No hay nada que disfrute más el corazón que estar en el presente, libre de pensamientos, juicios y miedos del Ego. Nuestro corazón se siente libre cuando estamos centrados en el presente. Comenzamos a sufrir cuando nos perdemos en las historias, que nuestra mente crea intentando, explicar lo sucedido e invitándonos a convertirnos en los héroes que transforman la historia y salvan a todos de caer en el caos. El Ego cuenta historias que, en lugar de sanarnos o ayudarnos a crecer, más bien nos alejan de nosotros mismos y nos atrapan en nuestro orgullo, vanidad y prepotencia. El Ego nos hace creer que estamos transformando la vida y haciendo nuevas todas las cosas, cuando en realidad, lo que estamos haciendo es trayendo un mayor dolor. Un día, un mono paseaba por la ribera de un río. Estaba algo aburrido, y ese día, decidió observar la Naturaleza. De pronto, el mono vio un pequeño pez bajo el agua. De vez en cuando daba pequeños brincos, de modo que salía un segundo al exterior para volver a zambullirse en el agua. El pequeño mono, que nunca antes había visto un animal como ese, pensó que el pobre pez se estaba ahogando. ¡Oh!, ¡no!- pensó- ¡Pobrecillo! ¡Se ahoga! ¡Tendré que ayudarle! Entonces el mono agarró al pez con sus dos manos. El pececito comenzó a agitarse con fuerza, y el monito pensó que era de alegría al verse a salvo. Poco después, el pez paró de agitarse y el monito, al ver que estaba muerto, pensó: ¡Qué pena no haber podido llegar antes! Dijo el Maestro: A veces intentando ayudar, sin querer, empeoramos una situación. Hay que estar siempre muy seguro de la necesidad real del otro.
Hace días, una persona me abordó diciéndome: “estuve en consulta con alguien muy reconocido por su capacidad de conectar con el inconsciente de sus consultantes. Ella me dijo que yo había sido abusada a los seis meses de nacimiento. A mí me viene que, mis padres no tenían una buena relación sexual y, entonces mi padre para vengarse de mi madre y equilibrar el sistema, me toma a mi como su pareja sexual. En una meditación, me vino que, al ser abusada tan pequeña, abrí el portal para que otras personas de mi familia fueran abusadas. Eso explica que, un día llegué a la casa, vi a mi papá en el suelo, en ropa interior, con sangre en el rostro y borracho. Creo que, mi padre intentó abusar nuevamente de alguien y, esta vez, la persona tuvo la fuerza suficiente para defenderse”. Lo primero que sentí, de parte de la persona que me abordó, fue su afán de que aceptara su narrativa. La persona, cuando me aborda, tiene la necesidad de recalcarme que, el diagnóstico viene de alguien con mucho reconocimiento; sin darse cuenta, el Ego intenta presionar para que se acepte el relato y no se cuestione lo dicho. Para el Ego, es importante que nadie haga preguntas. Si se hacen, el Ego está dispuesto al contrataque, que no es otra cosa que la invalidación o desvalorización. Cuando se contradice al Ego, su ataque será, sin duda: “eres un ignorante, no sé porque confíe en ti”. Una vez que el Ego entra en escena, las cosas, de alguna manera, tienen que coincidir con la forma como fueron planteadas y narradas inicialmente. Todo tiene que ir de acuerdo al planteamiento inicial. La espiritualidad nos invita a poner la atención en las cosas como son. Hoy, se llama atención plena a este ejercicio. Estamos invitados a contemplar los hechos sin permitir que el Ego los embellezca incesantemente con pensamientos acerca de quién hizo qué y lo incorrecto que pudo ser. Se trata de ver los hechos como son sin permitir que la mente nos sumerja en historias mentales que logran absorbernos durante horas, días o incluso años. La atención revela con mayor claridad los hechos. Las cosas que provienen de la sola intuición o del consumo de enteógenos no siempre son confiables. Muchas veces, la información viene mezclada con otros datos que, no siempre son beneficiosos. En el fondo subterráneo de la psique habitan, dice Jung, fuerzas que precisamente no son las mejores para el cuidado del alma. Alejandro Chavarria, psicólogo, cita las siguientes palabras de Jung: “Para Jung las imágenes psicológicas son fenómenos autónomos que han de ser tratados con el debido respeto y responsabilidad, para ello el sujeto no debería exponerse a las mismas sin un fortalecimiento previo dado por la práctica continua de la reflexión y la humildad ante tales fenómenos psíquicos. Las manifestaciones anímicas no sirven a un fin materialista o a un afán técnico por parte de la ego-personalidad sino que son las representaciones verídicas de una vida simbólica que necesita ser cultivada en su medio cotidiano en los sueños y en los síntomas, y ante la cual, la demasiada exposición, señala una pobreza implícita que no podrá ser resarcida por las personas, a menos que se reconozca la riqueza psicológica ya existente. Acudir