Hoy, hay un inusitado interés en la utilización de farmacos que nos permitan mayor consicencia de nosotros mismos, alcanzar un mayor rendimiento y concentración en las actividades que realizamos. Muchos, recomiendan el uso de sustancias para llevar una vida más equilibrada y en armonía. Según Byung, esta práctica es propia de la sociedad del positivismo y de la producción. Todo lo que se busca es alcanzar el mayor rendimiento posible tanto en el despertar de consciencia como en las actividades ordinarias de producción propias de la vida corriente. Escribe Byung: “El dopaje, en cierto modo, hace posible un rendimiento sin rendimeinto”. A lo anterior, me atrevería a decir: “La consciencia que se alcanza con el uso de enteógenos es una consciencia sin consciencia”. Alejandro Chavarría, psicólogo, escribe: “El tema del uso de enteógenos para el tratamiento de problemas psicológicos está cada vez más en boga y por ello es más común recibir en la consulta pacientes con graves trastornos de ansiedad, brotes psicóticos o TLP, que se desataron después de acudir a rituales de Ayahuasca o Peyote, de un tiempo prolongado de microdosis o del consumo recreativo de alucinógenos. El uso indiscriminado de tales sustancias responde a la negligencia y al pensamiento técnico que confunde la espiritualidad con el acercamiento descuidado a los contenidos de la psique, los cuales no son ni abuelas buenas o tiernas ni hermanitos preocupados por la persona, sino procesos autónomos con su propia finalidad, que están dispuestos devorar al paciente si éste no ha templado en lo real, en la vida cotidiana, su dimensión egoica”.
Un pescador encontró entre sus redes una botella preciosa. Parecía muy antigua. Al abrirla, salió de repente un genio maravilloso que le dijo al pescador: Te concedo tres deseos por haberme sacado de mi encierro ¿Cuál es tu primer deseo? El pescador dijo: Me gustaría que me hicieras lo bastante inteligente y claro como para hacer una elección perfecta de los otros dos deseos ¡Hecho! -dijo el genio. Y ahora, ¿cuáles son tus otros dos deseos? El pescador tomó su tiempo, reflexionó y dijo: Mmm, te doy las gracias, no tengo más deseos. Murray Stein, analista junguiano, comparte la siguiente experiencia: “Esto es similar a la condición de un joven que vino a mí para un análisis después de haber tenido una experiencia devastadora tras tomar una dosis de LSD. Su historia fue que, bajo la influencia de la droga había escuchado la voz de Dios juzgándolo como pecador e indigno. Este juicio duro y definitivo se repitió varias veces. No pudo defenderse ni hablar. Lo dejaron en el infierno. Esta fue una depresión similar a la de Fausto, y también contempló el suicidio. Aunque ya no tenía tendencias suicidas cuando lo vi, no había recuperado su antigua agencia ni siquiera después de varios años. Vivía en casa con su madre, aislado, abatido e incapaz de afrontar el mundo. A diferencia del inteligente leñador, él no había podido beneficiarse de su encuentro con el espíritu del inconsciente. Con Fausto, podía gritar: “Soy como un gusano que excava en el polvo,/ Que, mientras hace del polvo su escasa comida,/ Es aplastado y enterrado por el talón de un vagabundo” (Goethe, 653-655) . Quedó desamparado, abandonado a orillas de un mundo inhóspito y sin sentido. El ego no fue capaz de soportar la acusación de una poderosa figura arquetípica desatada por la droga. Sin duda, este Dios crítico residente en su inconsciente estaba presente y listo para atacarlo debido a su historia personal anterior. Si hubiera estado en análisis, tal vez se habrían tomado precauciones y se habría trabajado en la forma analítica habitual para traer este complejo a la conciencia de una manera más gradual que habría permitido al frágil ego lidiar con él de una manera menos traumatizante”. Para Jung, traducido por Alejandro Chavarría, “la vida normal nos depara un monto de tareas simbólicas para tratar a lo largo de ella, con paciencia y permitiendo asumirlas en su propia lentitud. Jung creía que el acercamiento a tales sustancias incrementaba exponencialmente el monto de material inconsciente con el cual tratar y se preguntaba ¿para que querría alguien más tareas de las que le ha sido