En constelaciones se aprende que existe un orden arcaico que en lugar de contener la desdicha y el sufrimiento los aumenta. Este orden arcaico actúa bajo la presión de un ciego sentido de compensación que pretende arreglar lo que está mal en el pasado. Este orden arcaico conserva su fuerza mientras permanece en el inconsciente. Una vez que sale a la luz, podemos actuar de manera diferente. Hace poco, vino a constelaciones una mujer que deseaba tener claridad sobre si le convenía o no entrar en la vida monástica. A medida que, la constelación avanzaba, nos dimos cuenta que, el abuelo había mandado a matar al esposo de una de sus cuñadas. La reacción de la cuñada fue mandar a matar a toda la familia. Uno de los hijos se enteró de lo que iba a suceder y huyo con sus hijos. Ahora, una de las nietas, miembro de la familia que escapó, deseaba dedicar su vida a Dios para expiar y compensar los pecados pasados de la familia. En estos casos, la recomendación es poner al consultante frente al abuelo, quien dio la orden de asesinar a su cuñado y decir: “Tu eres grande y yo pequeña. Me inclino ante tu destino, la fuerza de tus acciones y lo que guardas en tu corazón. Tomo mi destino, tal como me venga dado”. Después, se dirige a todos los muertos del sistema y dice: “Me inclino con respeto ante su destino. He deseado unirme a ustedes renunciando a mi destino y dedicando la vida a expiar lo que hizo que perdieran la vida. Por favor, denme su bendición y miren con amor si, en lugar de renunciar a mi vida, para reparar todo lo sucedido, me quedo y construyo una vida en el amor. Acepten que, en mi corazón, los dejé ir con amor”. Señala Bert Hellinger: “Cuando una persona esta dispuesta a ofrecer la vida de esta forma está unida por un profundo amor a quienes perdieron la vida y, por eso, intenta seguirlos a la muerte renunciando a su vida”.
¿Qué es el destino? le preguntó a Nasrudín un erudito. Una sucesión interminable de eventos interrelacionados, cada uno influyendo en los demás – dijo. Pero esa respuesta no me satisface. Yo creo en la causa y efecto. Muy bien, replicó Nasrudín, observa eso. Y apuntó a un cortejo que pasaba por la calle. A ese hombre lo van a ahorcar. ¿Lo van a ahorcar porque alguien le dio una moneda de plata que le permitió comprar el cuchillo con el cual cometió el crimen, o porque alguien le vio cometer el crimen, o porque nadie se lo impidió? Hace poco vino una persona sumamente angustiada por algo inesperado que estaba ocurriendo en su vida. Había ido buscando apoyo en su familia y la respuesta que encontró fue: ¡Nadie lo mandó, vea a ver cómo se sale! Fue donde quien consideraba su mejor amigo, quien le dijo: ¡No me quiero ver involucrado en tus asuntos, eso me puede costar mi relación! Fue donde se esposa y, le contó lo sucedido. Ella no dijo nada, al día siguiente tomó sus pertenencias, también a los niños y se marchó para siempre. Mientras escuchaba también pensaba: ¿Qué habría pasado, si este hombre, hubiese tomado la decisión de acudir a Jesús? Les dejó la respuesta a ustedes. Escribe Bert Hellinger: “Donde reinan los Órdenes del Amor, la responsabilidad colectiva por la injusticia cometida se acaba, ya que la culpa y sus consecuencias permanecen allá donde pertenecen, y la ciega necesidad de compensación negativa, que interminablemente va generando el mal por el mal, es sustituida por la compensación positiva. Esa se logra si los posteriores toman de los anteriores, sea cual fuera el precio que tuvieron que pagar, y si honran a los anteriores, independientemente de lo que éstos hicieron y, además, si lo pasado, fuera malo o bueno, también puede ser pasado. Así, los excluidos recuperan su derecho de hospitalidad y, en vez de atemorizarnos, nos aportan paz. Y nosotros, concediéndoles el lugar que les corresponde en nuestra alma, estamos en paz con ellos y, dado que realmente tenemos a todos los que forman parte de nosotros, nos sentimos completos e íntegros”. Donde el conflicto permanece no sólo está actuando la negación sino también la dureza de corazón que se resiste a aceptar lo que ocurrió y a mirar hacia adelante. A diario, veo personas que se niegan a ser exitosas, felices, a vivir en armonía o a entregarse de lleno a su vocación porque se sienten culpables de la desgracia que marco el destino de su familia. Encuentro personas que viven en la angustia y en el miedo a repetir el sufrimiento que cambio negativamente la vida de sus padres. A veces, también encuentro personas que asocian su vida con el evento fatal que trajo dolor a la familia. En una ocasión, una mujer decía: si no me hubiera ido de paseo, mi mamá no habría muerto. Hay dos hechos que coinciden pero uno no es consecuencia del otro. Hace poco atribuyeron la goleada que sufrió un equipo de futbol a la presencia de un personaje público en el estadio. Todo el tiempo están ocurriendo este tipo de atribuciones. ¿Qué hay detrás? Un proceso de reconciliación que no ha sido visto ni integrado. La dureza del corazón consiste en la incapacidad de acoger el sufrimiento propio y ajeno. Los juicios que descalifican la conducta del otro son la manifestación más clara de este desorden afectivo que tiraniza el corazón y lo extravía. Para Jesús, la dureza es la causa de conflictos con la vida y entre los seres humanos. El corazón se endurece porque toma distancia de sí mismo para protegerse del sentimiento de desamor, abandono y desatención en el que se encuentra. El problema radica en que, un corazón endurecido puede llegar a la indolencia, al maltrato y, en algunas ocasiones, a la violencia. Un corazón desconectado de sí mismo termina siendo presa fácil del mal, del pecado y de la injusticia. De ahí que, para Dios sea necesario restablecer la bondad y suavidad del corazón como el camino que nos conduce a la compasión y a la disposición para curar y salir del sufrimiento. Entramos en el verdadero orden del Espíritu cuando dejamos que, una fuerza Mayor a todas las que hemos conocido y en las que hemos podido poner nuestra confianza sea la que inspire y dirija nuestras acciones hacia el Bien Mayor. El Espíritu da orden a nuestra vida y trae luz sobre las zonas oscuras del alma. Además, el Espíritu nos consuela en las dificultades y aboga por nosotros cuando a nuestro alrededor parece que no existe otra alternativa que el dolor, la oscuridad y la muerte. El Espíritu nos conduce a la verdadera alegría, a ese estado del alma que refleja la paz, la armonía y, de manera especial, la recuperación de aquello que habíamos perdido por haber tomado el sufrimiento como salvavidas de nuestra existencia. Hoy me rindo a darte las gracias. Gracias por mostrarme que nuestro todo eres Tú. Tú sosteniéndonos en el sufrimiento y llamándonos constantemente a la reconciliación. Tú sencillo y cotidiano y no por ello menos entregado. Siempre Tú, hasta los rincones más oscuros de mi propio engaño. Gracias por entrar a avivar las brasas, aun cuando estoy a puerta cerrada (Fran delgado sj)Francisco Carmona
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