La vida digna del ser humano sólo puede construirse desde la verdad. Los años dedicados al acompañamiento, a la formación y a la terapia me han ido enseñando que, para caminar en la verdad, el conocimiento se vuelve insuficiente ante la falta de esperanza, de ilusión de confianza, de carácter, de voluntad y, sobretodo, de decisión para asumir la vida con todas sus consecuencias. Muchos prefieren huir de la verdad de sí mismos y mantenerse en los viejos patrones de conducta aunque los réditos que reporten sean negativos y cargados, a veces, de muchísimo dolor. “Dijo Jesús a sus apóstoles: No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay encubierto, que no llegue a descubrirse; ni nada hay escondido, que no llegue a saberse. Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a la luz, y lo que os digo al oído, pregonadlo desde la azotea. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma”. Un visitante refería la historia de un santo que quería ir a visitar a un amigo suyo que estaba agonizando; pero, como le daba miedo viajar de noche, le dijo al sol: En el nombre de Dios te ordeno que permanezcas en el cielo hasta que llegue yo a la aldea donde mi amigo agoniza. Y el sol se detuvo en el cielo hasta que el santo llegó a dicha aldea. El Maestro sonrió y dijo: ¿No habría sido mejor que el santo hubiera vencido su miedo a viajar de noche?
Las personas encuentran la verdad de su ser cuando se dedican a desarrollar el potencial más profundo que hay en ellos. Cuando un ser humano trabaja la dimensión espiritual de su ser encuentra que, en su interior, hay un conjunto de recursos que le dan esperanza, fortaleza y claridad; además, le permiten conectar con algo que nos trasciende y, como dice Víctor Frankl, puede darnos fuerzas, creatividad, sentido y voluntad de vivir. Cuando en lugar de aceptar y trabajar nuestra dimensión religiosa y espiritual, nos dedicamos a rechazarla y, a obstaculizar su operación en nuestra alma, estamos yendo en contra del inconsciente que, por su misma naturaleza, se siente unido a Dios. Víctor Frankl, por ejemplo, habla de la presencia ignorada de Dios. Nosotros podemos traicionar la presencia de Dios en nuestra vida, lo que no podemos hacer, es ignorarla o desconocerla, sin caer en la neurosis existencial. Escribe Willigis Jäger: “Lo que somos en lo más profundo, naturaleza divina, encarna siempre y nuevamente. Sólo la naturaleza divina renace una y otra vez. Nuestra naturaleza esencial siempre permanece inmaculada, no está destinada a la muerte, sino a la creación constante de nuevas formas. Cuando los cristianos profesan la resurrección afirman que, los límites de nuestra condición son superados porque siempre somos conducidos por Dios al ámbito de lo carente de espacio y tiempo. Resucitar significa que, pese a cualquier circunstancia, siempre estamos unidos a Dios. Ser uno con Dios significa que tenemos la misma edad de Dios, es decir, que somos vida intemporal. Nuestro ser más profundo no tiene edad porque es eterno”. La muerte física no representa el fin de la vida sino la muerte del Yo. La religión cristiana, cuando habla de Jesús, nos quiere transmitir una verdad eterna: La esencia profunda que somos, no está sujeta a la muerte. Nada ni nadie nos puede separar de Dios porque somos Uno con Él. Esa experiencia esta plasmada en la expresión de Jesús: “El Padre y Yo somos Uno. Quien me ve a Mí, ve al Padre”. Lo anterior, no es el resultado de una reflexión filosófica de Jesús, sino de una experiencia de profunda de encuentro consigo mismo y con Dios en la oración y, en la acción de sanar y reconciliar el mundo. Jesús fue un hombre que dedicó su vida a liberar a las personas del miedo porque a todo aquél que se dejaba conducir por Él, que entraba en relación con Él, lo conducía a la experiencia profunda sobre la cual Él sustentó su vida y, donde encontró la fuerza que permitió que pronunciara tales palabras. La individualidad que somos, se ve afectada por la identificación con el Yo. Las diferentes tradiciones místicas enseñan