“Todo lo que necesitas está aquí, donde puedo vigilarte. No te dejaré salir al mundo peligroso”; así, habla el padre traumatizado. La idea de que el mundo es hostil y un lugar difícil para vivir está siempre presente en el corazón de las personas que no han elaborado adecuadamente la pérdida de un ser querido. En este caso específico, la muerte de la esposa. El Emperador le dijo a Kyoyu: Eres un gran hombre, he decidido que te voy a regalar mi imperio ¿Lo aceptas? Pero Kyoyu en vez de alegrarse, se enfadó mucho y dijo: ¡Tus palabras han ensuciado mis oídos!... y se fue a un río cercano y se lavó las orejas a conciencia. A esto, pasó un amigo suyo con una vaca, y al verle le preguntó: ¿Qué es lo que estás haciendo, Kyoyu? ¿Por qué te lavas las orejas con tanto cuidado? ¡Calla, calla!, hoy no es mi día. El emperador quería hacerme su heredero. ¡Me quería dejar el Imperio! Mi oídos se han ensuciado con tales proposiciones, por eso me los estoy lavando. ¡Vaya! – dijo el labriego Y yo que había traído mi vaca al río para que bebiera ¡Ahora resulta que el agua está sucia!
En un taller de Constelaciones Familiares, un hombre dice: “Quiero trabajar mi relación con mis hijos. Reconozco que soy excesivamente sobreprotector con ellos. No quiero que les pase algo malo. Sé que me exagero”. Cuando le pregunto: ¿Qué sucedió en tu vida? El contesta: en mi casa somos seis hermanos. Cuando tenía ocho años, mi papá murió de cáncer. Mi mamá quedo sola con toda la responsabilidad. Yo le ayudaba trabajando. Mi segunda hermana se quedaba en la casa con el resto. Mi mamá todo el día rezaba para que al llegar a la casa encontrará todo en orden. ¡A mí me sucede igual! Después supimos que la mamá también había sido huérfana muy pequeña. Había ido de casa en casa y tuvo que vivir maltrato y abuso. La pérdida del esposo activó en la mamá la memoria traumática de su propia infancia donde ella encontró un mundo hostil. A diario, encuentro personas que han construido la vida sobre la creencia: “El mundo es un lugar hostil”. Si esa creencia se apodera de nuestra mente y llega a tener un buen lugar en nuestra psique, quedamos expuestos a ver en toda persona un adversario, un potencial victimario. Cuando estamos convencidos de que el mundo está en contra nuestra, empezamos a recurrir al conflicto como un modo de sobrevivencia. Detrás de personas que parecen fuertes, solo está el miedo a ser agredidos, el sentimiento de vulnerabilidad y la sensibilidad a flor de piel. Toda su agresividad no es más que un mecanismo de defensa. A quien percibe el mundo como un lugar hostil sólo le queda vivir en el conflicto, se sentirá en la obligación de defenderse y contraatacar; cuando menos lo piense, esta persona está envuelta en situaciones de violencia física, verbal o psicológica. Hace poco días, escuché a una persona decirle a otra: “En el nombre del Señor Jesús, te perdono porque mis fuerzas humanas no dan para que sea yo quien te perdone. Te llevo sobre mis espaldas y me pesas enormemente. No quiero ni puedo olvidar que un día, le dijiste a mi mamá que no me recibiera más en la casa”. Supe después que, este hecho había ocurrido hacía treinta y seis años. Sin embargo, la mujer custodiaba celosamente esa experiencia. La convirtió en su tesoro más preciado y, toda la vida comenzó a girar en torno a este hecho. El rencor se convirtió en su constelación. La constelación personal consiste en hacernos conscientes de aquella experiencia alrededor de la cual se configura nuestra psique. Cuando se escucha la historia completa, se da cuenta que, dentro de la lógica de esa familia, el hermano no estaba pidiendo algo atroz. El deseo de dañar a otros tiene su refugio en la negatividad con la que nosotros nos aferramos a las cosas que han sucedido en nuestra vida. Cuando hablo de negatividad, hago referencia a la necesidad de sentirnos víctimas de la vida, ignorando que nuestra responsabilidad es no quedarnos estancados en lo que paso y hacer algo para no quedarnos atrapados en el dolor porque nos puede destruir. La mujer de la historia enmascara su hostilidad en la religión. Ante los ojos de los demás, es una mujer sumamente entregada a Dios y al servicio de los más pobres. En la actuación de su mascara, es una excelente madre e hija; en los espacios donde nadie la ve, es maltratadora, acosadora y manipuladora. La única forma de salir de la oscuridad que trae la constelación traumática de la vida es a través