a un ambiente pseudorreligioso no garantiza la asunción de la propia vida a factores numinosos o devocionales, en su lugar es un método, muy moderno, de fingir neuróticamente que se ha entrado en contacto con procesos a los que no se ha llegado de forma legítima, todo ello para escapar del asiento actual de la religiosidad de los tiempos presentes, del dios vivo que mora ahí donde lo requiere y no donde a las personas les gustaría que estuviera”. Cuando sobrepasamos los límites de la ayuda, en lugar de ayudar, al alma y al corazón, contribuyen a la agudización del conflicto y a un aumento del malestar profundo de aquellos, a quienes la pretendida ayuda quiere salvar o rescatar. Hay personas que, sin ningún escrúpulo, intervienen en la vida de los individuos y sistemas familiares sin el más mínimo respeto y criterio. Quien no es consciente de su sombra, cuando ofrece ayuda, termina arrastrado y, poniendo en las historias de quienes vienen a consultarlo, sus propios asuntos. Si es grave sobrepasar los límites de la ayuda con quienes la solicitan, imaginemos lo que puede ser cuando, sin ningún permiso y, con total autosuficiencia, creemos que tenemos la fórmula mágica para resolver la vida de los demás. Dejar que el Ego maneje nuestra vida, en lugar de sanar, destruye. La tarea, como lo revela Carolyne Myss, consiste en contrastar la información que recibimos con aquello que ha sido objetivamente revelado, investigado o contrastado con otras experiencias. Dice Carl Gustav Jung: “Aprenda todas las teorías, conozca todos los métodos, pero cuando se trata de escuchar y ayudar a alguien, recuerden que están un alma frente a la otra”. En el proceso de acompañamiento siempre se da el encuentro entre dos personas que no saben qué hacer y, mucho menos, que va a suceder. La apertura del corazón y de la mente son necesarios para acoger al otro con su historia que, la mayoría de las veces, está cargada de mucho dolor e incomprensión. Ponernos en el lugar del saber es una pretensión del Ego que, cree que tiene el control de la vida propia y ajena. La consciencia está invitada, dice Carolyne Hobbs, “a centrarse en los hechos sin transigir con las preferencias personales del Ego ni con sus juicios, reacciones o historias”. En Constelaciones Familiares se pretende centrar la atención en los hechos antes que, en las historias. Detrás de una historia, siempre está el Ego al acecho de nuestra ignorancia, para poder confundir, victimizar, culpar y, distraer de lo verdaderamente esencial. La consciencia cuando se libera del Ego puede centrase en la aceptación, en la reconciliación y, en la liberación de todo aquello que nos impide sentirnos hijos de Dios y hermanos de todos. ¿Nos hemos callado alguna vez, a pesar de las ganas de defendemos, aunque se nos haya tratado injustamente? ¿Hemos perdonado alguna vez, a pesar de no tener por ello ninguna recompensa, y cuando el silencioso perdón era aceptado como evidente? ¿Hemos obedecido alguna vez no por necesidad o porque de no obedecer hubiéramos tenido disgustos, sino sólo por esa realidad misteriosa, callada, inefable, que llamamos Dios y su voluntad? ¿Hemos hecho algún sacrificio sin agradecimiento ni reconocimiento, hasta sin sentir ninguna satisfacción interior? ¿Hemos estado alguna vez totalmente solos? ¿Nos hemos decidido alguna vez sólo por el dictado más íntimo de nuestra conciencia, cuando no se lo podemos decir ni aclarar a nadie, cuando se está totalmente solo y se sabe que se toma una decisión que nadie le quitará a uno, de la que habrá que responder para siempre y eternamente? ¿Hemos intentado alguna vez amar a Dios cuando no nos empujaba una ola de entusiasmo sentimental, cuando uno no puede confundirse con Dios ni confundir con Dios el propio empuje vital, cuando parece que uno va a morir de ese amor, cuando ese amor parece como la muerte y la absoluta negación, cuando parece que se grita en el vacío y en lo totalmente inaudito, como un salto terrible hacia lo sin fondo, cuando todo parece convertirse en inasible y aparentemente absurdo? ¿Hemos cumplido un deber alguna vez, cuando aparentemente sólo se podía cumplir con el sentimiento abrasador de negarse y aniquilarse a sí mismo, cuando aparentemente sólo se podía cumplir haciendo una tontería que nadie le agradece a uno? ¿Hemos sido alguna vez buenos para con un hombre cuando no respondía ningún eco de agradecimiento ni de comprensión, y sin que fuéramos recompensados tampoco con el sentimiento de haber sido desinteresados, decentes, etc.? Busquemos nosotros mismos en esas experiencias de nuestra vida, indaguemos las propias experiencias en que nos ha ocurrido algo así. Si las encontramos, es que hemos tenido la experiencia del Espíritu a que nos referimos (Karl Rahner, sj) Francisco Carmona
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