La vida en su cotidianidad transcurre en la polaridad presencia- ausencia. Todo vinculo se fortalece en esa dinámica. Por un momento, estamos presentes. Después, nos ausentamos y, luego, regresamos. Esa es la dinámica. Un vínculo sano sabe disfrutar la presencia y contenerse en la ausencia. Toda separación deja un vacío. Cuando la separación es traumática, la ausencia se hace insoportable y, el dolor termina desbordando a las personas, en algunas ocasiones, las enceguece y las arrastra hacia comportamientos que, al final resultan sumamente reprobables. A veces, la gente se acostumbra a lo que ve en las películas y acaba olvidando la verdadera historia, dice un amigo mientras contemplamos juntos el puerto de Miami ¿Recuerdas Los diez mandamientos? Claro que sí. Moisés (Charlton Heston), en determinado momento, levanta el bastón, las aguas se separan y el pueblo hebreo atraviesa el mar. En la Biblia es diferente, comenta mi amigo. En ella, Dios ordena a Moisés: Di a los hijos de Israel que avancen. Y hasta después de que, empiecen a andar, no levanta Moisés el bastón y se abre el mar Rojo. Solo el valor en el camino hace que el camino se manifieste.
Durante estos días de Pascua, sucede algo muy curioso desde el punto de vista pedagógico de la fe. Jesús está presente en medio de los discípulos. Se revela en cada momento de la vida: cuando la desilusión toma espacio en la existencia, cuando el miedo nos encierra, cuando estamos desconectados de la comunidad, etc. La fracción del pan es el signo por excelencia de su presencia. Jesús formó a los discípulos para vivir el misterio de su presencia. El resucitado está vivo y presente. Lo podemos escuchar y sentarnos a la mesa con Él. Podemos confesarle nuestras debilidades y sentir como alienta nuestras luchas y fatigas. Jesús recomienda, una y otra vez, permanecer en su presencia, amar como Él nos amó y dejar que su Espíritu guíe nuestros pasos, nuestra manera de ser y de actuar. Antes de la ascensión, Jesús enseña a sus discípulos el misterio de su ausencia. Pedagógicamente, la liturgia nos presenta el largo discurso de despedida de Jesús en la última cena. Tenemos que estar preparados para vivir su ausencia. Habrá momentos, en los que no podremos escuchar sus palabras, en el que se ahogaran las angustias en la garganta y la fatiga hará infructuosos nuestros esfuerzos. Habrá momentos, en los que no lo podremos palpar ni reconocer con facilidad. Jesús nos advierte que, habrá muchos momentos en los que, tendremos que caminar por la vida con el sentimiento profundo de su ausencia. Jesús nos deja claro que, aunque el corazón experimente un enorme vacío, Él estará presente de otras maneras; una de ellas, a través del Espíritu. La resurrección también es la certeza de que, en la medida que dejamos ir, algo del que se va se queda con nosotros y algo de lo nuestro se va con el que se marcha. Si hemos crecido lo suficiente, lo que se queda tiene la fuerza que el +alma y el corazón necesitan para permanecer siempre. Aunque cada experiencia de duelo nos parta el corazón, siempre es posible experimentar, de otra forma, la presencia del que se marcha. Hay una imagen, sobre los que se marchan, que a mí me parece hermosa. El que se va es como el jardinero. El ve las flores, las flores no lo ven, pero experimentan su cuidado, su cercanía y, su amor. El vacío que deja la ausencia se puede llenar de muchas cosas: rabia, miedo, odio, venganza, etc. Sólo el que se ha preparado sabe que la ausencia tiene sentido. Los vínculos también se nutren de la ausencia del Amado. Mientras Él no está, seguimos ocupados en sus obras porque de esa forma nutrimos el amor y experimentamos su cercanía. La fe es la forma que nos ayuda a experimentar la presencia en medio de la ausencia. La fe nos dice que, el que no está físicamente con nosotros, habita en nuestro corazón y, su amor nos nutre cada día y, de ahí, podemos tomar la fuerza que necesitamos para encontrarle sentido a nuestras fatigas y llenar de sentido la oscuridad que, a veces, nos acompaña. Escribe Joan Chittister: “Creer algo es saber que es verdad. Creemos en la bondad, a pesar de que el mal parece