Una de las tareas fundamentales de la espiritualidad, con la ayuda de la psicología, consiste en superar la escisión en la que el alma entra, cuando no es capaz de resolver los conflictos que la abruman, de una forma que pueda encontrar la paz, el equilibrio y la armonía que necesita para fluir serenamente. Superamos la escisión del alma, a través del contacto profundo con nuestro núcleo interior y, cuando ante el misterio, lo que nos abarca y resulta incomprensible, en lugar de luchar contra él, nos ponemos de rodillas y reconocemos que existe, que no lo podemos controlar y que en él, reside la fuerza que nos cura y saca del sepulcro al que somos llevados cuando decidimos aferrarnos al dolor. Nadie se transforma evitando la confrontación que el malestar exige realizar. Mientras Lao Tzu viajaba con sus discípulos, llegaron a un bosque donde varios leñadores talaban árboles. El bosque se había reducido apenas a un gran árbol con centenares de ramas. Era tan grande que cien personas podían sentarse cómodamente bajo su sombra. Lao Tzu les dijo a sus discípulos que preguntaran por qué ese árbol no había sido talado. Uno de los leñadores contestó: Es inútil. No se puede hacer nada con él porque las ramas tienen demasiados nudos. Tampoco se puede usar como combustible porque el humo es peligroso para los ojos. Este árbol no sirve para nada, por eso no lo hemos cortado. Cuando los discípulos le contaron la respuesta del leñador, Lao Tzu se rió y dijo: Sean como este árbol. Si son útiles, los cortarán y servirán como muebles en la casa de alguien. Si son hermosos, los venderán en el mercado. Sean como este árbol, absolutamente inútiles, y entonces crecerán grandes y con muchas ramas, y cientos de personas se refugiarán bajo su sombra.
Jesús enseña lo siguiente a sus discípulos: “El Reino de los Cielos es como un tesoro escondido en un campo. El hombre que lo descubre, lo vuelve a esconder; su alegría es tal, que va a vender todo lo que tiene y compra ese campo” (Mt 13, 45). No dice Joan Garriga: “Exponemos el alma a la tentadora oferta del diablo, que nos promete mayor control sobre nuestras vidas si somos alguien. Sin embargo, el resultado es un purgatorio constante: perdemos de vista el instante porque hemos dormido nuestro ser en una especia de autoencantamiento de nuestra personalidad”. Encontramos el tesoro del alma cuando al descubrir nuestra verdadera identidad o, al volver conectar con nosotros mismos, nos entusiasmamos y, llenos de alegría, nos dedicamos a recorrer el camino de nuestro destino, a realizar con autenticidad la vocación. Escribe un colaborador en rezandovoy: “Hay quien piensa que vivir a fondo es lanzarse a una carrera vertiginosa, acelerada, sin frenos ni límites. Entonces se insiste en que hay que apurar el momento, en que la vida es una y hay que exprimirla al máximo, en que hay que experimentarlo todo… Pero eso es una trampa, porque vivir a fondo no es estar permanentemente en ebullición. ¿Qué es, entonces? Es no pasearse por la superficie de la vida, sino dejar que los rostros de nuestra vida nos cuenten su historia; que las encrucijadas en el camino nos compliquen cuando tenemos que elegir; es irse gastando día a día, es saber darse a veces, y descansar en otras; cuidar y ser cuidado; compartir el tiempo, los días, el trabajo, los sueños, los esfuerzos, los miedos, las risas y los fracasos. Hay que tomar el timón de muchas cosas. A veces hay que tener iniciativas, pensar en lo que conviene e intentar hacerlo. No podemos estar esperando todo el día a que sean otros quienes llamen, quienes propongan, quienes den pasos a los que sumarnos. Con frecuencia, nos tocará echarnos al camino sin tener todas las seguridades, tender la mano al otro en primer lugar; buscar, a los otros, y a Dios… Y si en ese proceso nos hieren las cosas, si a veces estamos bien y otras estamos casi rendidos, si a ratos nos sentimos fuertes y, en otros momentos, nos envuelve la desazón, no pasa nada. Porque la vida tiene todo eso… En la tormenta y en la calma nos