Al Desierto vamos buscando una respuesta, un camino y una esperanza que nos permitan transitar nuestra realidad existencial de manera diferente. Del Desierto salimos cuando, de alguna forma, encontramos una verdad, una esperanza y un camino. Mientras esto no suceda, el Desierto sigue estando presente como un estado del alma. Elías sale del Desierto con una nueva experiencia e imagen de Dios. Oseas sale del Desierto con una relación conyugal y matrimonial con nuevos fundamentos. Jesús sale del Desierto con la claridad necesaria para realizar su misión y su destino. En cambio, Juan permanece en el Desierto porque él solo es la voz que clama: ¡Preparen el camino del Señor, enderecen +el camino en soledad para el Señor! “Elías tuvo miedo y huyó para salvar su vida. Al llegar a Bersebá de Judá dejó allí a su muchacho. Caminó por el desierto todo un día y se sentó bajo un árbol. Allí deseó la muerte y se dijo: Ya basta, Yahvé. Toma mi vida, pues yo voy a morir como mis padres. Después se acostó y se quedó dormido debajo del árbol. Un ángel vino a tocar a Elías y lo despertó diciendo: Levántate y come. Elías miró y vio a su cabecera un pan cocido sobre piedras calientes y un jarro de agua. Después que comió y bebió, se volvió a acostar. Pero por segunda vez el ángel de Yahvé lo despertó diciendo: Levántate y come; si no, el camino será demasiado largo para ti. Se levantó, pues, para comer y beber, y con la fuerza que le dio aquella comida, caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta llegar al cerro de Dios, el Horeb. Allí se dirigió hacia la cueva y pasó la noche en aquel lugar. Y le llegó una palabra de Yahvé: ¿Qué haces aquí, Elías? El respondió: Ardo de amor celoso por Yahvé, Dios de los Ejércitos, porque los israelitas te han abandonado, han derribado tus altares y han muerto a espada a tus profetas. Sólo quedo yo, y me buscan para quitarme la vida. Entonces se le dijo: Sal fuera y permanece en el monte esperando a Yahvé, pues Yahvé va a pasar. Vino primero un huracán tan violento que hendía los cerros y quebraba las rocas delante de Yahvé. Pero Yahvé no estaba en el huracán. Después hubo un terremoto, pero Yahvé no estaba en el terremoto. Después brilló un rayo, pero Yahvé no estaba en el rayo. Y después del rayo se sintió el murmullo de una suave brisa. Elías al oírlo se tapó la cara con su manto, salió de la cueva y se paró a su entrada. Y nuevamente se le preguntó: ¿Qué haces aquí, Elías? El respondió: Ardo de amor celoso por Yahvé, Dios de los Ejércitos, porque los israelitas te han abandonado, derribando tus altares y dando muerte a tus profetas. Sólo quedo yo, y quieren matarme. Yahvé le dijo: Vuelve por donde viniste atravesando el desierto y anda hasta Damasco. Tienes que establecer a Jazael como rey de Aram, a Jehú como rey de Israel, y a Eliseo para ser profeta después de ti… Elías partió de allí.
Al Desierto vamos para desligarnos de visiones, creencias e interpretaciones de la vida, de nosotros mismos y, de Dios que se han ido quedando estrechas y, en lugar de satisfacer la necesidad de vínculo con la divinidad o Trascendencia terminan creando mayor frustración, desesperanza y vacío que el que existía antes. Al respecto, señala Carl Gustav Jung: “Nuestras confesiones, con sus ritos e ideas anticuadas, pese a todo el derecho que tengan a ellas, reflejan una idea del mundo que en la Edad Media no causaba mayores inconvenientes, pero resultan incomprensibles para las personas de hoy, aun cuando un instinto profundo siga induciéndoles, a pesar del conflicto con la visión moderna del mundo, a agarrarse a ideas que, tomadas literalmente, no se corresponden con el desarrollo de la mente de los últimos cinco siglos. Por lo visto, esto ocurre para que no caigan en el abismo de la desesperación nihilista”. El ser humano necesita imágenes que le den esperanza. Una de las imágenes más utilizadas, con respecto al Desierto, por el profeta Isaías, es la siguiente: “Todo el mundo se alegrará porque Dios le dará al desierto la belleza del monte del Líbano, la fertilidad del monte Carmelo y la hermosura del valle de Sarón” (Isaías 35, 1-10). Lo anterior, nos confirma que, al ir al desierto porque sentimos que el vacío se apodera de nuestra vida, podemos estar seguros que, la experiencia no será en vano. Los resultados mostrarán que la vida alcanzada al atravesar el Desierto valen la pena porque nos permiten vivir conectados con la vida, con nosotros mismo y, lógicamente, con Dios. Saber que, el final del desierto es el florecimiento del alma, da tranquilidad y sosiego. Al desierto vamos a reencontrarnos con nosotros mismos. Cuando escuchamos que el Desierto florecerá estamos recibiendo la siguiente noticia: por difíciles que sean la situaciones que tengamos que enfrentar, podemos confiar en el Señor que nunca abandona a quienes confían en Él. Cuando Dios, a través del profeta, promete que el Desierto dará flores está indicando que, cualquier situación por difícil que parezca, si confiamos en Dios, puede ser transformada, superada y convertida en una fuente inagotable de sentido. Para muchos, entre ellos Ignacio de Loyola, el Desierto fue el momento que marcó no sólo su destino; si no también el de sus seguidores y, el de la Iglesia en general. Dios puede cambiar para bien nuestro los momentos más difíciles por los que atravesamos. Pablo de D’Ors nos dice: “El Desierto es el escenario privilegiado de la escucha permanente y casi escalofriante de Foucauld […] al estar tan desolados, pueden evocar y remitir con tanta fuerza al mundo interior. El vacío exterior, por tanto, como incitación a ese trabajo de vaciamiento que en el cristianismo llamamos olvido de sí o pobreza espiritual. El desierto como el lugar de la victoria sobre la prueba o, lo que es lo mismo, como descubrimiento de esa zarza ardiente o llama de amor viva a la que se accede tras la noche oscura del abandono y la soledad. Foucauld vuelve al Desierto como lo hizo Israel al salir de Egipto o como lo hizo el propio Jesucristo, poco antes de iniciar su ministerio público. Por eso Foucauld es para mí como un nuevo Moisés pero sin pueblo, o con un pueblo invisible. O como un nuevo y amoroso Jonás, predicando a su Nínive. Foucauld es un recordatorio permanente de cómo sin desierto y purificación no hay camino espiritual” Podemos decir que el Desierto es la imagen de la peregrinación que, todo ser humano, en un momento determinado de su vida, hace en la búsqueda de la verdad sobre sí mismo, sobre la vida o sobre Dios. Al Desierto vamos buscando la verdad que nos transforma, nos libera, nos amplia la consciencia y, especialmente, nos vincula más profunda y amorosamente con Dios. En la desnudez del alma, se encuentra el ser humano consigo mismo sin máscaras. Del Desierto salimos colmados de esperanza, con la visión clara y el corazón transformado. Después de pasar por el Desierto podemos cantar: “He aprendido a amarte y servirte por amor. En el desierto yo te conocí como mi amado. En el Desierto yo te conocí como mi deseado. En este día, yo he venido para decirte cuanto te amo. Cuanto te amo, Cuanto te amo” (Grupo en Tu Presencia) Francisco Javier Carmona
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