El sistema familiar busca siempre estar en equilibrio. El síntoma es, muchas veces, la forma como el sistema familiar busca mantenerse en equilibrio aunque para creerse que lo está logrando comience a sacrificar el bienestar, la autenticidad en las relaciones, la comunicación o algún otro aspecto o dimensión de su vida. La muerte de un ser querido crea en el sistema la ilusión de que alguien puede tomar su lugar. Aquí será fundamental la forma como los miembros sobrevivientes comiencen a comunicarse, a expresar sus emociones y a luchar por conservar la armonía y estabilidad dentro del sistema. La inestabilidad que deja en un sistema familiar la muerte por suicidio es un tema complejo no solo de abordar, sino también de superar. Al sistema siempre lo rondarán las preguntas: ¿Qué hicimos mal?¿Podríamos haber hecho algo para evitarlo? Era un lechero acaudalado y que contaba con varios trabajadores en su lechería. Llamó a uno de ellos, Ashok, y le entregó una olla llena de mantequilla para que la llevase a un cliente de un pueblo cercano. A cambio le prometió algunas rupias extras. Ashok, muy contento, colocó la olla sobre su cabeza y se puso en marcha, en tanto se decía para sí: Voy a ganar dos rupias. ¡Qué bien! Con ellas compraré gallinas, éstas pronto se multiplicarán y llegaré a tener nada menos que diez mil. Luego las venderé y compraré cabras. Se reproducirán, venderé parte de ellas y compraré una granja. Como ganaré mucho dinero, también compraré telas y me haré comerciante. Será estupendo. Me casaré, tendré una casa soberbia y, naturalmente, dispondré de excelente cocinero para que me prepare los platos más deliciosos, y si un día no me hace bien la comida, le daré una bofetada. Al pensar en propinarle una bofetada al cocinero, Ashok, automáticamente, levantó la mano, provocando así la caída de la olla, que se hizo mil pedazos contra el suelo derramando su contenido. Desolado, volvió al pueblo y se enfrentó al patrón, que exclamó: ¡Necio! ¡Me has hecho perder las ganancias de toda una semana! Y Ashok replicó: ¡Y yo he perdido mis ganancias de toda la vida!
Creer que podemos tomar el lugar de otro en el sistema familiar es más arrogancia que amor. Dentro del sistema cada uno tiene su lugar. Cuando alguien es excluido, la fuerza que toma la exclusión comienza a generar dinámicas que ponen en riesgo la estabilidad y salud del sistema. En el caso de quien se quita la vida, cada miembro del sistema se relacionara con él de una forma diferente. Inconscientemente, quien se suicida transgrede las normas del sistema familiar y, por esa razón, es fácilmente excluido del sistema. ¿Cómo puede ocurrir esa exclusión? A través de la vergüenza que se experimenta cuando se tiene que hablar de las causas que condujeron a la persona a tomar la decisión de quitarse la vida. En los órdenes del Espíritu, Bert Hellinger señala: “La interacción de culpa e inocencia se inicia dando y tomando, y se regula mediante una necesidad de compensación, común a todos. En cuanto este equilibrio se alcanza, una relación puede darse por terminada, o ser retomada y continuada dando y tomando de nuevo. Sin embargo, no puede darse ningún intercambio constante sin que una y otra vez se llegue a un equilibrio. Es igual que al andar: nos paramos si mantenemos el equilibrio; nos caemos y nos quedamos en el suelo si lo perdemos; y seguimos avanzando si alternativamente lo perdemos y lo volvemos a ganar. La culpa como deuda y la inocencia como descarga y derecho a la reivindicación se hallan al servicio del intercambio. Gracias a esta culpa y a esta inocencia nos apoyamos mutuamente y nos unimos en el bien. Esta culpa y esta inocencia son una culpa y una inocencia buenas que nos hacen sentirnos en orden, bajo control y buenos”. La muerte de un ser querido, especialmente, bajo la condición que impone el suicidio al sistema familiar, termina generando la necesidad de compensar tanto el acto como el dolor causado. Cuando nos desconectamos de la Fuerza que abarca todo, lo reúne, lo sana y reconcilia, la vida pierde sentido y, en consecuencia terminan perdiendo valor tanto la vida como la muerte. El vacío existencial, la violencia, el afán de sentirnos inocentes frente al daño que hacemos a otros no es otra cosa que manifestaciones de nuestra desconexión de la fuerza espiritual y trascendente en la cual todos somos UNO. El árbol se conoce por sus frutos. Cuando las raíces del árbol no logran hacer la conexión adecuada con la tierra y tomar los nutrientes necesarios para su crecimiento, alzarse hacia el cielo, crecer, se vuelve una tarea complicada y, si se lo logra, es posible que los frutos no tengan la sazón que los haga agradables al gusto de quien son ofrecidos. La vida deja de fluir cuando nos desconectamos tanto de los que nos nutre como de aquello en lo que anhelamos convertirnos, de nuestro destino. La humildad es el camino para salir de la arrogancia. Para salir del laberinto en el que el alma angustiada se encuentra es necesario tener el valor de descender a las profundidades del corazón. Ese ejercicio nos ayuda a descubrir la fuerza que proviene del abandono de nosotros mismos para abrirnos al amor más grande, al amor que tiene a Dios como su principal y verdadera fuente. Dios es el único, dice Anselm Grün, que puede liberarnos de nuestras falsas actitudes y patrones erráticos de conducta. En la medida que, bajamos a las profundidades del corazón, donde podemos vernos tal como somos, vamos tomando fuerza para vencer los motivos que nos hacen dudar de la vida y pensar que, la muerte es la mejor salida para nuestras dificultades. Cultivar y mantener los defectos que deforman nuestro carácter, en lugar de darnos fuerza, terminan siendo los motivos de nuestra humillación. Escribe Anselm Grün: “A quienes son incapaces de controlarse y evidencian estar del todo a merced de sus impulsos y humores, nadie les tiene respeto. Para poder vencer esos humillantes defectos, no hay todavía necesidad de humildad, lo requerido aquí es una voluntad firme, perseverante, disciplinada y dispuesta a luchar”. Durante este proceso, la humildad se requiere en dos momentos: el primero, para acogerse amorosamente. Sin una mirada bondadosa sobre uno mismo, el trabajo interior se vuelve espinoso. En segundo lugar, para no caer en la vanidad. A medida que se van manifestando los frutos de nuestro esfuerzo, la tentación de la vanagloria entra al escenario. El primer paso hacia la espiritualidad consiste, en el conocimiento interno de sí mismo. Reconocer el desorden de nuestras emociones, el dolor que nos habita y la fuerza que tienen nuestras pasiones cuando en lugar de ponerse al servicio de la vida y del amor, se dirigen a la propia autosatisfacción, orgullo y vanidad es de suma importancia en el proceso de crecimiento interior. Conectamos espiritualmente con la vida cuando damos sentido a nuestra existencia y la realización de ese sentido es una tarea cotidiana que se ejerce con responsabilidad, amor y cuidado. La conexión con el alma evita que caigamos en el cansancio, en el exceso de positivismo propios de nuestra cultura actual. La vida supera el vacío y la búsqueda desenfrenada de la felicidad a través del consumo cuando aprende a contemplar y disfrutar de la belleza y grandeza del Misterio donde todo tiene su origen y del cual podemos tomar la fuerza necesaria para ver que la vida consiste en vivir y no en satisfacer las expectativas y demandas egoístas de los demás. Nunca dejes que creamos que ya sabemos cuánto nos has amado, cuánto nos amas y cuánto amor podemos intuir que nos queda por recibir de Ti (Fran Delgado sj)Francisco Carmona
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