En la sociedad del rendimiento el ser humano va siendo despojado lentamente del carácter sagrado que tiene la vida. La vida que nos queda, en palabras de Byung, es la vida desnuda; es decir, la vida sin sentido, sin esperanza, sin conexión con la fuerza que la trasciende. Lo curioso de esta situación es que, el ser humano cree que está siendo el mismo, sin serlo realmente. Cuando alguno intenta ponerse al margen de las demandas sociales termina siendo excluido. Para evitar la exclusión, muchos aceptan dejar el carácter sagrado y trascendente de la vida y vivir como muertos vivientes que solo saben perseguir hasta el cansancio una ilusión quimérica. Dice Byung: “la vida nuda en sí misma es sagrada, de modo que, el hombre ha de luchar a toda costa por conservarla” Esta es la historia de un hombre que afirmaba desde la infancia la libertad de su espíritu: no dependía de ninguna escuela ni creía en ningún dios. Una vez el hombre de espíritu férreo desapareció y fue encontrado años más tarde entregado totalmente a un santo que vivía apartado del mundo y al que servía con una sonrisa: le llenaba la pipa y le daba agradables masajes en las piernas.
Un amigo de antaño fue a visitarle y se sorprendió de tal servidumbre ¿Cómo has podido perder la libertad a la cual te aferrabas con tanta fuerza? No la he perdido. Incluso la he aumentado - contestó. No entiendo. Ese hombre estira las piernas hacia ti y tú le das un masaje... Claro está, pero dicho servicio no le hace falta. Sería vergonzoso que me lo pidiese si sólo fuese en su provecho. Y que yo le obedeciese. Pero soy yo quien lo necesita. Cuando nos desconectamos de la fuerza que todo lo trasciende también nos perdemos a nosotros mismos. La consciencia sobre nuestro destino se adormece y la crisis de identidad se hace presente. Al respecto, escribe Enrique Martínez Lozano: “La pregunta central es esta: ¿cómo podemos llegar a comprender lo que realmente somos y, de ese modo, alcanzar la liberación de la ignorancia y la experiencia de la plenitud (que las religiones llamaban “salvación”). Me parece que podemos estar de acuerdo en que solo hay dos modos de acercarnos a la realidad no material: uno es el camino de las creencias, el otro es el camino de la comprensión experiencial”. Nos desconectamos de nosotros mismos cuando pensamos que, sólo necesitamos dedicarnos a sacar provecho a nuestro potencial sin estar conscientes de la Presencia que somos. El camino espiritual es el camino que nos conduce a la comprensión profunda de la vida, de lo que estamos llamados a realizar en ella y de la fuerza que nos sostiene y llena nuestra existencia de vacío. De nuevo, escribe Martínez Lozano: “La comprensión, por el contrario, nace de más allá de la mente, aunque posteriormente se tematice conceptualmente, es decir, se plasme un mapa mental. La comprensión (que no es un mero entender, ni tampoco una doctrina secreta o esotérica reservada al círculo de los elegidos) puede darse de manera gratuita y sorpresiva o puede ser fruto de la indagación y experimentación. En cualquier caso, se produce en el silencio de la mente y la suspensión del pensamiento. Comprender equivale a ver. En la comprensión de lo que somos se ventila absolutamente todo lo demás. Sin ella, permanecemos en la ignorancia, la confusión y el sufrimiento. Gracias a ella, reconocemos ser lo que somos y eso transforma de manera radical y liberadora nuestro modo de ver, de actuar y de vivir”. José María Rodríguez Olaizola señala el prejuicio que existe hoy sobre Dios y lo hace en los siguientes términos: “Hay algunos lugares donde, por trayectoria, por educación, o por prejuicio, en cuanto mencionas la palabra Dios u otros términos claramente religiosos, la gente puede desconectar. Ocurre un poco como con aquellos atenienses que, oyendo a Pablo hablar de la resurrección de los muertos, se pusieron estupendos y le dijeron que ya si eso le escucharían otro día. En esos