Existen varias imágenes en los Evangelios que describen, con mucha belleza, el llamado a cuidar la vida, a sacarle el máximo provecho. Una vez, que la vida termine, no hay segundas oportunidades. La primera imagen es, la del hacendado que invita a trabajar en su viña. Para ser llamados, no importa la hora del día, sólo basta que atendamos la invitación con generosidad. Lo fundamental, es mantener vivo el deseo, de hacer la voluntad de Dios y de seguir nuestro destino. Vuelvo e insisto, nunca es tarde para seguir la voz interior del amor que nos llama a servir en la viña del Señor poniendo todos nuestros talentos en la tarea que somos llamados a realizar. La segunda imagen es la de las diez doncellas que esperan con la lampara encendida la llegada del esposo para la celebración del banquete de bodas. Era un pueblo de la India cerca de una ruta principal de comerciantes y viajeros.
Acertaba a pasar mucha gente por la localidad. Pero el pueblo se había hecho célebre por un suceso insólito: había un hombre que llevaba ininterrumpidamente dormido más de un cuarto de siglo. Nadie conocía la razón. ¡Qué extraño suceso! La gente que pasaba por el pueblo siempre se detenía a contemplar al durmiente. ¿Pero a qué se debe este fenómeno? – se preguntaban los visitantes. En las cercanías de la localidad vivía un eremita. Era un hombre huraño, que pasaba el día en profunda contemplación y no quería ser molestado. Pero había adquirido fama de saber leer los pensamientos ajenos. El alcalde mismo fue a visitarlo y le rogó que fuera a ver al durmiente por si lograba saber la causa de tan largo y profundo sueño. El eremita era muy noble y, a pesar de su aparente adustez, se prestó a tratar de colaborar en el esclarecimiento del hecho. Fue al pueblo y se sentó junto al durmiente. Se concentró profundamente y empezó a conducir su mente hacia las regiones clarividentes de la consciencia. Introdujo su energía mental en el cerebro del durmiente y se conectó con él. Minutos después, el eremita volvía a su estado ordinario de consciencia. Todo el pueblo se había reunido para escucharlo. Con voz pausada, explicó: Amigos. He llegado, sí, hasta la concavidad central del cerebro de este hombre que lleva más de un cuarto de siglo durmiendo. También he penetrado en el tabernáculo de su corazón. He buscado la causa. Y, para vuestra satisfacción, debo deciros que la he hallado. Este hombre sueña de continuo que está despierto y, por tanto, no se propone despertar. Añadió el Maestro: no seas como este hombre, dormido espiritualmente en tanto crees que estás despierto. La parábola de las diez doncellas fue, durante su vida, el texto evangélico preferido de mi señora madre. Seguramente, ella esperaba que la muerte la encontrará con la lámpara encendida, como en efecto sucedió. Las doncellas esperaban el regreso de su Señor que, posiblemente había viajado lejos para acordar el precio de la dote de la novia. Recordemos que, Jesucristo es presentado como el novio y la humanidad como la novia. El precio de la dote no era otro que, la propia vida. Somos desposados por Dios, al precio de la sangre de su Hijo. Tanto amó Dios al mundo, que entregó a la muerte a su propio hijo. Esta es una imagen que sólo comprende quien tiene una experiencia auténtica de fe; fuera de dicha experiencia, todo no es más que un acto execrable. Las diez doncellas están divididas en dos grupos: las necias y las prudentes. Podríamos representar como vírgenes insensatas a aquellas personas que viven al día, sin preocuparse por ellas y, lógicamente, por aquellos que están bajo su cuidado. También podrían ser vírgenes necias aquellas personas que viven centradas en sí mismas, sólo les preocupa su bienestar, viven en función de sí mismas. En este evangelio, podemos decir que, la lampara es la vida y el aceite, aquello que mantiene encendida, llena de pasión nuestra vida. También puede ser aceite el sentido de la vida, la vocación o el propósito. Una vida sin profundidad, sin conexión, difícilmente, ilumina el camino propio y el de aquellos que están junto a nosotros. Muchos creen que, siempre van a estar bien, que en su vida nunca habrá tropiezos ni dificultades, se preocupan poco o casi nada por su interior, cuando llega la noche, no saben qué hacer, cómo actuar, encuentran que no tienen nada que las sostenga, que las anime