Hace años, presentaron en cine: la “sociedad de los poetas muertos”. Entre las frases destacadas de la película está la siguiente: “No sé cuál será tu destino pero ciertamente sé una cosa: los únicos que serán realmente felices son aquellos que han buscado y encontrado cómo servir a los demás”. No es viviendo como el rico Epulón como el ser humano salva la vida de su destrucción. Tampoco viviendo como Lázaro. Ambos revelan la anti-humanidad, lo que Dios rechaza en la vida del ser humano. La aparición de Abraham nos revela que el camino que nos conduce a Dios no es la conmiseración con nuestra situación ni la indiferencia ante el dolor del otro. La idea central del texto sobre el rico Epulón y Lázaro está relacionada con la Escucha. Cuando no somos capaces de escuchar a Dios tampoco logramos escuchar nuestro corazón y, menos aún, el sufrimiento de los demás. Del mismo modo, el que no se escucha a sí mismo tampoco escucha a Dios. Quien tiene oídos sordos para sí mismo y para Dios termina autoexplotándose. Quien se dedica a explotarse a sí mismo bien, actuando como Lázaro, bien como el rico Epulón termina dejando a un lado a Dios que es el único que puede revelarnos como superar la escisión que acompaña al ser humano que cae en la desgracia tanto del dolor como de la indolencia.
Nasrudín estaba tratando de construir una casa. Sus amigos ya tenían casa y algunos eran carpinteros o constructores. Se alegraba de recibir sus consejos. Uno después de otro, y algunas veces todos juntos, le dijeron lo que debía hacer. El Mulla Nasrudín siguió obedientemente las instrucciones de cada uno. Cuando el edificio estuvo finalizado, no se parecía en nada a una casa. Es curioso - dijo Nasrudín - ¡después de todo, hice exactamente lo que todo el mundo me dijo que hiciese! El destino de cada uno se revela cuando escuchamos el llamado de la vida a servirla desde lo que somos y con los talentos con los que fuimos dotados para llevar una buena vida. Para descubrir nuestra vocación en el mundo; es decir, nuestro destino, necesitamos aprender a escuchar a la vida, al sufrimiento que hay en ella, al anhelo de ser que acompaña nuestro camino. Después, necesitamos salir del sistema familiar, de las creencias que nos impiden crecer y de las imágenes falsas de nosotros mismos y de la divinidad que nos esclavizan. En la sociedad de la producción y del rendimiento encontramos personas con un miedo muy profundo a ser consideradas inútiles o despreciables, es decir, seres sin ningún valor. Este miedo inspira a las personas a poner la imagen y los logros como el fundamento de su existencia. Muchos crecen convencidos de que para ser útiles hay que mostrar metas alcanzadas y dar cuenta del rendimiento que se es capaz de alcanzar. En lugar de estar conectadas consigo mismas, estas personas son tiranizadas por su Ego. Solo vale el que hace algo útil. La utilidad, curiosamente, está ligada a cumplir las expectativas de los demás, algo no sólo azaroso sino también capaz de mantener en la ansiedad e incertidumbre a las personas. No hay nada más inestable que la opinión y el juicio ajeno. El que vive en función de la imagen tiene aplausos, pero no crece. Escribe Henry Nouwen: “Una semilla solo florece por quedarse en el suelo donde está sembrada. Cuando arrancas la semilla una y otra vez para ver si está creciendo, nunca dará fruto. Imagínate ser una semillita plantada en tierra fértil. Solo necesitas quedarse allí y confiar que la tierra contiene todo lo que necesitas para crecer. Este crecimiento sucede aun cuando no lo sientes”. Para alcanzar el propósito que señala Nouwen es necesario permanecer en contacto con el suelo, con nuestra historia, con lo que realmente somos y a lo que ninguna opinión externa puede añadir o quitar nada. Lo que somos está ligado directamente al Amor. A ese amor que proviene de Dios y que es el único que, realmente define nuestra identidad. Sin conexión con Dios, con el Misterio, difícilmente, sabremos quienes somos realmente. En la sociedad del cansancio, el ser humano para poder rendir no sólo necesita autoexplotarse sino también escindirse y doparse. Escribe Thomas Merton: “Dios nos toca, y su contacto, que es vacío, nos vacía. Nos mueve con una simplicidad que nos simplifica. Entonces cesa toda variedad, toda complejidad, toda paradoja y toda multiplicidad. Nuestra mente flota en la atmósfera de una comprensión, de una realidad que es oscura y serena y lo incluye todo en sí misma. No deseamos nada más. No nos falta nada más”. Como dice Santa Teresa: “Solo Dios basta”. El miedo a ser considerados inútiles sirve para construir una narrativa donde estar ocupados, aunque no terminemos ningún proyecto, es el signo más evidente de nuestro valor. Si tenemos algo que hacer es porque aún somos productivos y si podemos producir, la vida tiene algún valor. En el libro psicopolítica, Byung escribe: “La sociedad del rendimiento, surge como una sociedad que ha perfeccionado los métodos para mantener al sujeto produciendo cada vez más y a mayor velocidad”. En la medida, que nos mantenemos dentro de esta constelación y narrativa creemos que estamos cumpliendo juiciosamente la tarea de crecer, transformarnos y reinventarnos. En realidad, estamos construyendo una falsa consciencia sobre nosotros mismos. Actualmente, el ser humano se descubre a sí mismo como un ser orientado a alcanzar sus metas personales. Este sujeto, sin darse cuenta, se tiraniza a sí mismo en virtud del logro de aquello que tiene proyectado realizar. El proyecto personal, curiosamente, se convierte en la nueva fuerza de coacción que, en aras de la felicidad y el éxito, nos imponemos. Ahora, la mayor preocupación es la optimización de nuestros recursos para alcanzar nuestros sueños. No necesitamos de la coerción externa. La falsa sensación de ser dueños de nuestra vida nace cuando nos enfocamos en vivir en función de los logros y evitando a toda costa que la sensación de fracaso e inutilidad se hagan presentes en nuestra vida cotidiana. Dice Byung: “Hoy creemos que no somos un sujeto sometido, sino un proyecto libre que constantemente se replantea y se reinventa. Este tránsito del sujeto al proyecto va acompañado de la sensación de libertad. Pues bien, el propio proyecto se muestra como una figura de coacción, incluso como una forma eficiente de subjetivación y de sometimiento. El yo como proyecto, que cree haberse liberado de las coacciones externas y de las coerciones ajenas, se somete a coacciones internas y a coerciones propias en forma de una coacción al rendimiento y la optimización”. Solo en la medida que, volvamos al encuentro con nosotros mismos y sanemos nuestra relación con Dios podemos vivir de una manera diferente no con la mente puesta en el proyecto sino en la realización. Al atardecer, llega a mí, como suave brisa, como fuego alentador, Tu Palabra. Las olas del mar y las corrientes de agua traen a mí, tu Voz. Estoy contigo, no temas. Aquí estoy contigo, vive. Al atardecer, juntos contemplamos la faena de ir anunciando tu Presencia (David Cabrera sj)Francisco Carmona
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