La samaritana es el simbolo del alma que no encuentra aquello que la enamore, la apasione, la haga vibrar y, llene sus dias de color y sus descansos de agradecimiento. Al parecer, la mujer lo ha intentado todo y ha logrado poco. La insatisfacción sigue apoderada de su alma. Un texto del P. Arrupe dice: “Nada es más práctico que encontrar a Dios; que amarlo de un modo absoluto, y hasta el final. Aquello de lo que estés enamorado, y arrebate tu imaginación, lo afectará todo. Determinará lo que te haga levantar por la mañana y lo que hagas con tus atardeceres; cómo pases los fines de semana, lo que leas y a quien conozcas; lo que te rompa el corazón y lo que te llene de asombro con alegría y agradecimiento. Enamórate, permanece enamorado, y eso lo decidirá todo”. Había una vez un rey que ofreció un gran premio a aquel artista que pudiera captar en una pintura la paz perfecta. Muchos artistas lo intentaron. El rey observó y admiró todas las pinturas, pero solamente hubo dos que a él realmente le gustaron y tuvo que escoger entre ellas. La primera era un lago muy tranquilo. Este lago era un espejo perfecto donde se reflejaban unas plácidas montañas que lo rodeaban. Sobre éstas se encontraba un cielo muy azul con tenues nubes blancas. Todos quienes miraron esta pintura pensaron que ésta reflejaba la paz perfecta. La segunda pintura también tenía montañas. Pero éstas eran escabrosas y descubiertas. Sobre ellas había un cielo furioso del cual caía un impetuoso aguacero con rayos y truenos. Montaña abajo parecía retumbar un espumoso torrente de agua. Todo esto no se revelaba para nada pacífico. Pero cuando el Rey observó cuidadosamente, el vio tras la cascada un delicado arbusto creciendo en una grieta de la roca. En este arbusto se encontraba un nido. Allí, en medio del rugir de la violenta caída de agua, estaba sentado plácidamente un pajarito en el medio de su nido... El Rey escogió la segunda... Porque, explicaba el Rey, paz no significa estar en un lugar sin ruidos, sin problemas, sin trabajo duro o sin dolor. Paz significa que, a pesar de estar en medio de todas estas cosas, permanezcamos calmados dentro de nuestro corazón. Este es el verdadero significado de la paz.
La mujer va todos los días al pozo, al mediodía, evitando el contacto y los comentarios de los demás, su corazón no logra conectar con el amor. En nuestro interior, hay emociones y pasiones que con sus voces nos distraen e impiden que tomemos en serio las necesidades de nuestra alma. En muchas ocasiones, callamos las emociones y, la consecuencia es la enfermedad. En otras oportunidades, las emociones no paran de hablar y, hacen tanto ruido que ahogan la voz interior, al corazón, y terminamos prisioneros del miedo, paralizados sin poder elegir el camino que deseamos tomar. Cuando nuestras pasiones se desordenan y, en lugar de orientarnos hacia el propósito de nuestra vida, terminan alejándonos de él, terminamos presos de la ansiedad y la angustia. Sólo en la medida que, hacemos las paces con nosotros mismos, el corazón puede tomar el camino que está en consonancia con su destino. La insatisfacción que provoca la imposibilidad de conectar amorosamente con la vida, agita el alma y, en ocasiones, la perturba de tal forma que ésta no tiene otra posibilidad que enfermar. Como en el caso de la samaritana, alcanzar la paz interior, sólo es posible con la ayuda de Aquél que nos revela cuál es la Fuente de la que brota la paz, la armonía y el amor que anhelamos. Al respecto, escribe Anselm Grun: “Debemos confiar en que Dios podrá armonizar todo lo que se encuentra en nuestro interior y que con frecuencia nosotros no logramos unir. Le pedimos a Dios, como si fuera un director de orquesta, haga sonar todos los tonos de nuestra vida interior, de manera que se emita una sonoridad armoniosa para todos los que están escuchando”. En el Evangelio encontramos imágenes de hombres y mujeres que, al no conectar con la vida, se dedican a mendigar el amor, a vivir relaciones difíciles, a soportar lo insoportable, con tal de no vivir en soledad