A veces, nos toca vivir cosas para las que no estamos preparados. También nos toca asumir cosas que, nunca habíamos imaginado, que pudieran llegar a ser parte de nuestra vida. Creo que, nadie planea el dolor, la tristeza, la infelicidad o la frustración en su vida; sin embargo, nadie está exento de que estas realidades puedan llegar a presentarse. Tanto el Evangelio, como la mística sufí y la tradición popular saben de estas cosas, no las pasan por alto. De ahí, la importancia para el cuidado del alma que tengamos presente: si queremos fluir con la vida, tenemos que aprender a asentir lo que sucede y, en lugar de paralizarnos, llenándonos de reclamos, podemos decir, con profunda humildad: ¡hágase tu voluntad! Cuando asentimos la vida, nos dice la psicología sistémica, el camino se aclara y el destino se revela ante nuestros ojos tal como es. San Mateo nos cuenta: “Jesús les puso este otro ejemplo: En el reino de Dios sucede lo mismo que le pasó a uno que sembró, en su terreno, muy buenas semillas de trigo. Mientras todos dormían, llegó su enemigo y, entre las semillas de trigo, sembró semillas de una mala hierba llamada cizaña, y después se fue. Cuando las semillas de trigo produjeron espigas, los trabajadores se dieron cuenta de que también había crecido cizaña. Entonces fueron a donde estaba el dueño del terreno, y le dijeron: Señor, si usted sembró buenas semillas de trigo, ¿por qué también creció la cizaña? El dueño les dijo: Esto lo hizo mi enemigo. Los trabajadores le preguntaron: ¿Quiere que vayamos a arrancar la mala hierba? El dueño les dijo: ¡No! El trigo y la cizaña se parecen mucho, y a lo mejor ustedes van y arrancan el trigo junto con la cizaña. Mejor dejen que las dos plantas crezcan juntas. Cuando llegue el tiempo de la cosecha, podremos distinguir cuál es el trigo y cuál es la cizaña. Entonces enviaré a los trabajadores para que arranquen primero la cizaña, la amontonen y la quemen. Luego recogerán el trigo y lo llevarán a mi granero”
La mística sufí nos regala el siguiente relato: Nasrudín pasó el otoño entero sembrando y preparando su jardín. Las flores se abrieron en primavera, pero Nasrudín observó que algunos dientes de león, que él no había plantado, estaban en algunos lugares del jardín. Los arrancó, pero las semillas ya se habían esparcido y volvieron a crecer. Trató entonces de encontrar un veneno que afectara al diente de león. Un técnico le dijo que cualquier veneno terminaría matando también a las otras flores. Desesperado, pidió ayuda a un jardinero especialista; este le dijo: Igual que en el casamiento, junto con las cosas buenas terminan viniendo algunos inconvenientes ¿Qué hago? insistió Nasrudín. ¡Nada!, aunque sean flores que tú no pensabas tener ya forman parte del jardín. Muchas personas experimentan, en su día a día, el llamado a crecer, a darle a la vida un sentido cada vez más profundo. Hay una serie llamada “Los elegidos”. Van contando la historia de cada uno de los discípulos de Jesús. Llama profundamente la atención advertir que, cada uno de los que forman parte del grupo, en su corazón, han ido alimentando el deseo de hacer algo profundo con su vida. Por Jesús, se sienten atraídos aquellos que, en su corazón sienten que hay una fuerza, diferente a otras, que guía amorosamente el destino de los seres humanos. Muchos, no logran conectar con esa fuerza y, terminan considerando a su Ego como a su Dios. Otros, en cambio, al conectar con Dios terminan dejando todo para ponerse a su servicio. Dice el benedictino John Main: “Todo crecimiento, si desea ser perdurable, debe estar completamente arraigado. La llamada que cada uno nosotros experimenta que le hace la vida, debe estar arraigada completamente en Cristo. Lo que nace del amor, en el amor da fruto. Jesús nos invita a encontrar la verdad de cada uno en el propio corazón, despejado de egoísmos, despejado de deseos, de cualquier desorden. Cuando el corazón está anclado en sus raíces, el amor de Dios, todo llamado que recibimos no es más que una invitación a estar en contacto con la Fuente. Muchas veces nos toca vivir cosas que no hemos sembrado. Disimular la incomodidad o molestia que nos causa lo que tenemos que vivir termina conduciéndonos hacia la escisión psíquica. De nuevo, aquello que intentamos apartar de la consciencia, busca la forma de hacerse presente y, puede llegar a convertirse en nuestro destino. Solo en la medida que, asumimos las cosas que nos molestan, como parte de nuestro jardín, podemos estar libres afectivamente para elegir aquello que realmente deseamos vivir y cuidar. Intentar acabar con el diente de león, como Nasrudín, puede hacer que matemos las plantas que si deseamos realmente cultivar. Solo con el tiempo, como