deparadas?” La histeria de la producción y del rendimiento nos está conduciendo por caminos que cada día nos alejan más y más de nuestro centro vital profundo. De esta forma, sin ser muy conscientes de los que ocurre, nos vamos aproximando al vacío. La sociedad del cansancio aborrece el vacío; de ahí que, constantemente, estamos realizando todo tipo de actividades para no enfrentarnos con él, para no ver su presencia en nuestra vida. La sociedad del rendimiento y de la actividad sin parar termina produciendo un infarto del alma, según Byung. El alma comienza a perderse cuando se entretiene en las cosas urgentes de la vida y, se olvida de aquello que es fundamental para ella. Esta es una forma segura de ir hacia el vacío. La sociedad actual huye del vacío y, cuando siente su presencia, comienza a esforzarse por llenarlo con entretenimiento, compras, bebidas, ayudas pseudo psicológicas, etc. Del vacío no se puede huir sin pagar un precio alto por hacerlo. A través del vacío, el alma forja un camino que, si bien es difícil, también es cierto que está lleno de sentido porque poco a poco, nos va conectando con la esencia que somos. La depresión como sentimiento de vacío nos comunica que el alma está perdiendo el contacto con su centro y, si no se cuida, infarta. La consecuencia más grave que produce el afán de sentirnos productivos, autónomos, frente a cualquier norma u obligación es la disociación, escisión o fragmentación psíquica. El cansancio cuando se apodera del alma, de la psique, crea una división profunda en ella. Las personas agotadas hablan y actúan desde la incoherencia propia de la disociación, después no se acuerdan de lo que hicieron o dijeron. Perder el contacto con nosotros mismos y con la realidad que nos circunda es un precio muy alto. Escribe Byung: “El cansancio termina agotando las relaciones, tanto las intimas como las comunitarias. Nos vamos hacia un infierno del que resulta muy difícil liberarse porque las llamas que lo componen deforman al otro, al alma, al corazón mismo”. Murray Stein llama “el genio de la botella” al trabajo con psicodélicos en terapia. Según este destacado analista junguiano, se necesita un ego muy fuerte para escuchar al genio que sale de la botella y no terminar enredado en sus artimañas pues, una vez que el sale al exterior, nunca quiere volver a estar dentro de la botella. El genio con tal de permanecer libre es capaz de realizar cualquiera de nuestro sueños. Muchos creen que son amos del genio, se engañan, es el quien los esclaviza. Sin la intervención del genio, el dueño de la botella se siente amenazado y en constante peligro. En la obra Fausto de Goethe, después de un encuentro con el espíritu que invocó, Fausto queda abandonado y devastado. La amargura y humillación que quedan en su corazón y en su alma hacen que se sienta tentado a suicidarse. El regreso a la realidad del Ego, después de una experiencia psicodélica, dice Murray Stein, es demasiado dolorosa y algunos, no logran soportarla. Dejar que salga el genio de la botella puede dejarnos en la más absoluta de las indefensiones. Acortar el camino para trabajar los complejos puede traernos grandes beneficios tanto como grandes oscuridades. Thomas Merton señala: “Ser perfecto no es cuestión de buscar a Dios con ardor y generosidad cuanto de ser hallado, amado y poseído por Dios... No nos compliquemos la vida ni nos frustremos concediéndonos demasiada atención a nosotros mismos... Dios nos ama, no porque seamos dignos, sino porque lo necesitamos y Él desea ofrecernos y compartirnos su amor” (Thomas Merton, Vida y santidad) Después, cuando menos lo esperas aparece más fresca la vida. Y cuanto más alto miras, cuanto más te sorprendes, más pequeño, más de rodillas, eres ante Dios. Después, cuando menos lo esperas el tiempo ha marcado su ritmo, y un sendero por dentro ha tejido otra entraña más viva. Entonces apareces más hermano, más hijo, más... de rodillas. Es casi sin querer, al compás del deseo, de la ilusión, como el hombre va haciéndose criatura, más a la imagen del corazón del amor. Y después, cuando menos lo esperas no puedes menos que querer de rodillas (Isidro Cuervo, sj)Francisco Carmona
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