En la sociedad del cansancio, la depresión parece estar encontrando un buen lugar para manifestarse. Llama la atención que, mientras más libre se proclama el ser humano hoy, más deprimido se encuentra. La sociedad ha hecho lo posible por desembarazarse de la negatividad y de todo aquello que, de una forma u otra, la represente. Ahora, se insiste mucho en la manifestación y realización del potencial interior. Esta tarea conlleva la transformación anímica de las personas. Hoy, más que nunca, se hace necesario aprender a asentir a la vida como es, a los demás como son y a las cosas como se manifiestan. La vida nos enseña que es muy difícil lograr el control sobre aquello que no podemos manipular, como por ejemplo, la vida. Sid Ahmed había salido a pie para ir en peregrinación a La Meca, partiendo del Sahara donde había dejado a su mujer y a sus siete hijos. Por grande que fuera su piedad no dejaba de inquietarse por su familia, y durante una noche de descanso tuvo un sueño extraño. Se veía en una playa, y poco a poco, lejos de la orilla penetraba dentro del océano. El agua le llegó a las rodillas, luego hasta la cintura, después hasta el pecho. La corriente lo hacía vacilar. Afortunadamente vio una roca que emergía a su alcance. Se refugio en ella. Entonces una voz le ordenó hendir la roca. Desprendió lo que pudo de la piedra de la cima, y eso le permitió descubrir, en el hueco que había quedado, una pequeña oruga. Estaba ocupada en comer una hoja de una minúscula planta marina que tenía solo dos hojas. El peregrino se agachó para mirar más de cerca como se retorcía aquel pequeño ser, y se preguntaba cómo había podido subsistir hasta aquel día, y sobre todo, cómo iba a poder sobrevivir cuando hubiese acometido la segunda y última hoja. La oruga se comió bastante deprisa la hoja, y enseguida se dispuso a comerse la otra. Sid Ahmed, cada vez más interesado, se acercó con curiosidad un poco más y vio con estupefacción como ante sus ojos se formaba otra hoja en el mismo lugar de la anterior, mientras la oruga se comía la otra... Entonces escuchó una voz que decía: Dios no se olvidó de esta oruga. ¿Cómo se va a olvidar de tus hijos?
Podríamos afirmar, sin albergar ninguna duda que, la sociedad actual está atravesada por la escisión psíquica. Para poder cumplir con la exigencia del rendimiento, el ser humano necesita volverse indiferente a muchas realidades anímicas de su ser; entre ellas, la obediencia, el cumplimiento de la norma y la estabilidad frente a los compromisos. La gratificación no aparece donde la escisión psíquica impera. La depresión revela que el alma no se siente satisfecha con lo que esta viviendo y, muchos menos, con los caminos que le esta tocando recorrer. Muchas personas van a consulta porque se sienten acompañadas de la insatisfacción, la sensación de fracaso o de insuficiencia pero, sobre todo, de que las cosas no fluyen y toca hacer demasiado esfuerzo para lograr la conquista de una meta. La histeria de la actividad provoca la depresión. Sentir que, no somos nada ni nadie si permanecemos inactivos hace que, a través de la depresión, busquemos una forma socialmente aceptada de disminuir el ritmo de actividad que atraviesa nuestras jornadas cotidianas. Rendir se convirtió en sinónimo de autorrealización, sino rinde, la gente se siente frustrada, inútil y desanimada; de esta forma, se abre el espacio para que la depresión entre en el alma, nuble la razón y paralice no sólo la actividad sino también la creatividad y la capacidad para tomar decisiones responsables y adultas. Hoy, dice Byung, la gente vive bajo la tiranía del sentimiento de que nunca se alcanza un objetivo de manera definitiva, vivimos con la sensación de insatisfacción y culpa. Byung cita a Ehrenberg quien dice: “La depresión simboliza lo incontrolable, lo irreductible. Se explica en función del choque entre las oportunidades infinitas y lo incontrolable. Por consiguiente, la depresión sería el fracaso del sujeto que aspira a tener iniciativas por culpa de lo ingobernable. Pero lo ingobernable, lo irreductible o lo desconocido son, igual que lo inconsciente, figuras de la negatividad que no son constitutivas de la sociedad del rendimiento dominada por el exceso de positividad”. Nadie logra evitar los sentimientos de frustración, impotencia y negatividad cuando las cosas no resultan como se habían planeado. La represión de la negatividad da origen a la depresión y, cuando menos lo advertimos, ella se convierte también en parte de nuestro ser profundo. La depresión también tiene su origen en el cansancio que produce estar sometido a la tiranía del rendimiento y la producción. Nos relacionamos con las cosas y con los demás desde la sobre-excitación, como lo señala Byung. Cada día las relaciones están menos atravesadas por la gratuidad. Volcados hacia afuera podemos llegar a ver en la depresión un camino para experimentarnos interiormente como realmente somos. Vivir girando en torno a los mismos pensamientos y auto imposiciones termina creando la necesidad de desconectarnos del mundo externo y del pensamiento para entrarnos en el bosque complejo de las emociones donde transitamos desde la incertidumbre antes que, desde la seguridad racional que nos ofrecen las ideas sobre lo que anhelamos. Escribe Byung: “Con la depresión se rompen todos los vínculos, incluso el vínculo consigo mismo. El duelo se diferencia de la depresión sobre todo por su fuerte vinculación libidinosa con el objeto. La depresión, por el contrario, carece de objeto, y por eso no está orientada. Conviene distinguir la depresión de la melancolía. La melancolía proviene de la experiencia de una pérdida. Por eso sigue entablando todavía una relación, concretamente una relación negativa con lo ausente. La depresión, por el contrario, queda escindida de toda relación y de toda vinculación”. En muchos casos, la depresión es un protesta ante la vida por no fluir como lo deseamos y proyectamos. La depresión describe la realidad interior del alma. En el depresivo está presente el cansancio de tener que hacer todo para que la vida fluya según las proyecciones de la productividad y la eficiencia. En la depresión también podemos ver actuando a la arrogancia, creer que podemos con todo y que somos capaces de tomar el lugar de otros. Inmersos en la narrativa de conquistar la felicidad a cualquier precio como expresión de nuestra autonomía y libertad solo hace que el alma se sienta prisionera, sin permiso para conectar con lo trascendente y para contemplar la belleza y el Misterio. Ante semejante realidad, el alma no tiene otro camino que no sea la depresión. La necesidad de tomar distancia de lo que hacemos y de quienes nos acompañan en la vida es un signo claro de la protesta que el alma hace cuando la llevan por caminos que la desconectan de su verdadera esencia que es religiosa, contemplativa y celebrativa. Enséñame, Señor, a vencer el miedo al silencio... Porque me da pereza. Porque me incomoda, cuestiona y reta. Porque no sé qué me espera. Porque el corazón transita caminos inciertos en los que fluyen sin control mis sentimientos y me esperan voces acalladas largo tiempo. O, quizás, porque no quiero asumir que no es el silencio mi miedo ni es la soledad mi problema. Sino en verdad es que vivo huyendo más de mí, que del silencio y más de Ti, que de mí. Así que, Señor, ayúdame a dejar de vivir huyendo y a vencer el miedo al silencio; a habitar feliz mi soledad y asomarme en paz a mi interior; para cruzar las barreras de mi alma y plantarme, ahora sí, ante ti, cara a cara (Óscar Cala sj)Francisco Carmona
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