Cada vez que descubrimos la carencia necesitamos volvernos hacia el corazón. Escribe el Santo Nombre: “La carencia no es algo negativo, es el llamado de nuestra naturaleza original que nos invita a salir del exilio sin sentido”. Cuando no sabemos cómo podemos ser felices o cuando sentimos que tenemos todo para ser felices y no lo somos, la carencia se hizo presente, invitándonos a ir al desierto, que no es otra cosa que, acostumbrarse a vivir desde el interior que es nuestra verdadera y auténtica morada, el lugar donde podemos ser auténticamente nosotros. La carencia tiene muchos ropajes, hace que nos vistamos de lo que no somos porque su esencia es vivir afuera, en el mundo de la expectativa, de la negación o represión de nuestro auténtico ser. A constelaciones asistió un hombre que, desde pequeño se había hecho la promesa de no disgustar a sus padres, de ser un niño modelo. Ahora, se sentía atrapado, le pesaba ser el niño que sus padres admiraban. En la infancia, los padres fueron muy duros con el hermano mayor. Al hombre que consulta, le parecían muy dolorosos los castigos a los que su hermano era sometido por ser desobediente. Le ensordecían las palabras cargadas de reproches e impotencia de los padres frente al mal comportamiento de sus hijos. Este hombre se compró el personaje del “Buen niño”, ahora, experimenta la carencia y, siente que es la hora de ser el mismo, no sabe qué hacer con su personaje porque no sabe ser otra cosa que, el niño que se gana toda la admiración de sus padres.
Ante la aparición de la carencia, podemos anestesiarnos, distraernos, adormecer el ansia que comienza a agobiarnos. Ir a nuestro corazón, a nuestro interior, después de tanto tiempo de estar alejados de él, no es una tarea ni fácil ni cómoda. Muchos temen enfrentar el vacío y, prefieren seguir con el personaje que, si bien les ha permitido alcanzar la aprobación de sus padres, también les está ahogando el alma y su anhelo más profundo de ser ellos mismos. Nadie regresa solo a su corazón. Es importante saber quién nos puede acompañar y cómo vamos a hacer el viaje porque no sólo se trata de atravesar el desierto sino también de saber enfrentar todos los peligros que hay allí. El desierto es un lugar tanto de vida como de muerte. Nadie puede estar seguro de ir al Desierto y salir con vida de allí. Muchos prefieren seguir aferrados a sus ídolos, construir sus propios becerros de oro, consolidar los sistemas de creencias limitantes antes que, encontrarse con el Dios que, como dice el Maestro Eckhart, viene a nuestro corazón sin imágenes intermedias o sustitutas. Sentir que falta algo en nuestra vida nos pone, como dice Dolores Aleixandre, en una situación de precariedad existencial. Muchos se ponen en camino y buscan la vida. Otros, se llenan de temor y se paralizan; a veces, se dejan morir. La carencia cuando encuentra un buen lugar en nuestra vida hace que participemos de la realidad cotidiana del ser humano: la vulnerabilidad. Muchos, ante la vulnerabilidad, se muestran como personas fuertes, duras, agresivas e intimidantes. Ante esta realidad, se desarrolla una fuerte necesidad de control y una descompensación muy grande cuando las cosas no salen como se habían proyectado o deseado. Dios, al tomar nuestra carne, comparte la frágil condición de nuestra naturaleza humana; de esta forma, nos revela que, una fragilidad asumida es fuente de mucha fortaleza. Quien entra en estado de carencia no sale de ella en las mismas condiciones en las que se encontraba al principio. La mujer samaritana, por ejemplo, sale del estado de carencia descubriendo el manantial de agua viva, consciente de ser una auténtica buscadora de Dios y convertida en una auténtica evangelizadora y, como dice Dolores Aleixandre: “Por su testimonio, la mujer samaritana logra que muchos se acerquen a Jesús y crean en Él”. Jesús le revela a la samaritana que el amor de Dios es un don que se entrega gratuitamente, no hay que hacer ningún esfuerzo para tenerlo, sólo hay que acogerlo y permitir que habite en nuestro corazón. La samaritana tiene la tarea de permanecer en el amor de Dios porque ahí, puede dar mucho fruto. José, el esposo de María, al darse cuenta de que su prometida está esperando un hijo y desconociendo como sucedieron todas las cosas, desea apartarse en silencio y dejar a María. ¿Qué hacer ahora? La carencia mueve los hilos de nuestra vida y puede llevarnos a tomar decisiones que, si bien son justas, no corresponden definitivamente al plan de Dios, a su voluntad para con nosotros. A la samaritana, se le aparece Jesús en el brocal del pozo. Ahora, a José, se le aparece el ángel del Señor en sueños. Dios, a su manera, responde a la carencia de estos dos seres humanos. José toma en serio el mensaje del Ángel, convierte a María en su esposa y al niño, lo adopta como hijo, siendo para él un padre ejemplar. Sólo en la medida que, disponemos el corazón para que Dios entre en él, podemos salir de la carencia. El samaritano, un hombre con una identidad negativa a causa de su etnia, encuentra en el camino a un hombre herido. Para este hombre, la carencia está reflejada en tener que llevar sobre sus hombros su pertenencia y, sentirse excluido a causa de su origen. En el camino, el samaritano ve a un hombre herido y descubre su verdadera identidad. Dice Dolores Aleixandre: “La misericordia que lo habitaba, le ha hecho comportarse como prójimo de quien lo necesitaba para continuar viviendo. Recibe de Jesús un nuevo nombre: “El que tuvo compasión”. El joven rico y el escriba compartían el deseo de alcanzar la vida eterna. A ambos, Jesús, los invita a vivir en el desapego. La verdadera identidad se encuentra cuando superamos la avaricia, la ambición y la codicia. Ninguna de las tres es capaz de inspirar la bondad, la empatía, la misericordia y la compasión; al contrario, como dice León Tolstoi, nos llevan al orgullo, a la astucia y a la crueldad. Desde la fragilidad del niño recostado en el pesebre, Dios transforma nuestra carencia y hace que, al descubrir quienes somos realmente, podamos llevar su luz en nuestro corazón e irradiar a quienes están cerca y, también a los que están lejos. Solo hay que permitir que, Dios nos tome de la mano y, a través de Jesús, nos ayude a ser nosotros mismos. Está cargado el tiempo de promesas y nosotros a vueltas con el tedio. Anda el futuro lleno de esperanzas, pero andamos sumidos en la bruma ¿Qué nos pasa, que ya no nos reímos a pesar de saberte a nuestro lado? ¿Qué sucede, que solo conjugamos el júbilo en pretérito olvidado? Se nos ha puesto voz de plañidera, tristes profetas de este presente incierto. Si acaso, por un rastro de confianza volvemos a adentrarnos en tu reino. Si bajamos la guardia ante los otros y dejamos que suene la alegría. Si soltamos las cargas que nos atan, tal vez descubriremos que aún bailamos, que tu luz ilumina los rincones donde andaba, extraviada, la inocencia, que tu fuego aún estalla en nuestro seno. Al fin tu son de amor y de justicia nos volverá cantores de evangelio (José María Rodríguez Olaizola)Francisco Carmona
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