o con la sensación de ser menospreciadas o humilladas por los demás o por la misma vida. María Magdalena, por ejemplo, es una imagen viva de la mujer que no logra establecer relaciones sanas. El Evangelio la presenta como una mujer en la que habitan muchos demonios. El encuentro con Jesús, la sana y la transforma en una mujer que pone su vida al servicio del Reino. A través de Jesús, el alma encuentra la conexión que necesita para llenarse y, en algunas ocasiones, desbordarse del gozo propio de quien experimenta el valor incalculable que tiene la vida. Una de las batallas perdidas del alma es la que tiene que ver con el esfuerzo para superar nuestras debilidades. En el alma de cada uno está impresa la imagen de una vida sin defectos, sin vulnerabilidad, sin temor. Curiosamente, esa imagen no es propia del alma, es infundada por los cuidadores y la educación que hemos recibido. Luchar contra las debilidades, en lugar de darnos tranquilidad y paz, trae consigo una mayor perturbación y angustia. Los defectos no se dejan erradicar con mucha facilidad. Aceptarnos, amarnos como somos, reconocernos es el camino que, nos conduce la verdadera paz interior. A diario, encuentro personas insatisfechas con la imagen que han construido de sí mismas. El endemoniado de Gerasa, cuando Jesús le pregunta: ¿cómo te llamas?, Responde diciendo: me llamó legión. Es tanta la turbulencia que el alma experimenta, que en el interior se siente como si miles de soldados estuvieran librando una guerra sangrienta. En lugar de luchar contra las sombras podemos dedicarnos a reconciliarnos con ellas y a iluminarlas. La reconciliación implica derribar el muro que nos impide entrar en contacto con la verdad que nos habita. La mayoría de +las veces, ese muro está relacionado con nuestros miedos. A la soledad, al fracaso, al rechazo, al abandono, etc. He visto en talleres de constelaciones que, +cuando abrazamos los miedos, el alama se fortalece y brilla. Cuando dejamos las debilidades en paz, ellas nos dejan también en paz a nosotros. Nos cuidamos de la debilidad cuando no caemos en ella. Comenzamos a transformarnos, a caminar hacia el amor verdadero, cuando somos capaces de reconocer que algo no anda en nuestra vida como lo hemos deseado o proyectado. En el diálogo con la samaritana, Jesús le ayuda a la mujer a identificar que, la relación de pareja que tiene ha despertado en ella mucha inconformidad. La insatisfacción no solo está presente en la última relación matrimonial que tiene la samaritana. Todas sus relaciones han generado la sensación de fracaso, insatisfacción e incertidumbre. Algo debe estar mal, desde que no se logra conectar con el amor. Jesús le hace ver que, aislarse de los demás hace que terminemos refugiándonos en relaciones inconvenientes para nosotros, para el alma y, también para el corazón. Cuando Dios interviene, lo que está oscuro sale a la luz y, descubrimos el engaño sobre el que hemos estado construyendo la vida. Jesús nos enseña a despedirnos de nuestras ilusiones, de nuestras creencias limitantes y, del afán de hacerle creer a los demás, que llevamos una vida perfecta. Dios nos acepta como somos. De ahí que, para vivir verdaderamente el amor, necesitamos hacer las paces con todo lo que hay en nuestro interior. Señor, que vea…que vea tu rostro en cada esquina. Que vea reír al desheredado, con risa alegre y renacida. Que vea encenderse la ilusión en los ojos apagados de quien un día olvidó soñar y creer. Que vea los brazos que, ocultos, pero infatigables, construyen milagros de amor, de paz, de futuro. Que vea oportunidad y llamada donde a veces sólo hay bruma. Que vea cómo la dignidad recuperada cierra los infiernos del mundo. Que en otro vea a mi hermano, en el espejo, un apóstol y en mi interior te vislumbre. Porque no quiero andar ciego, perdido de tu presencia, distraído por la nada…equivocando mis pasos hacia lugares sin ti. Señor, que vea…que vea tu rostro en cada esquina (José María Rodríguez Olaizola, sj)Francisco Carmona
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