Cuando enfrentamos una situación existencial que, de una manera u otra, no logramos resolver o queremos evitar, somos conducidos por el Espíritu hacia el Desierto donde una voz clama: “Preparad el camino para el Señor”. Esta voz invita a un modo de vivir verdadero, auténtico, coherente con lo que somos y lo que estamos llamados a realizar. En el desierto, nos preparamos para que Dios entre en nuestra existencia, no sólo liberándonos y transformándonos sino también llenando nuestra vida de sentido, haciéndola cada vez más sagrada e inviolable. Las preguntas verdaderas exigen respuestas de la misma proporción. En el Desierto, se desvanecen las falsas ilusiones, las actitudes heroicas y quedamos solos de frente, cara a cara, con nuestro vacío. Señala el Santo Nombre: “El vacío del desierto nos anonada, desmantela las falsas seguridades, nos revela lo que es. ¿Qué pasa si no voy a hacer aquella compra? ¿O si no voy a conversar con aquella persona? ¿O si no enciendo la televisión o no acudo a Internet? ¿Qué pasa si permito que el desierto ingrese a mi vida? Y, en ese caso, ¿Cómo atravesarlo realmente en lo cotidiano? Despejemos el camino, para que se manifieste en nuestra vida aquella luz de la que Juan era testigo. (Juan 1, 6-8 ) (Marcos 1, 1 -4) Y entonces ¿Cómo despejar el camino?¿Qué pequeño o gran cambio puedo hacer en mi vida que allane el camino del Señor o que facilite la tarea de la gracia en mí? ...
Unos profesionales todos triunfadores en sus respectivas carreras, se juntaron para visitar a su antiguo profesor. Pronto la charla devino en quejas acerca del interminable estrés que les producía el trabajo y la vida en general. El profesor les ofreció café, fue a la cocina y regreso con una cafetera grande y una selección de tazas de lo más ecléctica: Porcelana, plástico, vidrio, cristal, sencillas y baratas, decoradas, otras exquisitas…. Tranquilamente les dijo que escogieran una taza y se sirvieran un poco de café recién preparado. Cuando lo hicieron, el maestro con calma les dijo: Se habrán dado cuenta de que todas las tazas que les di eran distintas… unas bonitas, otras sencillas y baratas. Ustedes escogieron primeros las bonitas y exquisitas, lo que es natural, ya que cada una prefiere lo mejor para sí mismo. Esa es la causa de sus problemas relativos al estrés. Les aseguro que la taza no le añadió calidad al café. En verdad la taza solamente disfraza o reviste lo que bebemos. Lo que ustedes querían era el café, no la taza, pero instintivamente buscaron las mejores. Después se pusieron a mirar la tazas de los demás. Ahora piensen en esto: la vida es el café. Los trabajos, el dinero, la posición social... son meras tazas, que le dan forma y soporte a la vida, y el tipo de taza que tengamos no define ni cambia realmente la calidad de vida que llevamos. A menudo, por concentrarnos solo en la taza dejamos de disfrutar el café.. ¡disfruten el café! La gente más feliz no es la que tiene lo mejor, sino la que hace lo mejor con lo que tiene; así pues, que vivan de manera sencilla ¡Que disfruten el café En el desierto, nos enseña Fernando Vera, vivimos la doble dimensión que representa la Cruz, la horizontal y la vertical. Ambas están íntimamente unidas. La vertical invita a hundirnos en lo profundo de nuestra tierra, a veces, también convertida en barro por el exceso de sufrimiento que llevamos con nosotros. En la medida, que la dimensión vertical se hunde en lo profundo, alcanzamos mayor estabilidad y fortaleza para soportar los momentos difíciles que nos plantea la vida. Esta dimensión también nos recuerda que, lo divino se encuentra cuando descendemos a las profundidades del ser y cuando nos elevamos sobre nuestras miserias dejando que la fuerza de lo trascendente nos recuerde que, nuestra morada definitiva