como el amor, la compasión, el sosiego, la fe y la esperanza” Cuando nos sumergimos en la contemplación, las diferentes partes de la psique se van integrando y formando una Unidad, un Todo. Lo que esta desordenado en nuestro interior corresponde a la pérdida de conexión con nuestro centro vital. En la oración, al centrarnos en Dios, al sentirnos unidos a él, todo lo que no ha encontrado su lugar en la psique, en el alma, va acomodándose donde le corresponde generando armonía y equilibrio. Una vez que, vamos ordenando la psique, la mente y el corazón también la persona entera y sus relaciones se configuran de otra manera; es de esperar, que sea mucho más sana y libre. Amor es... Amar la gracia delicada del cisne azul y de la rosa rosa; amar la luz del alba y la de las estrellas que se abren y la de las sonrisas que se alargan… Amar la plenitud del árbol, amar la música del agua y la dulzura de la fruta y la dulzura de las almas dulces… Amar lo amable, no es amor: Amor es ponerse de almohada para el cansancio de cada día; es ponerse de sol vivo en el ansia de la semilla ciega que perdió el rumbo de la luz, aprisionada por su tierra, vencida por su misma tierra… Amor es desenredar marañas de caminos en la tiniebla: ¡Amor es ser camino y ser escala! Amor es este amar lo que nos duele, lo que nos sangra bien adentro… Es entrarse en la entraña de la noche y adivinarle la estrella en germen… ¡La esperanza de la estrella!… Amor es amar desde la raíz negra. Amor es perdonar; y lo que es más que perdonar, es comprender… Amor es apretarse a la cruz, y clavarse a la cruz, y morir y resucitar… ¡Amor es resucitar! (Dulce María Loynaz) Francisco Javier Carmona
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