Dios no está lejos de cada uno de nosotros. La tarea nuestra es acercarnos a Él con la misma actitud con la que Moisés se acercó a la zarza ardiente. Dice san Pablo: “En Dios vivimos, nos movemos y existimos”. Para entrar en contacto con Dios, lo primero que tenemos que hacer es purificar el corazón. Un corazón extraviado, que percibe distorsionadamente las cosas, que está lleno de orgullo, que se deja arrastrar por el dolor hacia el mal, que no ve más allá de sus propias creencias, difícilmente, puede darle espacio a algo diferente, a la vida misma. En cada ser humano reside una fuerza que le permite transformarse. Unos, cuando enfrentan el dolor, ante la incapacidad de tener dominio sobre sus emociones, pasiones e inclinaciones, se convierten en seres capaces de dañar a otros. También están los que, al mantenerse en contacto consigo mismo, logran hacer que el dolor sea la fuente de la que brota más amor, disponibilidad y servicio hacia la vida.
Un hombre, profundamente enamorado de su esposa, siente la impotencia frente a la muerte. Él se resiste a creer que la muerte pueda arrebatarle a quien más ama. Este dolor toma unas proporciones tan desmesuradas que, el hombre se propone conquistar todas las fuerzas posibles del universo, no importa el precio a pagar, con tal de recuperar el amor de su vida. Al respecto, dice Anthony Hopkins en la película Nixon: "A veces cuando algo sucede, pensamos que no debería haber ocurrido así. Por eso sentimos, cuando muere un ser querido, cuando perdemos unas elecciones, cuando sufrimos cualquier derrota, que todo ha terminado. ¡Y no es verdad! Ése es el principio siempre... Porque la grandeza se alcanza, no cuando todo va bien, sino cuando la vida te pone a prueba, cuando tienes un gran tropiezo, cuando te decepcionan, cuando la tristeza te invade. Porque solamente estando en lo más profundo del valle, puede saberse lo magnífico que es estar en la cima de una montaña". El duelo más difícil de superar es aquel que está acompañado por la negación, por la resistencia a aceptar lo que sucedió. Cuando esto sucede, las personas hacen todo lo posible por evitar el dolor. Terminan disociándose y haciendo daño a los demás de manera inconsciente. El deseo de recuperar lo perdido, en lugar de aceptar que la pérdida hace parte de la vida humana, nubla la consciencia e impide ver las cosas como son. Donde hay negación, la elaboración del duelo se hace muy difícil. El sufrimiento tiene sus raíces en la incapacidad de asentir la vida como es y, a la forma cómo ésta se manifiesta. Escribe Joan Garriga: “En ocasiones, no está claro si realmente queremos cambiar. A veces preferimos la lealtad a nuestras heridas y los beneficios neuróticos que obtenemos cuando nos posicionamos en un rol de víctimas. Generalmente, la gente solo quiere cambiar cuando tiene la necesidad de hacerlo, es decir, cuando sufre. Esto suele ocurrir cuando las relaciones de pareja, con los hijos o la salud se ven afectados. Entonces, uno siente la motivación para transformarse. En caso contrario, es difícil, pues solemos darles demasiado espacio a los mecanismos de defensa que apuntalan nuestro ego herido y que nos protegen de los cambios. Así, lo que resultó útil para defendernos de una vieja herida, después se convierte en los ladrillos de nuestra cárcel. El sabio y místico Georges Gurdjieff hablaba de la necesidad de experimentar un sufrimiento consciente para desmontar los ladrillos de nuestra cárcel. Se requiere, pues, un constante recuerdo de sí que no eluda, sino que se sumerja en lo doloroso. Como decía el filósofo Emil Cioran: A la mayoría de las personas les falta la audacia de sufrir para dejar de sufrir”. En medio de la dificultad, todos tenemos una tarea que realizar. Dice Thomas Merton: “Nuestra tarea es buscar y encontrar a Cristo en nuestro mundo tal y como es y no como podría ser. El hecho de que el mundo sea diferente de lo que podría ser no altera la verdad de que Cristo está presente en él, y que Su plan no ha fracasado ni cambiado: en efecto, todo se hará conforme a Su voluntad”. Nada de lo que sucede en la vida es en contra nuestra. El Ego se encarga de hacernos creer y pensar que los demás actúan movidos por el afán consciente de hacernos daño. Cuando hacemos una pausa en la mente, nos damos cuenta de que, las cosas que nos suceden hacen parte de la vida. Así es como podemos atravesar una situación difícil y desgastante, también podemos vernos liberados de hacerlo, no es una cuestión de privilegio, simplemente, así es la vida. En la Sagrada Escritura encontramos el libro de Job. Nos dice José Antonio Matos: “El libro bíblico sapiencial de Job es uno de los escritos emblemáticos en tratar el problema del mal y del sufrimiento en la existencia. De hecho, nos muestra cómo un hombre de actitud moralmente honrada pierde todos los bienes y deteriora su salud llegando a un estado de orfandad total. También, el itinerario de Job se desenvuelve en un drama divino, en donde, en su desgarramiento interpela a Yahvé. Aunque, a pesar del reclamo producto de su situación desahuciada y de tormento espiritual, crece una fe renovada. Por eso, el texto nos adentra en problemáticas como la justicia divina, los caminos y vivencias de la fe entre otros misterios”. El dolor nos puede akumatizar, hacer que saquemos lo destructivo y demoníaco que habita dentro de nosotros. También puede ser la oportunidad para que conectemos con nuestros Kwamis, la capacidad de crear y creer en la bondad, en la vida, en la generosidad y en el amor que, aunque a veces se oculta, sigue siendo el sol de cada alma y el anhelo más profundo de cada corazón. En la espiritualidad cristiana nombramos a Jesús el Cristo porque reconocemos que en Él, el amor actúa con tal fuerza que vence todo obstáculo que impide la vida plena. A veces hay que esperar, porque las palabras tardan y la vida suspende su fluir. A veces hay que callar, porque las lágrimas hablan y no hay más que decir. A veces hay que anhelar porque la realidad no basta y el presente no trae respuestas. A veces hay que creer, contra la evidencia y la rendición. A veces hay que buscar, justo en medio de la niebla, donde parece más ausente la luz. A veces hay que rezar aunque la única plegaria posible sea una interrogación. A veces hay que tener paciencia y sentarse junto a las losas, que no han de durar eternamente (José María Rodríguez Olaizola, sj)Francisco Carmona
0 Comentarios
Dejar una respuesta. |
Una producción de Francisco Carmona para acompañar a quienes están en busca de su destino.
Visita los canales de podcast en la plataforma de spotify y reproduce todos los episodios.
Haz parte de nuestro grupo de suscriptores y recibe en tu WhatsApp la reflexión diaria.
Escanea o haz clic en el siguiente enlace
Filtrar Contenido
Todos
|