volveremos a ti, Señor, y te diremos: Señor mío y Dios mío”. Según Edmund Husserl: “El mayor peligro para la humanidad es el cansancio”. Uno de los signos más evidentes de la escisión del alma, se revela cuando las personas no saben qué quieren, quienes son, cuáles son sus necesidades. Los cansados, en términos generales, tienden al escepticismo, empiezan a ver a quienes se comprometen como ilusos, soñadores o infantiles. Los cansados hacen a un lado las emociones y se dedican a funcionar. Pierden la alegría y, con ella, la oportunidad de construir una vida llena de sentido, de armonía, de contacto amoroso con los demás. Los escépticos viven separados de los tesoros que hay ocultos en su alma. A veces, es triste ver como estas cosas no les interesan porque prefieren la comodidad de la mediocridad que, volver a vivir. El tesoro escondido es nuestra identidad profunda. El arte para llegar a ser verdaderamente humanos, consiste en transformar nuestras heridas, creencias limitantes y complejos en fuentes permanente de vida. Para aferrarnos a la vida, sólo necesitamos conectar con ella, no son necesarios los fármacos, sino la apertura del corazón. Escribe Anselm Grun: “El hecho de que el tesoro esté escondido en la tierra significa que debemos mancharnos las manos para desenterrarlo. Es necesario escarbar en la tierra para encontrar el tesoro. Sólo quien se atreve a abrir la tierra, es capaz de encontrar lo que hay dentro de ella. Si no nos abrimos paso a través de la tristeza, el dolor y el caos emocional, si no pasamos por los celos, por la envidia, por los sentimientos de culpa, nunca descubriremos el tesoro, nunca entraremos en contacto con la verdad que habita en nuestro interior. Estaremos separados de la riqueza del alma” A través de la heridas, podemos abrirnos paso, hacia algo que transforma la ira, que el dolor despierta, en algo diferente que nos conceda paz. Si tapamos la heridas, con fármacos, con falsas creencias, con distracciones, tendremos mucha dificultad para llegar al fondo del alma. Difícilmente, logra entrar en silencio, que es el que permite que la verdad aflore, quien se pasa todo el tiempo rumiando el pasado, alimentando el miedo, la vergüenza o la impotencia. Cuando nos desentendemos de la herida, ella deja de doler, pero no de existir, sigue estando presente y, en el momento oportuno para ella y, desafortunado para nosotros, sale a la luz y se manifiesta con toda la fuerza contenida. Nos humanizamos en la medida que, atendemos el dolor que llevamos en el alma y buscamos la forma de transformar nuestras heridas. El dolor hace que lo más valioso de nosotros quedé sepultado en el fondo de las ruinas que dejan las experiencias dolorosas. Para llegar al tesoro, es necesario remover los escombros. El dolor nos hace creer que todo está perdido para nosotros, muchos creen que ya no tienen nada que hacer en esta existencia, nuestra verdadera riqueza puede quedar sepultada, pero nunca ha sido arrebatada. Lo que sucede es que, perdimos el contacto con ella y, a través del trabajo interior, podemos volver a experimentar lo que nos llena de gozo, lo que nos saca del vacío, lo que nos hace ser nosotros mismos. Una vez que, descubrimos el tesoro que hay en nuestra alma, podemos ir a vender nuestras posesiones: el deseo de venganza, la máscara, los mecanismos de defensa, etc., y volver a sentirnos dueños de nuestra tierra, de nuestra vida, de nuestra historia. Mas no todo ha de ser ruina y vacío. No todo desescombro ni deshielo. Encima de este hombro llevo el cielo, y encima de este otro, un ancho río de entusiasmo. Y, en medio, el cuerpo mío, árbol de luz gritando desde el suelo. Y, entre raíz mortal, fronda de anhelo, mi corazón en pie, rayo sombrío. Sólo el ansia me vence. Pero avanzo sin dudar, sobre abismos infinitos, con la mano tendida: si no alcanzo con la mano, ¡ya alcanzaré con gritos! y sigo, siempre, en pie, y así, me lanzo al mar, desde una fronda de anhelos (Blas de Otero)Francisco Carmona
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