Hace algunos días leí un artículo de un autor que señala el peligro que corre el alma si deja guiar por el corazón. “No es bueno basar tu fe en el corazón, es decir, no tomes decisiones con la fe emocional. Si haces eso, te frustrarás, te engañarás y pensarás que el Señor Jesús te falló. Jesús dijo: No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de Mi Padre que está en los cielos (Mateo 7:21). En este pasaje, Él se refirió a aquellas personas que creen con el corazón, que tienen la fe natural, sentimental y emocional. Esas personas no entrarán al Reino de los Cielos. La persona que vive con base en la fe del corazón se dirige al camino de la perdición, mientras que la persona que va por la fe inteligente piensa, evalúa y toma la decisión racionalmente, porque la Salvación del alma depende de la decisión de la mente, del espíritu que Dios le dio a ella”. No soy ninguna autoridad para corregir lo que otros, en nombre del Señor y del Evangelio, enseñan. Lo que si me llama profundamente la atención es que, una y otra vez, la Biblia insiste en señalar que Dios habla al corazón del hombre, que Dios desea que el corazón del ser humano le pertenezca única y exclusivamente a Él y a nadie más. San Pablo cuando se dirige a los romanos (10, 10), les dice: “Porque con el corazón se cree”. La fe que nace del corazón expresa que, de una manera u otra, tenemos un conocimiento de Dios fundamentado en la experiencia de su amor que se entrega incondicionalmente por nosotros en la Cruz. La fe que nace del corazón nos invita a transformar nuestra vida de modo que, en todo sea semejante a Cristo. Ahora, no podemos olvidar que, un corazón quebrantado y humillado, si bien no es despreciado por Dios, es vulnerable a encontrar consuelo en cosas contrarias a Dios. De ahí, la enorme necesidad, como enseña la espiritualidad y constelaciones familiares, de dar orden a nuestro mundo afectivo. Donde hay orden, se puede ver con claridad cuál es la voluntad de Dios y cuál es nuestro destino conforme a esa voluntad.
La tradición marianista enseña: “aunque la fe de la mente es importante, pero no es suficiente. El P. Chaminade insistió en que lo que creemos con la cabeza debe pasar a formar parte del corazón. Por la fe del corazón damos aprobación no solo de nuestra mente, sino que nos adheriremos con todo nuestro corazón a lo que creemos. Amamos lo que creemos y nos comprometemos a abrazarlo con todo nuestro ser. La fe de la mente nos trae el conocimiento, la fe del corazón nos une a lo que creemos…la fe de la mente nos da ideas sobre Jesús, la fe del corazón nos da una relación personal con El”. La fe que nace del corazón es el resultado de una experiencia de encuentro autentico con Dios en la persona de Jesús de Nazareth. En el evangelio de Marcos llama la atención que el primer milagro de Jesús sea la curación de un hombre endemoniado. Sobre la actuación de Jesús en la sinagoga donde cura a un hombre endemoniado, escribe el Papa Francisco: “Es significativo que el primer milagro realizado por Jesús en el Evangelio de Marcos sea un exorcismo (cf. 1,21-28). En la sinagoga de Cafarnaúm libera a un hombre del demonio, liberándolo de la falsa imagen de Dios que Satanás sugiere desde los orígenes: la de un Dios que no quiere nuestra felicidad. El endemoniado de ese pasaje del Evangelio sabe que Jesús es Dios, pero esto no le lleva a creer en Él. De hecho, dice: ¿Has venido a destruirnos? (v. 24). Muchos, también cristianos, piensan lo mismo: que Jesús puede ser el Hijo de Dios, pero dudan que quiera nuestra felicidad; es más, algunos temen que tomarse en serio su propuesta, lo que Jesús nos propone, signifique arruinarse la vida, mortificar nuestros deseos, nuestras aspiraciones más fuertes. Estos pensamientos a veces se asoman dentro de nosotros: que Dios nos está pidiendo demasiado, tenemos miedo de que Dios nos pida demasiado, que realmente no nos