dice la parábola de Mateo, podemos llegar a diferenciar el trigo de la cizaña. A veces, hay cosas dolorosas que, al final, traen bendiciones y cosas que, aparentemente son buenas, que arrastran desgracias enormes. Saber contemplar con un corazón dispuesto, puede ayudarnos a comprender al servicio de que está lo que nos deseamos vivir y, sin embargo, está ahí, haciendo parte de nuestro jardín. En psicoterapia y religión, escrito por Bert Hellinger, encontramos: “Un alma común une y dirige a la familia. Nos encontramos comprendidos por unos órdenes y contextos que influyen sobre nuestra vida independiente de nuestros deseos o temores”. Todo aquello que no se resuelve, se convierte en una dinámica del sistema familiar que deja profundas consecuencias en las generaciones siguientes. Muchas de nuestras experiencias superan las imágenes que tenemos de la vida, de Dios y de nosotros mismos. Quedarnos atrapados en esas imágenes nos da un consuelo transitorio, después viene el dolor y, en algunas ocasiones, la tragedia. Es necesario, si queremos crecer y conectar de forma auténtica con la Fuente, aprender a disolver las imágenes equivocadas de la vida y abrir espacio a la novedad, a lo que no habíamos contemplado. El cuidado del alma requiere la capacidad de ir a lo profundo de nuestra vida. Todo lo que realmente es profundo toca a Dios. Recordemos que, filosófica, teológica o en la práctica podemos afirmar que somos ateos. Psicológicamente, es difícil afirmar que, somos ateos o que no existe Dios. Hablar de Dios, Jesús o Cristo, no necesariamente nos vincula con una religión o tradición espiritual determinada. Decir Dios es referirnos a la Fuente de la cual la vida toma la fuerza para ser, crecer, desarrollarse, dar fruto y expandirse. Podemos llamar Dios a la fuerza que nos ayuda a construirnos y relacionarnos amorosamente con el otro. No todas las fuerzas con las que podemos conectar en nuestro interior nos conducen hacia la vida. También hay fuerzas que se oponen a la vida y buscan destruirla, a esas las llamamos las fuerzas del mal. En poder, las fuerzas del mal son tan grandes como Dios, se diferencian de Dios en el fruto que producen y, en la forma como se manifiestan. Digamos que, cada uno de nosotros no sólo depende de sí mismo, de las fuerzas del Yo que logra fortalecer e integrar. También dependemos de nuestros padres y de todos aquellos que, hicieron el bien o el mal a nuestra familia. Estamos marcados e influenciados de muchas maneras. Nos dice Bert Hellinger: “Más allá de la familia nuclear podemos estar implicados en los destinos de otros miembros de la familia, sin ser conscientes de ello y, muchas veces, a través de varias generaciones. También nos recuerdan constelaciones que, aquello que ha sido difícil puede resolverse entrando en los órdenes del amor que hacen parte del ser superior. En Dios, todos somos amados, sanados, reconciliados e integrados en la comunión. El amor permite que pongamos la atención en lo que deseamos cultivar en la vida, sin sentir incomodidad por la cizaña que el enemigo planta en ella. Sigue curvado sobre mí, Señor, remodelándome, aunque yo me resista. ¡Qué atrevido pensar que tengo yo mi llave! ¡Si no sé de mí mismo! Si nadie como Tú puede decirme lo que llevo en mi dentro. Nadie puede hacer que vuelva de mis caminos que no son como los tuyos. Sigue curvado sobre mí, tallándome, aunque a veces de dolor te grite. Soy pura debilidad, Tú bien lo sabes. Tanta, que, a ratos, hasta me duelen tus caricias. Lábrame los ojos y las manos, la mente y la memoria, y el corazón, que es mi sagrario, al que no Te dejo entrar cuando me llamas. Entra, Señor, sin llamar, sin mi permiso. Tú tienes otra llave, además de la mía, que en mi día primero Tú me diste, y que empleo, pueril, para cerrarme. Que sienta sobre mí tu ‘conversión’ y se encienda la mía del fuego de la Tuya, que arde siempre, allá en mi dentro. Y empiece a ser hermano, a ser humano, a ser persona. ¡Qué paciencia, Señor, sobre Tu mundo, que nosotros tratamos, mal-tratamos, como si fuera nuestro, del primero que llegue, el más astuto, o el más ladino, o de aquel o de aquella, a quien no duele pisar a los demás, como se pisa la uva en el lagar, o una hormiga, o un escarabajo. Sigue vuelto, Señor con Tu sol y Tu lluvia para todos, para buenos y malos, pacientes y violentos, víctimas y verdugos, lloviendo y calentando esta tierra que somos. Sigue haciendo germinar en todos la semilla que eres ¡Que la hagamos crecer, sin desmayarnos, entre tanta cizaña! Y que dé de comer a mucha gente pan Tuyo y pan nuestro el que de Ti hemos aprendido a ser multiplicándonos (Ignacio Iglesias, sj)Francisco Carmona
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