y llene de esperanza. Escribe Anselm Grün: “Las insensatas han desaprovechado la oportunidad de ocuparse de ellas, y ahora es demasiado tarde. Quieren confiar en las otras para compensar su descuido. Esta actitud es propia de muchas personas. Viven simplemente al día y piensan: ya se ocuparán los demás de mí. Llegarán a compensar mi desaprovechamiento. Sin embargo, esta actitud tiene los días contados. Las insensatas no pueden estar seguras de las sensatas. Tienen que ponerse en movimiento e ir al pueblo a comprar aceite. Mientras están en el pueblo, llega el novio. Entra en el salón de bodas, y la puerta se cierra. Cuando las insensatas llegan de comprar, se encuentran con las puertas cerradas. Y al tocar, para que les abran, dice el Señor: “no las conozco”. El retraso es el símbolo de aquellos que se han quedado estancados en el pasado; de ahí, que pierdan la oportunidad de estar en la fiesta del presente. Vivir en el pasado impide que vivamos en la presencia de Dios. Quien vive en el pasado sueña. De ahí, que la espiritualidad cristiana insista, una y otra vez, en la necesidad de despertar del profundo sueño porque el Señor viene. Quienes se han quedado dormidos, si viene el Señor a visitarlos, a llenar su corazón, creen que están soñando, que tal cosa no es posible, porque, entre otras cosas, los que sueñan creen que están despiertos. Vivir en el pasado significa que dejamos de vivir, que renunciamos a nuestra vida para entregársela a aquella situación o persona que, en su momento, nos lastimo. El pasado huele más a muerte que a vida. Cuando las insensatas se dan cuenta de la proximidad del novio también se hacen conscientes de que su lámpara, su vida, está a punto de apagarse; al parecer, es demasiado tarde. Pues bien, unas veces el Señor llega a tiempo para despertarnos y, otras veces, no alcanza a llegar y la vida termina en la insensatez. Me impresiona mucho la gente que, realizando todo tipo de cursos, de ejercicios, de terapias prefieren anclarse en el sueño antes que, asumir las consecuencias del despertar. Es curioso, despertar y mantenerse despiertos es un ejercicio difícil, pero vivir dormidos, anclados en cosas que ya pasaron, en palabras que, miradas, con detenimiento, son ociosas, no sólo es difícil sino, sumamente doloroso. La parábola podría tomarse como una advertencia: ¡cuidado, lo que te atrapa, lo que te ata al pasado, no es tu libertad, sino tu cárcel y tu condena! También puede verse un llamado a la esperanza: ¡Sí abres los ojos ahora, podrás hacerte cargo de tu vida, llenarla de sentido y realizarla! El Señor, según el Evangelio, es como un ladrón que, cuando menos lo pensamos, entra en nuestra casa y se lleva todo lo que consideramos valioso, nuestro dolor. Cuando el Señor llega a nuestra vida, nos despoja de nuestras falsas posesiones y herencias, para regalarnos la vida eterna. Existen muchas formas de desaprovechar la vida. El evangelio nos advierte: “¡Una vez que se pierde la vida, no hay forma de recuperarla! Perdemos la vida hiriendo y haciendo daño a los demás, poniendo los bienes por encima del amor, dedicándonos a llevar una vida según las expectativas de los demás, engañándonos a nosotros mismos llevando estilos de vida que, impresionan a nuestra familia, pero atormentan el corazón y aprisionan el alma, considerándonos por encima de Dios y, lógicamente, viendo a los que están a nuestro alrededor como seres inferiores o dignos de nuestras palabras llenas de juicio, amargura y desvalorización. Sin embargo, Dios a todos nos da la oportunidad de despertar, de ser conscientes de nuestra verdadera realidad y de actuar de una forma diferente como manifestación de la reconciliación con nosotros mismos y de su presencia en nuestra vida. ¿Cómo dejarte ser sólo Tú mismo, sin reducirte, sin manipularte? ¿Cómo, creyendo en Ti, no proclamarte igual, mayor, mejor que el Cristianismo? Cosechador de riesgos y de dudas, develador de todos los poderes, Tu carne y Tu verdad en cruz, desnudas, contradicción y paz, ¡eres quién eres! Jesús de Nazaret, hijo y hermano, viviente en Dios y pan en nuestra mano, camino y compañero de jornada, Libertador total de nuestras vidas que vienes, junto al mar, con la alborada, las brasas y las llagas encendidas (Pedro Casaldáliga)Francisco Carmona
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