San Pablo encontró el sentido de la vida como Mensajero del Señor, no como tejedor de lonas para tienda de campaña. Cristo resucitado es la experiencia que al tomar un lugar en la psique de san Pablo termina transformando radicalmente su vida, la percepción que tiene de sí mismo y, especialmente, de los valores que sustentan y dirigen su existencia. Las experiencias numinosas terminan haciendo que la realidad psíquica sea sana. La psicología profunda enseña que el ser humano necesita convicciones, valores, ideas generales que llenen de sentido la vida y permitan que sintamos, en lo más profundo, que tenemos un lugar en el mundo. Si esto no sucediera, con facilidad terminaríamos arrastrados por las corrientes negativas de la vida e intentando morir. La psique de Jesús fue atrapada por la experiencia bautismal de sentir, en aquel rincón del alma donde solo Dios habita, que Dios lo amaba como a su Único Hijo. Esta experiencia se convirtió en la realidad psíquica que dirigió su existencia hasta el final. Sin la experiencia del amor de Dios, Jesús nunca habría salido de la carpintería, del seno de su familia, del entorno, de la estrechez mental de su época y no habría sido capaz de vivir y morir como lo hizo. Cuando negamos la posibilidad de la experiencia numinosa, sagrada, en nuestra vida, quedamos a merced de una vida sin sentido, anclada en el pasado y encarcelada en las experiencia dolorosas. La vida se transforma de la mano de Dios, aunque nos cueste aceptar, mínimamente, que el alma se nutre del anhelo de comunión, de la conexión y de la celebración de su Presencia.
Claudio Naranjo nos regala el siguiente testimonio sobre el camino de su vida: “Tuvieron que pasar muchos años para percatarme de ello y entender que no había tenido una madre con quien estableciera un vínculo. Ni tampoco establecí otro vínculo en mi vida, pues mi padre se mantuvo alejado y decía que la educación de los hijos era cosa de la madre. Recuerdo cuánto quería a mi padre, a quien idealizaba a distancia, pero este sentir parece haber ocultado que no hubo casi relación entre nosotros más allá de mi imaginación. En cuanto a los otros niños, me mantuvieron alejado de ellos porque decían que los niños en las calles eran peligrosos o sucios y puesto que no tuve hermanos crecí aislado en mi propio mundo con escasa experiencia de los demás y de mí mismo. Es irónico, entonces, pensar que me convertiría en alguien que ayudaría a miles de personas a desarrollar relaciones verdaderas, y diría que poco a poco llegué a comprender como hacerlo porque necesité salir de mi propio aislamiento e interesarme en los demás para sentirme satisfecho conmigo mismo”. Aquella fuerza que sacó a Claudio Naranjo del aislamiento y el dolor por la falta de vinculo es la que se reconoce como la experiencia numinosa, la que cura el alma. En los días en que un helado costaba mucho menos, un niño de 10 años entró en un establecimiento y se sentó en una mesa. La camarera puso un vaso de agua enfrente de él ¿Cuánto cuesta un helado con chocolate?, preguntó el niño. Cincuenta pesetas, respondió la mujer. El niño sacó la mano del bolsillo y examinó las monedas. ¿Cuánto cuesta un helado sólo?, volvió a preguntar. Algunas personas esperaban mesa y la camarera ya estaba un poco impaciente. Veinticinco pesetas, dijo bruscamente. El niño volvió a contar las monedas. Quiero el helado sólo, dijo. La camarera le trajo el helado, puso la cuenta en la mesa y se retiró. El niño terminó el helado, pagó en la caja y salió. Cuando la camarera volvió a limpiar la mesa, le costó tragar saliva al ver que allí, ordenadamente junto al plato vacío, había veinticinco pesetas: su propina. Señala Jung: “El ser humano puede afrontar los problemas más duros si está convencido de que tienen sentido; pero se viene abajo cuando, por si no tuviera bastantes desgracias, tiene que admitir que está tomando parte en un cuento narrado por un idiota”. En muchas narraciones ancestrales, los seres humanos se percibían a sí mismos como hijos del sol y de la luna, organizaban rituales, fiestas y nombraban sacerdotes que representaran a las divinidades; obrando así, la vida adquiría un sentido trascendente y aparecía ante su mirada una meta más allá de su vida individual, limitada y, a veces, oscura. No hay mayor fuente de sufrimiento y disociación que el esfuerzo por vivir una vida sin conexión con lo trascendente o ignorando la necesidad de un sentido profundo y último para la vida. Durante esta semana, nuestra psique está bajo el cobijo de la experiencia de la Resurrección de Cristo. Desde diferentes corrientes espirituales, esta semana, se habla de resurrección. La palabra resurrección está ligada a la experiencia que los discípulos de Jesús de Nazareth tuvieron de su Maestro. De hecho, a ningún maestro espiritual, diferente a Jesús, se le puede atribuir la resurrección. En los relatos evangélicos se revela que, el mismo hombre que fue crucificado es el que, ahora, se presenta ante sus discípulos como el resucitado. Las mujeres que fueron al sepulcro, el primer día de la semana, antes de que saliera el sol, son las mismas que estuvieron en el momento final de la existencia de Jesús, ellas lo vieron morir realmente. Cada día, al anochecer, el sol se entrega al poder de la oscuridad y, al día siguiente, se levanta victorioso y sale contento, como lo hace el esposo, que en la noche a dormido junto al amor de sus amores, a recorrer el mundo, así lo proclama el salmo 18. Ellas en su corazón saben que, Jesús continua animando la vida y llenándola de sentido; por esa razón, aunque la muerte lo acoja en sus brazos y lo haga descansar, +Jesús se levantará y recorrerá con la fuerza victoriosa de su amor el mundo entero. Aquel que ha sido destrozado por la traición, el abandono, el menosprecio, el rechazo, la burla y la tortura aparece ante sus discípulos lleno de vida y ofreciendo plenitud a quienes, como Él, se abandonan en las manos del Padre. Lo que podría ser causa de disociación termina siendo integrado por la fuerza de la confianza filial. Jesús confía en Dios, como lo hace un niño en el Padre que, en lugar de dañarlo o abandonarlo, lo protege, le da fuerza y le enseña a vivir desde el sentido. Aceptar el misterio de la resurrección implica interiorizar que, ninguna vida cae en el vacío cuando ha sabido construirse desde la confianza en Algo Mayor, en Dios. El Dios que libró al pueblo de la esclavitud, nunca lo abandono, porque su amor es eterno. El amor vence la dificultad, entre todas, a la mayor amenaza para la vida: la muerte. Me has seducido, Señor, y me dejé seducir, desde que aprendí tu nombre balbuceado en la familia. Me has seducido, Señor, y me dejé seducir en cada nueva llamada que el alto mar me traía. Me has seducido, Señor, y me dejé seducir hasta el confín de la tarde, hasta el umbral de la muerte. Me has seducido, Señor, y me dejé seducir en cada rostro de pobre que me gritaba tu rostro. Me has seducido, Señor, y me dejé seducir, y en el desigual combate me has dominado, Señor, y es bien tuya la victoria. Me has seducido, Señor, y me dejé seducir en un desigual combate y la victoria es bien nuestra (Pedro Casaldáliga) Francisco Javier Carmona
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