Jesús dice a sus discípulos: “El que no arriesgue su vida por Mí, la perderá”. ¿Qué es arriesgar la vida por Jesús? Seguir a Jesús significa tomar la Cruz. Una gran mayoría de personas piensan que, la exigencia de abrazar la Cruz, le resta motivación a la vida, hace que la fe no valga la pena. En la cultura actual, hay una contraoferta al evangelio: “Sé feliz, disfruta el momento, alcanza el éxito, ¡la vida es para los triunfadores¡” Ante semejante propuesta, la invitación del Evangelio casi que produce asco. De hecho, muchos prefieren el evangelio de la prosperidad, de la abundancia, del éxito económico antes que, el Evangelio del amor, de la entrega, de la reconciliación. Hace poco, leí en redes sociales un mensaje que decía: “¿En verdad crees que, Jesús se encarnó, pasó haciendo el bien, murió en la cruz para que tu vivas creyendo que el mundo y todas sus riquezas te pertenecen, que eres rey y señor del universo y, que puedes decretar hoy y mañana abundancia para ti y castigo para los que te odian?” Dos hombres se presentaron ante el juez de la localidad. Señoría - dijo el primero - vengo a demandar a este individuo porque ha vendido toda la leña que ha cortado y no quiere darme mi parte. Si él ha cortado la leña, ¿qué es lo que has hecho tú? -interrogó el magistrado. Yo lo he estimulado dándole gritos de aliento y ánimo constantemente, eso ha provocado que cortara más leña de la habitual y que le pagaran una cantidad superior a la que normalmente recibe. El juez se quedó pensando unos instantes. Lo que reclama este hombre es justo - sentenció -. Leñador, dame la bolsa de dinero que has recibido y entregaremos la parte que le corresponde a este hombre. El juez cogió la bolsa del compungido leñador y la agitó ante la cara del hombre hasta que sonaron las monedas dentro. Éste es tu pago: ya tienes el sonido del dinero.
Para la alquimia, el metal más perfecto y el que mejor representa la vocación de los metales es el oro. La alquimia considera que, Cristo es el oro de la humanidad; es decir, el arquetipo del hombre completo, del hombre que logró hacer que su vida fuera perfecta porque realizó plenamente su vocación, su identidad. Hablar de Cristo es, hablar del oro, de la perfección a la que está llamada la humanidad entera; es decir, a vivir perfeccionándonos porque entregamos lo que somos a la realización de nuestra vocación y misión en el mundo. El que realiza su vocación, su identidad profunda, encontró el oro, el tesoro escondido en el terreno de su vida y, está invitado a celebrar junto con todos los que han alcanzado la misma meta, su propio logro, su verdadera victoria. Nadie alcanza tal victoria sino renuncia a todo lo que en su alma y en su corazón sirve al autosaboteo. Arriesgar la vida por Cristo y por el Evangelio no es otra cosa que, asumir seriamente el proceso de autoconocimiento, ese proceso que terminara revelándonos quienes somos realmente y a qué estamos llamados en esta vida. Jesús es considerado el redentor del inconsciente en la psicología profunda. ¿Qué significa que Cristo redime el inconsciente? Digámoslo sencillamente, gracias a Cristo entendemos que nuestra tarea no es permanecer fieles a nuestro sistema familiar, sino que estamos llamados a darle sentido a nuestra vida, algunas veces, ese sentido coincidirá con lo que espera la familia y, otras veces, será divergente, irá en una dirección que, si los padres no la aceptan, vivirán decepcionados. Un hijo que no fluye quedo atrapado en el sistema familiar y tiene miedo de seguir a Cristo. Cuando nosotros recurrimos a Dios para que nos libre de todo mal y peligro, lo hacemos en condición de hijos. Decepcionarnos porque nos vemos expuestos a la dificultad revela que, en la relación con Dios somos como el niño que todo lo espera de su padre. Proyectamos en Dios nuestros anhelos infantiles. En estos casos, viene el Ego para actuar como el agente que nos conduce a la individuación. Una vez que crecemos, no podemos culpar a nuestros padres de lo que no está bien en nuestra vida. Ya es nuestra responsabilidad. Cuando el hijo comprende que ya es adulto, también aprende a relacionarse de forma