de la reconciliación. Entre los diferentes significados de la palabra reconciliación, hay uno que, particularmente me encanta, y es el que identifica la reconciliación con la capacidad de recuperarse o recuperar. El capítulo 15 de Lucas, conocido como el capítulo de la misericordia da signos claros de dicha afirmación. Todos los involucrados en las parábolas se sienten felices porque han recuperado algo. El pastor a la oveja, la mujer viuda una moneda y, el padre al hijo que daba por muerto. El signo de la reconciliación es la alegría y el deseo de festejar. Así que, sin reconciliación, difícilmente, el alma y el corazón experimentan alegría y deseos de estar celebrando con la comunidad. Donde conectamos con un sentimiento de injusticia, aparece la negatividad y, con ella, las imágenes de hostilidad del mundo hacia nosotros. La mujer que le reprocha a su hermano las palabras de éste a su mamá, olvida su responsabilidad. Cuando el médico le dice que, no va a servir como mujer porque no va a tener hijos, ella mujer entra en desespero, se mete en relaciones nada saludables. El hermano interviene y, en una ocasión junto con el padre, ponen fin a una relación que ella tiene con un profesor del colegio donde estudiaba; además, era un hombre bastante mayor y casado. Después, ella se va de la casa y regresa embarazada. La madre le dice: aquí se puede quedar, pero no es para que traiga muchachos de papas diferentes. Hay ocasiones, en las que somos víctimas inocentes, pero en otras, hemos hecho un camino para que sucedan las cosas. Aceptar nuestra responsabilidad, nos libera de la negatividad y del sentimiento de injusticia. Cuando nos liberamos del sentimiento de hostilidad porque hacemos el ejercicio de la reconciliación, empezamos a experimentar la bondad del mundo, de las demás personas y, hasta de los eventos que hemos vivido. En el momento que, cambiamos la percepción de las cosas, de la vida y de nosotros mismos, también cambia nuestra forma de relacionarnos y de comportarnos. Esta es una forma de crear confianza. Cuando somos capaces de mirar más allá de lo que nos afecta, podemos ver diferente y, en algunas ocasiones, ver la bondad en lo que nos sucede aunque nos haya traído un enorme disgusto o un dolor inmenso. Donde aparece la confianza, desaparece la negatividad y, vivir armando conflicto empieza a perder interés y valor. Escribe un autor anónimo: “Mi experiencia me dice que la mayoría de nosotros queremos las mismas cosas: felicidad, plenitud, libertad, paz y amor. Todo lo demás por lo que discutimos tan apasionadamente tiene que ver con las formas para alcanzar esos valores últimos. A veces estas formas son diametralmente opuestas. Pero el solo hecho de creer que el otro quiere al final de cuentas lo mismo que yo, me acercará mucho más a encontrar una solución”. Señor que lo quisiste: ¿para qué habré nacido? ¿Quién me necesitaba, quién me había pedido? ¿Qué misión me confiaste? Y ¿por qué me elegiste, yo, el inútil, el débil, el cansado...? El triste. Yo, que no sé siquiera que es malo, lo que no es bueno, y si busco las rosas y me aparto del cieno, es sólo por instinto. Y no hay mérito alguno en la obediencia fácil a un instinto oportuno... Y aún más: ¿Pude hacer siempre todo lo que he intentado? ¿Soy yo mismo siquiera lo que había soñado?... ¿En qué ocaso de alma ha disipado el luto? ¿A quién hice feliz tan siquiera un minuto? ¿Qué frente obscura y torva se iluminó de prisa tan sólo ante el conjuro de mi pobre sonrisa? ¿Evitar a cualquiera pude el menor quebranto? ¿De qué sirvió mi risa; de qué sirvió mi llanto? Y al fin, cuando me vaya frío, pálido, inerte... ¿Qué dejaré a la Vida? ¿Qué llevaré a la Muerte?... Bien sé que todo tiene su objeto y su motivo: Que he venido por algo y que para algo vivo. Que hasta el más vil gusano su destino ya tiene, que tu impulso palpita en todo lo que tiene y que si lo mandaste fue también con la idea de llenar un vacío, por pequeño que sea... Que hay un sentido oculto en la entraña de todo: en la pluma, en la garra, en la espuma, en el lodo... Que tu obra es perfecta: ¡Oh, Todopoderoso, Dios Justiciero, Dios Sabio, Dios Amoroso!... El Dios de los mediocres, los malos y los buenos... En tu obra no hay nada ni de más ni de menos... Pero... no sé, Dios mío: me parece que a Ti, un Dios...te hubiera sido fácil pasar sin mí (Dulce María Loynaz)Francisco Carmona
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