ama. En cambio, en nuestro primer encuentro vimos que el signo del encuentro con el Señor es la alegría. Cuando encuentro al Señor en la oración, me pongo alegre. Cada uno de nosotros se vuelve alegre, una cosa hermosa. La tristeza, o el miedo, son sin embargo signos de lejanía con Dios” En Constelaciones familiares señalamos que, para que el amor sea verdad es necesario que se manifieste dentro del orden. El amor por sí solo no sirve de mucho. Es más, si nos descuidamos puede ser destructivo. El amor sólo se desarrolla dentro del marco del orden. Cada vez que intentamos saltarnos el orden con la excusa de poder amar más y mejor, terminamos fracasando y convirtiendo el amor en egoísmo o en un ejercicio de dominio, poder o manipulación. El amor para poder prosperar necesita subordinarse al orden. Dice Bert Hellinger: “La subordinación del amor al orden es igual al ejercicio que hace la semilla, primero se hunde en la tierra, después germina y, por último, florece. Lo que irrespeta el orden termina en fracaso. En este sentido, si la fe no nace del corazón, de la experiencia de encuentro con el Señor en la persona de Jesús, está condenada a ser estéril. Lo que no tiene raíces en la experiencia del amor de Dios termina siendo superficial y vacuo. Los sentimientos son fácilmente reprimidos por la gran mayoría de las personas. Por alguna razón, aprendimos que expresar lo que sentimos realmente es algo que puede generarnos rechazo de los demás. Mientras más reprimimos los sentimientos más vulnerables nos hacemos a la enfermedad y, lógicamente más quedamos expuestos a vivir incómodos con todo aquello que está ahí, dentro de nosotros y, en algunos momentos, en plena ebullición. Más que los pensamientos, son los sentimientos los que nos enferman; de hecho, cuando dejamos que las emociones y los sentimientos fluyan, más conectados nos sentimos con la vida. Sentirnos obligados a reprimir lo que llevamos en el corazón hace que nos percibamos inadecuados y, por lo tanto, seamos conducidos hacia la escisión psíquica. El corazón quiere expresar lo que Dios puso en él. Para comprender al corazón necesitamos darle orden a nuestro mundo afectivo antes que, dedicarnos a reprimir lo que experimentamos. Ante el afán de desconfiar del corazón, las siguientes palabras de Ernesto Sábato son un bálsamo: “Los hombres encuentran en las mismas crisis la fuerza para su superación. El ser humano sabe hacer de los obstáculos nuevos caminos porque a la vida le basta el espacio de una grieta para renacer. En esta tarea lo primordial es negarse a asfixiar cuanto de vida podamos alumbrar. No permitir que se nos desperdicie la gracia de los pequeños momentos de libertad que podemos gozar: una mesa compartida con gente que queremos, unas criaturas a las que demos amparo, una caminata entre los árboles, la gratitud de un abrazo. Un acto de arrojo como saltar de una casa en llamas. Éstos no son hechos racionales, pero no es importante que lo sean, nos salvaremos por los afectos. El mundo nada puede contra un hombre que canta en la miseria”. Cuando el corazón habla, el alma encuentra su verdadero rumbo. Cuando miro hacia el futuro, me atemorizo, pero ¿por qué sumergirse en el futuro? Para mí solamente el momento actual es de gran valor, ya que quizá el futuro nunca llegue a mi alma. El tiempo que ha pasado no está en mi poder. Cambiar, corregir o agregar, no pudo hacerlo ningún sabio ni profeta, así que debo confiar a Dios lo que pertenece al pasado. ¡Oh momento actual, tú me perteneces por completo! ¡Deseo aprovecharte cuanto pueda! Y, aunque soy débil y pequeño, confío en que me concederás la gracia de tu omnipotencia. Por eso, confiando en tu misericordia, camino por la vida como un niño pequeño y cada día te ofrezco mi corazón, inflamado de amor por tu mayor gloria (Santa Faustina Kowalska)Francisco Carmona
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