contextos, puede ayudar empezar a hablar desde vivencias, intuiciones, anhelos o ansias que son universales, para conectar con las personas, antes de llegar a intentar mostrar cómo esas ansias apuntan a Dios”. El cansancio actual que manifiesta la sociedad actual y traducido en desesperanza, depresión y desatención son manifestaciones del anhelo escondido de Dios en el alma de cada ser humano. La pérdida de la relación con Dios hace que la vida se vuelva efímera, sin sentido. Al respecto, Nietzsche señala que, al decretarse la muerte de Dios, la salud se eleva al lugar de diosa. Para evitar la fugacidad de la vida y la inestabilidad de los compromisos, el ser humano busca construir, desde la preocupación por la salud y el bienestar, una narrativa que le ayude a mantener la vida nuda sana. Sin el carácter sagrado de la vida, el ser humano se enfrenta a la vida sin tener alguna esperanza. Escribe Byung: “a la vida desnuda, convertida en algo totalmente efímero, se reacciona justo con mecanismos como la hiperactividad, la histeria del trabajo y la producción. Esa aceleración está ligada a la desconexión del ser” Hablando sobre el significado de la presencia de Dios en la vida del ser humano, Thomas Merton escribe: “En todas las situaciones de la vida, la voluntad de Dios viene a nosotros ya no meramente como el dictado externo de una ley impersonal sino antes bien, por sobre todo, como una invitación interior a un amor personal. Con demasiada frecuencia, el concepto convencional de la voluntad de Dios entendida a la manera de una fuerza inescrutable y arbitraria cerniéndose sobre nosotros con una hostilidad implacable, lleva a los hombres a perder la fe en un Dios al que sienten que no pueden amar. Semejante concepción de la voluntad divina conduce a la debilidad humana en dirección hacia la desesperación. Tales dictados arbitrarios procedentes de un Padre dominante e insensible suelen ser más semillas de odio que de amor. Si este es nuestro concepto de la voluntad de Dios, únicamente desearemos huir lo más lejos posible de Él y ocultarnos por siempre de Su Rostro. ¡Tanto es lo que depende de la idea que tenemos de Dios! Tenemos que aprender a tomar conciencia de que el amor de Dios nos busca en toda situación, y de que busca nuestro bien”. La sociedad del trabajo y del rendimiento no es ninguna sociedad libre como ella pretende hacérnoslo creer. La dialéctica actual, como lo señala Byung, ya no es la de amo y esclavo. Ahora, el que se cree amo es también esclavo. Somos nosotros mismos, los que movidos por el positivismo y el afán de producir quienes ponemos sobre nuestras espaldas fardos pesados de ilusiones que, poco a poco, nos van descentrando y quitándonos la vida y la esperanza. Ahora el trabajo es el nuevo amo de nuestra sociedad. Según el pensamiento de Byung, La autoexplotación, en la que el ser humano se encuentra actualmente, lo conduce hacia la depresión, el trastorno límite de la personalidad y, posiblemente, al origen de una disfunción neuronal. En la medida que, mantenemos una conducta autodestructiva y, seguimos convencidos que la fe enferma, perdemos la libertad interior. En esta dirección, en lugar de libertad y autonomía vamos conquistando nuestra propia esclavitud y miseria anímica” La esperanza de Dios no habla de utopías ni de realidades que no existen ni de mundos paralelos. La esperanza de Dios no habita en el optimismo vacío, ni en las frases hechas que no nos llevan a nada. La esperanza de Dios no la traen los mesías que anuncian catástrofes ni las ideologías que gritan y dividen el mundo en bandos. La esperanza de Dios viene a través del mensajero humilde, y del sabio que sabe mirar al cielo y al mañana, con fe en Dios y en el hombre, y con grandes dosis de amor. La esperanza auténtica la trae el Salvador. La esperanza auténtica la trae un niño llamado Dios (Álvaro Lobo sj)Francisco Carmona
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