efectivo. Creemos en el amor porque extrae lo mejor de nosotros mismos, mientras que el odio se alimenta de nuestra pequeñez. Creemos en las personas porque nos nutrimos de su relación. Creemos en lo espiritual, simplemente porque en todo corazón humano alienta el sentimiento de que lo material no es suficiente para explicar el sentido de la infinitud de la vida. La fe tiene el mismo tipo de certeza que la verdad... La fe no es una argucia para librarnos de las exigencias de la vida. Dice el relato sufí: Hay quienes dicen en invierno: no voy a ponerme la ropa de abrigo. Confiaré en que Dios me mantenga caliente. Pero olvidan que el Dios que hizo el invierno dio a los seres humanos el poder de protegerse de él. Creer no es alimentar una fantasía. Creer no es una excusa para la irracionalidad. La fe no son estratagemas para controlar a Dios. Creer es una base para el desarrollo personal y un mapa topográfico de la vida que señala un camino a través de valles y llanuras, de ríos embravecidos y de vastos océanos. La fe hace de la vida más una búsqueda que un lugar... La fe es lo que nos permite sopesar nuestras opciones a la luz de lo que es efectivamente real, de lo que es verdad e importante en la vida y, en última instancia, de lo que nos permite seguir luchando”. Hawk Moth aparece no sólo porque muere su amada esposa. También porque no sabe cómo vivir la soledad. Nos dice un autor. “A veces es en soledad donde se produce el encuentro. A veces tenemos que ser islas, y refugiarnos en el silencio. Pensar, para que la vida no vaya demasiado rápido. Rezar, aunque no siempre haya respuesta. Enmudecer, para que suenen dentro de nosotros voces que, de otro modo, permanecen calladas. Es en la soledad del trabajo, de la prisa, de la limitación, del cansancio, donde también podemos encontrar a Dios y, paradójicamente, aprender a relacionarnos con los otros. No hay que ser perfectos, ni dioses, ni máquinas. No importa equivocarnos, ¿quién no se equivoca nunca? El reto es aceptar la limitación como semilla de plenitud, como espacio en el que nos encontramos unos con otros. De hecho es nuestra fragilidad el puente que nos permite abrirnos a los demás desde la confianza y la aceptación. Muchas veces el primer lugar donde tenemos que abrazar esa pequeñez es cuando estamos solos, con Dios como único testigo, sin querer demostrar nada a nadie. Y, entonces, aprendemos que la fuerza se realiza en la debilidad”. La soledad es la habitación del amor. Cuando estamos solos el amor se hace presente. Aquello que, realmente amamos emerge en los momentos en los que la ausencia del otro se intensifica y sólo es posible unirnos a él mediante el amor o lo que Él representa para nuestro corazón. Así, es como muchos dicen: “En mi soledad grité al Señor y, Él me escucho poniéndome a salvo”. Quienes no saben vivir la soledad, cuando está se presenta, la sienten como si fuera una amenaza. Hay personas en las que, la soledad las arrastra hacia la infidelidad, la adicción, el desespero o la oscuridad. Donde no se cultiva la vida interior, donde el amor no se fortalece, siempre aparece la oscuridad como una alternativa. De ahí, que el Señor prepare a los discípulos para saber afrontar su ausencia. Nadie está solo, aunque a veces lo parece, y te sientes herido, o se te rompe la entraña. Si se te pierde la risa, y se te callan los versos. Aunque te duela la historia y te amenace el presente, se te atraviesen los miedos o se oscurezca el futuro… Es verdad que sí, que hay días grises, en que el silencio atormenta, y oprime. Hay momentos en que la distancia es nostalgia y ausencia. Hay abrazos extraviados esperando un encuentro. Hay miedos que anuncian naufragios y derrotas que parecen finales. Pero nadie está solo, aunque a veces lo parezca. Tu Palabra no se marcha y Tu espíritu nos une, fluye, infatigable, entre nosotros. Despertando el Amor dormido, vistiéndose de servicio, llamándonos prójimos, y trenzando, en nuestros días, inesperados afectos que se convierten en hogar. Aunque hoy nos llueva dentro (José María Rodríguez Olaizola sj)Francisco Carmona
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