Según Constelaciones Familiares un sistema y un individuo alcanzan su plena madurez cuando el sistema permite la individuación de sus miembros y el individuo se compromete a fondo con la tarea de ser él mismo, de realizar su destino, asumiendo el costo a pagar por lograrlo. En constelaciones se trabaja sobre las leyes que permiten alcanzar la individuación. La necesidad de vinculación y el afán de pertenencia son los dos mayores obstáculos que una persona o individuo tiene que sortear si quiere dirigirse con libertad hacia su destino. Cuando alguien ha sido excluido del sistema porque hizo algo para individuarse, pero el sistema vio con malos ojos esa acción, los que vienen después, quedan atrapados en una suerte de implicación con el miembro excluido. Guardar respeto por la vida de otros, nos enseña constelaciones, es lo que permite encontrar una solución adecuada frente al obstáculo que nos impide ser. ¡Cielos, cómo has envejecido! - exclamó el Maestro después de conversar con un amigo de su infancia. Uno no puede evitar hacerse mayor, ¿no crees? - le dijo el amigo. No, claro que no puedes - admitió el Maestro - pero sí puedes evitar envejecer
Cuando una persona acude a constelaciones puede estar segura de encontrar aquella ley oculta que le impide realizar su destino y fluir libremente en la vida. Además, constelaciones nos muestran cómo podemos lograr relaciones no sólo adultas sino también liberadoras; es decir, lo importante no sólo es ser sino acompañar a otros a que también sean. El gran aporte de Bert Hellinger, a la psicología sistémica, consiste en revelarnos que, la transgresión de los órdenes del amor, es lo que mantiene a una persona atada al destino de sus ancestros, impidiéndole ver, tomar y realizar la vida como le corresponde hacerlo; es decir, según su propio destino. Lo que sucede en constelaciones es como la caída de un relámpago de luz en las zonas oscuras de la propia alma. Constelaciones se ofrece como un método que nos ayuda a sanar la escisión y disociación psíquica en las que el deseo de hacer parte, de pertenecer, nos mete y nos somete. Con frecuencia, encuentro personas a las que les cuesta mucho asumir la responsabilidad frente a su propio crecimiento personal. Muchos creen que, para crecer no necesitan esforzarse tanto y, que con una cuantas declaraciones sobre su vida, todo está resuelto. Sin orden en el interior, la vida difícilmente fluye. Sin la transformación del corazón, todos nuestros esfuerzos, declaraciones, propósitos e intenciones pierden fuerza. El mayor obstáculo para fuir en la vida no está relacionado con las cosas que nos han tocado vivir sino con la escisión o disociación psíquica que llevamos con nosotros. Para Freud, la pulsión, aquella fuerza que nos da el sentido de cohesión y nos ayuda a salir de los movimientos de autodestrucción puede resultar sumamente incomoda y, por la incapacidad se asumir lo que nos incomoda, terminamos escindiéndonos; es decir, negando lo que nos incomoda. La felicidad nos asusta, dice Bert Hellinger, porque nos hace seres solitarios; es decir, individuados, responsables de nosotros mismos. A muchos, les asusta la sensación que se produce cuando hacemos a un lado las implicaciones y las muestras de amor ciego. Ser uno mismo es algo asustador al principio, pero llena de gozo el alma y la expande. Dice Hellinger que, la felicidad es la expresión de nuestra capacidad de resolver la implicación con aquellos que han sido excluidos del sistema. Para ir hacia adelante, es necesario, lidiar con el sentimiento de culpa, que genera hacernos cargo de nuestro destino, de nuestra vida. Lo que se experimenta como una traición hacia el sistema no es más que la conquista de nuestra individuación, de nuestro destino, de la verdadera y auténtica plenitud. Bert Hellinger nos recuerda que, cuando tenemos una imagen trastornada de la vida, de la familia, de las relaciones estamos expuestos al sufrimiento. En constelaciones, el trastorno no es otra cosa que el desorden. Donde hay caos nada fluye. Empezamos a transformarnos cuando las imágenes internas que dirigen nuestra vida comienzan a ser más claras y en consonancia con la vida misma. El caos es nuestra defensa contra lo que no logramos soportar o nos duele intensamente. Cambiamos cuando las imágenes internas que nos gobiernan se transforman. Dice Bert Hellinger: “En el momento que las imágenes internas cambian podemos relacionarnos de manera diferente con la familia actual. Identificados con otras personas, difícilmente, podemos sostenernos a nosotros mismos y ver el destino como realmente es. El sistema, de alguna forma, logra hacer que los excluidos sean representados por alguno miembro del sistema. En este momento, el alma se escinde para poder realizar su tarea dentro del sistema. Nadie induce a nadie. Pero el dolor que provoca la exclusión termina convirtiéndose en la invitación para que alguien asuma la representación del que ya no está presente en el sistema. En el sistema no hay culpables ni inocentes, todos están envueltos por la misma dinámica, todos participan de ella, todos están al servicio de traer de vuelta a quien fue excluido. Todo se resuelve cuando aceptamos que no nos corresponde vivir la vida de otros, sola la propia. El alma deja de sufrir cuando damos un buen lugar a la consciencia de unidad, a la que nos dice que, aunque alguien falte, todo está completo. A medida que crecemos, cada uno se va desprendiendo de las relaciones simbióticas con el sistema familiar. No hacerlo, es negarnos a crecer y a vivir la vida, desde el lugar que nos corresponde. El desprendimiento de los mandatos del sistema familiar, la desatención a representar a quienes son excluidos, la asunción de la culpa y de la responsabilidad con la propia vida van dando paso a la constitución de vínculos más amplios y, por lo tanto, auténticamente amorosos con la familia. Todo lo que es estrecho tiende a desarrollarse en la amplitud. De esta forma, los vínculos se enriquecen y todos pueden estar unidos de una manera diferente a la que han estado acostumbrados. Nada hay más sano para el alma que poder ser ella en la serenidad, en la libertad, en la amplitud y en la mirada amorosa a todo lo que sucede. Señor, los caminos de la vida están llenos de sorpresas, y más si vamos por la periferia siguiendo tus huellas; pues aunque tratemos de ocultarlos, antes o después, se hacen presentes quienes están condenados, por nuestras leyes y costumbres, a ser invisibles. Danos tus ojos, tu corazón, tus entrañas, tu empatía y compasión más viva…Y líbranos de pedirles y exigirles lo que no les dignifica: que cumplan nuestras leyes estrictamente. Ayúdanos, Señor, a seguir tus pasos, a dejarnos sanar para sanar a los hermanos…Y si brota el agradecimiento, que sea desde lo más hondo: libre, sincero, espontáneo… como el del leproso samaritano (Florentino Ullibarri)Francisco Carmona
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