diferente con sus padres. Cuando una persona hace el camino espiritual, el que conduce al conocimiento auténtico de sí mismo, comprende que lo vivido, es parte del camino que conduce al tesoro oculto en la tierra de la propia vida, de su historia. El valor que tiene nuestra vida es algo que toca a cada uno descubrirlo y, eso implica entrega a la propia vocación. Manuel Velásquez Martín escribe: “Nuestra vida está llena de retos y decisiones importantes y el miedo se puede convertir en un problema, si lo dejamos fluir a sus anchas, hasta el punto de que se apodere de nosotros y llegue a afectar a nuestra autoestima y al reconocimiento y buena gestión de nuestros valores y capacidades. La vida no es un esfuerzo inútil, ni una aventura sin sentido... La vida es un don y un proyecto que debemos sacar adelante, caminando gradualmente hacia la plenitud... La vida es un regalo y una responsabilidad... una vocación y una tarea. Si tenemos miedo a Dios y le tenemos miedo a la vida, esa puede ser la mayor de nuestras ruinas... porque entonces no arriesgaremos nada de lo que somos o lo que tenemos. El Dios del miedo no existe es un invento humano. Solo existe el Dios del Amor, de la Vida y de la Libertad. Y no se trata de hacer de la vida una competición para ver quién es el mejor, el más listo o el más eficiente... Se trata de hacer crecer las posibilidades de vida de cada uno, para todos... con la certeza de que, al final, todos participaremos del mismo banquete y del mismo gozo de una vida plena: ¡Pasa al banquete de tu Señor!” Donde hay desesperanza, la increencia se abre paso. Dice Anselm Grün: “Arriesgar la vida significa originalmente poner algo en la balanza sin saber hacia dónde se inclinará, aventurarse en algo cuyo resultado es incierto”. Jesús nos invita a tomar la Cruz, cada día y, seguirle. La Cruz nos invita a arriesgar la vida, el que toma la Cruz no sabe que pasará mañana, pero está seguro de lo que está haciendo hoy, darse generosamente, porque sólo el que se entrega puede ver y gozar de un fruto verdadero y auténtico. Josef Pieper dice: “Los que han puesto su confianza en el Señor, caminan por la vida con valentía, no temen, a éstos les crecen alas, como si fueran águilas, van por la vida sin cansarse porque encontraron el gozo en saber qué, quien se deja moldear por el Señor nunca es defraudado”. La Cruz nos dice que, quien arriesga la vida, deja atrás lo que maltrata su alma e impide su crecimiento, es como el águila, ve todo desde la altura, no desde la mediocridad de la vida. Hoy, nadie quiere correr riesgos. Muchos quieren que todo se les entregue, no desean emprender conquistas; es más, cuando ven los obstáculos o exigencias, en lugar de prepararse para luchar, se disponen para salir huyendo. La desesperanza nos arrebata la energía vital. Vivir en la desesperanza es desperdiciar la vida. Quien tiene esperanza, toma la Cruz, se arriesga, porque ve la belleza que hay en el alma que, en lugar de quedarse estancada en el recuerdo, comprende que la vida transcurre día a día, no en el dolor, sino en la transformación de todo aquello que nos duele y se puede convertir en una ofrenda de amor. La esperanza nunca se frustra porque no está vinculada a las ideas sino al amor, al amor que engendra vida, incluso cuando la muerte parece ser la última palabra. Porque te tengo y no, porque te pienso, porque la noche está de ojos abiertos, porque la noche pasa y digo amor, porque has venido a recoger tu imagen, y eres mejor que todas tus imágenes. Porque eres linda desde el pie hasta el alma, porque eres buena desde el alma a mí, porque te escondes dulce en el orgullo. Pequeña y dulce, corazón coraza. Porque eres mía, porque no eres mía. Porque te miro y muero y peor que muero. Si no te miro, amor, si no te miro. Porque tú siempre existes dondequiera. Pero existes mejor donde te quiero, porque tu boca es sangre y tienes frío. Tengo que amarte, amor, tengo que amarte. Aunque esta herida duela como dos, aunque te busque y no te encuentre, y aunque la noche pase y yo te tenga, y no (Mario Benedetti)Francisco Carmona
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