está en el cielo, en lo alto. Nos conocemos, acogemos y amamos para aspirar como dice el apóstol: a los bienes de allá arriba. La dimensión horizontal, dice Fernando Vera, hace posible que descubramos la profunda alianza que existe entre Dios, que es profundamente compasivo, y nuestra condición humana, caracterizada por su profunda fragilidad y vulnerabilidad. En esta dimensión, Dios extiende su mano para levantarnos, para recordarnos que, nuestro destino no es andar derrotados sino de pie. En esta dimensión, también Dios nos recuerda que lo que Él hace con nosotros, es obligación nuestra hacerlo con nuestros semejantes. El mandato: “Ve tú y has lo mismo” es un imperativo antes que, una recomendación. La dimensión horizontal recuerda que nuestro paso por la tierra está marcado por el compromiso de derribar los muros que nos separan, enemistan y dividen. En el Desierto podemos encontrar, como lo dice el Maestro Eckhart, que “Dios no pide de nosotros otra cosa que no sea salir de nuestro modo inmaduro de relacionarnos con el Creador para dejar que Dios sea Dios”. Según el Maestro Eckhart, ante el llamado de Dios, nuestras primeras reacciones son de resistencia y, en algunos momentos de huida. Mientras más fuerte es la resistencia, mayor será la fuerza que el Espíritu emplee para llevarnos al Desierto. Una vez allí, nos enfrentamos a nuestros miedos, oscuridades y demonios. Después de la lucha con estas realidades interiores, no tenemos otra alternativa que reconocer lo alejados que hemos estado de nosotros mismos y, por esa razón, hemos estado resistiendo al querer y voluntad de Dios. El final, no es otro que la rendición ante Dios, la vida y, buscar la conversión en el Espíritu. En el Desierto entendemos que, separados de Dios nunca lograremos dar verdadero fruto. El Maestro Eckhart es duro con aquellos que, resistiéndose al llamado de Dios terminan convenciéndose a sí mismos de actuar correctamente. Al respecto, escribe el Maestro: “Hay quienes quieren ver a Dios con los mismos ojos con los que ven una vaca y quieren amar a Dios como aman a una vaca, a la que quieren por su leche, su queso y los beneficios que obtienen (…) pero éstos no aman rectamente, sino más bien su interés personal”. El amor de Dios es algo totalmente diferente al que nos han enseñado o acostumbrado a vivir. En primer lugar porque, cuando Dios ama, transforma. Nada permanece igual después de conocer el amor de Dios. En segundo lugar porque, los que aman a Dios buscan en todo su querer e interés, renuncian a sí mismos para abrazar algo más grande. Los que han estado en el Desierto: Agar, Moisés, Elías, Juan el Bautista, Jesús, Carlos de Foucauld, Simón Weil, Etty Hillesum, por señalar algunos, han sido personas que, alentadas por el amor de Dios han convertido sus desiertos, sus incertidumbres, sus oscuridades en oasis, lugares de encuentro, espacios de solidaridad y de convivencia. Una vez que, entramos en el Desierto, no salimos de Él sino cuando aceptamos, como el barro, ser moldeados por el Amor fiel e incondicional de Dios. El desierto es el desafío más intenso que el alma humana puede atravesar en su camino hacia Dios, hacia su verdadero y real destino. El Dios que, con su amor nos seduce, nos lleva al Desierto para hablarnos al oído y para que, renunciando a las falsas imágenes que nos hemos hecho de Él, podamos entregarle todo nuestro ser, nuestro corazón. Suelta. Tus miedos, tus proyectos, tus sueños y fracasos. Suelta la imagen, los agobios, los fantasmas y presiones. Y confía. En Aquel que es tu descanso. En Aquel que no te juzga. En Aquel que te conoce. En Aquel que te sueña. En Aquel que te llama. En Aquel que te espera. Suelta y confía (Óscar Cala, sj) Francisco Javier Carmona
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