que, la muerte del Yo es necesaria para que surja la divinidad que habita en nosotros. Por Yo entendemos la forma como se organiza el conocimiento inmediato que tenemos de nosotros mismos y de la realidad que nos rodea. El Yo está sujeto a las determinaciones del tiempo y del espacio. En psicología se entiende por Yo a la parte consciente de la mente. Al Yo le atribuimos nuestra identidad. Una identidad que, la mayoría de las veces, está construida como respuesta a las expectativas que sobre nosotros tiene el sistema familiar al que pertenecemos o como mecanismo de sobrevivencia ante las situaciones dolorosas y traumáticas que nos ha tocado enfrentar. Recordemos que, la identificación con los pensamientos, con la realidad que nos ha tocado vivir y nos ha afectado profundamente, termina convirtiéndose en la fuente principal de sufrimiento. En la medida que, vamos diluyendo las diferentes identificaciones que hemos construido en la vida, vamos acercándonos a nuestro ser esencial y profundo. Dice Ramana Maharsi: “Deja que averigüe de quién son los pensamientos. ¿De dónde surgen? Deben surgir del Ser consciente. Aprehenderlo aunque sea por un instante ayuda a extinguir el ego. De ahí en adelante, se vuelve posible la integración de una única Existencia Infinita. En ese estado, no hay individuos además de la Existencia Infinita. Por ello no hay pensamiento de muerte o sufrimiento”. Mientras estamos apegados a la estructura de nuestro Yo, sentimos miedo de la muerte, de la enfermedad, de los diferentes desafíos que la vida nos presenta. Esta identificación nos lleva a creer que nacemos y morimos. Cuando entramos en la experiencia de comunión con Dios, con la Realidad Primera de la vida, podemos hacernos conscientes de que, la muerte corresponde al Yo y la vida eterna a Dios. Dice Jäger: “Espacio y tiempo son modos de ver de nuestra razón, pero en realidad sólo existe el ahora. Lo único que existe es la intemporalidad”. Para poder experimentarla, necesitamos abrirnos a la experiencia de Dios que acompañó y guió la vida de Jesús de Nazareth. Jesús es el modelo en el que podemos reconocer cuál es nuestra esencia auténtica. No hay otra forma. Enseña el Maestro Eckhart: “En tu juicio, ¿qué es lo que ha hecho que hayas logrado alcanzar la verdad eterna? Es porque he abandonado mi yo tan pronto lo he hallado. Y también: Aquellos que no se han liberado temen la alegría de los corazones de aquellos que se han liberado. Nadie es rico en Dios, si no ha muerto enteramente para sí mismo”. El reino de Dios es para aquellos que han logrado morir a las identificaciones del Yo y se han abierto de corazón a la verdad eterna, la única capaz de generar auténtica confianza, que nos dice: “En Dios somos, nos movemos y existimos”. A menudo, ni estás ni se te espera. Otras, como que llegas y te vas. ¿Dónde habitas confianza? Muro de carga de mi inestable vida. Tan diminuta te arrancaron de mis manos, que nunca supe pensarte ingente, apoyarme en ti. Durante muchos años imaginé que crecerías con el tiempo, con la edad. Que te harías grande cuando yo lo fuera. Un resultado cualquiera de mi esfuerzo, de mi ingenio y de mi entrega. Ahora que voy de vuelta en la vida, de triunfalismos falsos, sé que nunca se te conquista. Y hasta tu estatura, últimamente, se muestra inversa a la mía: Tú más fuerte cuando yo más endeble ¡Devuélveme a tu casa, confianza! Extírpame uno a uno, los apremios, los agobios, los perfeccionismos. Gradúa con paciencia mis torpes ojos, hasta que aprendan a ver cómo en las pequeñas cosas y en las personas pequeñas sigues forjando los cimientos de un nuevo mundo por hacer (Seve Lázaro, sj) Francisco Javier Carmona
0 Comentarios
Dejar una respuesta. |
Una producción de Francisco Carmona para acompañar a quienes están en busca de su destino.
Visita los canales de podcast en la plataforma de spotify y reproduce todos los episodios.
Haz parte de nuestro grupo de suscriptores y recibe en tu WhatsApp la reflexión diaria.
Escanea o haz clic en el siguiente enlace
Filtrar Contenido
Todos
|