El desierto como símbolo de nuestra realidad existencial se refiere a una metáfora que describe el estado de confusión, vacío o desorientación que una persona puede experimentar durante un período de su vida. Durante el tiempo que dura la experiencia, la persona tiene que enfrentar la desolación, la soledad y la desesperanza que suelen acompañar este tipo de experiencias. El objetivo fundamental del Desierto está relacionado con la transformación interior, espiritual y psicológica de la persona que vive y atraviesa dicha experiencia. Una de las sensaciones que mayor impacto tienen sobre el alma está relacionada con la desconexión, la sensación de estancamiento o parálisis de la propia vida, de la vocación, de la misión o de los deseos más profundos. Mientras se atraviesa el desierto, la persona siente que fue despojada de los objetivos y propósitos que venía persiguiendo. La falta de motivaciones, de emociones, la insatisfacción y la sequedad interior comienzan no sólo a estar presentes, sino también a aumentar en intensidad. Las relaciones interpersonales comienzan a estancarse, la aridez interior y espiritual ganan terreno y amenazan con destruir la poca armonía que queda. En estas condiciones, la apertura a la acción de Dios se convierte en una actitud fundamental para poder avanzar. El desierto es el tiempo a través del cual el desapego libera al alma de todo aquello que la esclaviza y le impide verse libre y cómo realmente es.
El Maestro Eckhart insiste en la necesidad de unificar la vida para poder sentirse uno con Dios. En este sentido, el Desierto nos libera de aquellas fuerzas que, obrando en nuestro interior, nos apartan de nosotros mismos y, de todo aquello que nos conecta con Dios, que nos impide realizar, de manera auténtica, la comunión con Dios, mantener el interés en Él, construir una relación de intimidad lo suficientemente fuerte y sólida como para atreverse a confiarle plenamente la vida, dejarse guiar por Él y entregarse fielmente a la realización de su voluntad, según su interés y querer. Según Eckhart la existencia de Dios se evidencia, en la capacidad que Él tiene de transformar todo aquello donde se hace presente por la fuerza de su amor. El desierto tiene como objetivo último hacer que descubramos a Dios como el centro de toda la realidad. Un general estaba en su casa, apreciando su colección de antigüedades, cuando de repente casi se le cae un precioso jarrón. ¡Oh! ¡Qué susto! – exclamó, y luego pensó: He dirigido millares de soldados, me he enfrentado a situaciones de vida o muerte y jamás me atemoricé. ¿Por qué será que hoy, a causa de una vasija, me he asustado de esa manera? De repente comprendió que el deseo y el apego a lo material habían creado una dependencia en él y era la causa de su miedo. Entonces, sin más, arrojó la valiosa vasija y la rompió. Cuando se ha logrado experimentar la unidad con Dios en el desierto, nos dice Eckhart, el ser humano comienza a anhelar la vida de Dios, desea vivir sin preguntar el por qué, por los fines, por las metas, todo esto sucede cuando se logra la conexión con Dios, vivir interesado en Él, ocupado en sus cosas. También señala el Maestro Eckhart la importancia que tiene vivir en sintonía consigo mismo para poder vivir en sintonía con Dios. Quien anda desconectado de sí mismo, cuando intenta conectarse con Dios, termina conectado con sus complejos, con su sombra, con su propia vulnerabilidad y, en algunas ocasiones, con el mal. El desierto es el lugar, el espacio interior, a dónde nos retiramos para poder liberarnos de nosotros mismos y de todas aquellas cosas que nos esclavizan, llegando incluso a tiranizarnos en algunas ocasiones. Tres cosas nos señalan, según el Maestro Eckhart, aquello a lo que debemos prestar atención si deseamos que nuestro corazón permanezca unido a Dios. La primera, el alma tiene que desapegarse de todas las cosas que se han apoderado de su corazón y en las que se entretiene alejándose de Dios y perdiéndose a sí misma porque deposita en ellas toda su confianza. La segunda, es necesario adentrarse en el bien de Dios. Cuando conectamos con Dios, el deseo de hacer el bien a los demás, incluso al que nos hace daño, se convierte en un patrón constante en nuestra vida. La tercera, el alma unida a Dios siempre recuerda la nobleza de éste y, se inspira en ella a la hora de actuar. El alma ve en la misericordia la Dios la mayor expresión de su grandeza. Dice el Maestro Eckhart: “Solo el hombre en estado de retiro está preparado para dar cabida a Dios en él, para acogerlo y para dejarlo que obre. ¿Qué es el retiro? ¿Huida del mundo, existencia ascética, renuncia al contacto con la buena creación de Dios? Nada de eso es exacto. Nos acercamos a la correcta comprensión de la palabra retiro si nos fijamos en la imagen del ser humano liberado de todas las ataduras, del desorden emocional, del desenfreno de las pasiones y dispuesto para retornar a su origen: el amor mismo de Dios” en el Desierto el hombre purifica su corazón y el alma encuentra la libertad que el apego a cosas, a relaciones, a puestos de honor y trabajo, le arrebataron. La espiritualidad del Desierto nos enseña que, cuando olvidamos nuestra verdadera identidad y esencia terminamos esclavizados de las cosas, las emociones que despiertan se convierten en amos del corazón, de la mente y de la voluntad. Cuando nuestro mundo emocional se encuentra desordenado, las cosas dejan de ser lo que son y nosotros, por la forma como empezamos a actuar, mostramos la distancia que existe entre nosotros y la Fuente de la que procedemos. El retiro se hace necesario, ir al desierto, cuando la libertad, la posibilidad de ser nosotros mismos, de mantener la conexión con Dios está siendo amenazada. Dios actúa en nuestra vida, cuando la alienación del alma está llegando a niveles, que ella no puede seguir soportando. Nos tienta el ser dueños, nos atrae el asir, nos moviliza el poseer…Y en el monte cuando subes nos dices: no se aferren, no se apeguen, no tengan. Porque mi presencia está asegurada. Mi compañía es una certeza, y mi persona, la única posesión válida. Entonces descubrirán la plenitud, la verdadera alegría, la paz que nadie quita… y serán fecundos. Ahora, vayan, anuncien, proclamen… (Viviana Romero) Francisco Javier Carmona
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