La principal tarea de la religión consiste en mantener el corazón ardiendo. Un corazón que arde es un corazón que tiene puesta la atención en su pasión, en su propósito de vida, en la realización de su identidad profunda. Un corazón desentendidamente frío termina enfermo, indiferente y apostando por cualquier cosa que le represente un poco de placer o una alegría efímera. Para mantener encendido el corazón es necesario aprender a interpretar adecuadamente los símbolos que revelan el verdadero y auténtico sentido de la vida, de la muerte, de la Resurrección y del misterio que encarna Jesús de Nazareth. En Jesús, el ser humano encuentra que la realización de su destino no es una cuestión que dependa sólo del trabajo interior sino que es también una cuestión de comunión con la divinidad. En la casa de enfrente vivía una prostituta. Al observar la cantidad de hombres que la visitaban, el monje decidió llamarla: Eres una gran pecadora – la reprendió. Le faltas el respeto a Dios todos los días, y todas las noches ¿Será posible que no puedas detenerte y reflexionar sobre tu vida después de la muerte? La pobre mujer quedó muy conmovida con las palabras del monje; con sincero arrepentimiento le oró a Dios, implorando su perdón. También pidió que el Todopoderoso la ayudara a encontrar una nueva manera de ganarse el sustento. Pero no encontró ningún trabajo diferente. Y después de una semana de pasar hambre, volvió a la prostitución. Pero, cada vez que le entregaba su cuerpo a un extraño, le rezaba al Señor y le pedía perdón. El monje, irritado porque su consejo no había producido ningún efecto, pensó para sí: A partir de ahora, y hasta el día de la muerte de esta pecadora, voy a contar cuántos hombres entran en esa casa. Y desde ese día, no hizo otra cosa que no fuera vigilar la rutina de la prostituta: por cada hombre que entraba, colocaba una piedra en una pila. Pasado algún tiempo, el monje volvió a llamar a la prostituta y le dijo: ¿Ves esta pila? Cada piedra representa uno de los pecados mortales que has cometido, aun después de mis advertencias. Y ahora te lo vuelvo a decir: ¡cuidado con las malas acciones! La mujer comenzó a temblar al darse cuenta cómo se iban acumulando sus pecados. Al volver a su casa, derramó lágrimas de sincero arrepentimiento y orando dijo: ¡Oh, Señor! ¿Cuándo tu misericordia me va a librar de esta miserable vida que llevo? Su plegaria fue escuchada. Ese mismo día, el ángel de la muerte pasó por su casa y la llevó. Por la voluntad de Dios, el ángel cruzó la calle y también cargó al monje consigo. El alma de la prostituta subió inmediatamente a los Cielos, mientras que los demonios se llevaron al monje al Infierno. Cuando se cruzaron a mitad de camino, el monje vio lo que estaba ocurriendo y clamó: ¡Oh, Señor! ¿Es esta tu justicia? Yo, que pasé mi vida en devoción y pobreza, ahora soy llevado al infierno. Mientras que esta prostituta, que vivió en constante pecado, está subiendo al cielo. Al escuchar esto, uno de los ángeles respondió: Son siempre justos los designios de Dios. Tú creías que el amor de Dios se limitaba a juzgar el comportamiento del prójimo. Mientras que llenabas tu corazón con la impureza del pecado ajeno, esta mujer oraba fervorosamente día y noche. El alma de ella quedó tan liviana después de llorar, que podemos llevarla hasta el Paraíso. Tu alma quedó cargada de piedras y no podemos hacerla subir hasta lo alto.
Un religión centrada exclusivamente en los problemas sociales, dice Joseph Campbell, traiciona la raza humana. Al respecto, dice Campbell: “La sustitución del Misterio por el afán de trabajo social, o la excesiva implicación en regular las decisiones íntimas de la vida familiar, no tiene nada que ver con la verdadera vocación del sacerdote: abrir el corazón del creyente a la acogida del Misterio”. Una religión que no anime entre los creyentes el sentido de Trascendencia, el deseo de alcanzar la realización plena de su identidad termina convertida en pura ideología. A través de la experiencia religiosa, el ser humano debe aprender a entender las estructuras de su vida interior y aprender que, sin espíritu interior, difícilmente, lo que proclame puede ser considerado como un mensaje que proviene de Dios. Para nadie, es un secreto que, en la actualidad la cultura está experimentado una transformación profunda. Para los teólogos, estamos pasando de una época en la que el predominio la tenía la razón a otra, donde la vida mística resulta ser fundamental para que la Revelación de Dios en Jesús de Nazareth, proclamado como el Cristo, siga siendo verdadera y fuente de la cual nace una existencia coherente, trascendente y plenamente realizada. Sin mística, el mensaje de Cristo se convierte en humanismo religioso. Estamos pues, frente a una nueva era. La razón está dejando el lugar que ocupaba a la experiencia de Dios que brota de la contemplación, la meditación y el encuentro. Otras corrientes de pensamiento señalan que está época es una transición de la era de piscis, razón, a la era de acuario, espiritualidad. Distintas formas de nombrar el misterio no son causa para estigmatizar a unos y alabar a otros. Lo que llamamos Nueva Era no es otra cosa que la constatación de los cambios profundos que la humanidad está experimentando. Desde hace años, se viene anunciando el retorno de la humanidad a la espiritualidad. El problema ahora radica en saber qué espiritualidad, de las que hoy se proponen, son auténticas y cuáles, son sólo un discurso vacío. El movimiento de la Nueva Era, que tanto recelo despierta en los círculos más conservadores de la religión, insiste en la evolución de la consciencia como expresión del solo esfuerzo humano. Entre las categorías que este movimiento maneja está la conexión con la astrología, las religiones tradicionales, la deconstrucción de las costumbres, tradiciones e identidades. Se rechaza lo que pueda sonar a una verdad universal. Se insiste, en que la evolución de la consciencia, corresponde a un salto cuántico hecho por el individuo. La transformación de la humanidad obedece a una consciencia donde lo humano y lo divino confluyen formando una unidad. A esta unión se accede por la contemplación. El ser humano crece, en la medida que, se conoce a sí mismo. La autenticidad del conocimiento interior se corresponde con la consciencia de la inhabitación divina. Dios habita en nosotros, somos conscientes de Dios en la medida que, somos conscientes de la plenitud a la que está invitada el alma y el corazón humano. La transformación se da como expresión de la íntima comunión con Dios que, entre otras cosas, exige la conversión; es decir, la capacidad de comprender la vulnerabilidad que acompaña nuestra condición de seres humanos, la apertura a la relación con Algo más Grande que nosotros mismos donde está contenida nuestra verdadera identidad y, por último, en la construcción de unas relaciones diferentes con los demás basadas en el amor, la reconciliación, la justicia, la bondad y el respeto profundo por la vida. Señala Josep Campbell que la causa secreta de nuestra muerte es el destino. “Toda vida tiene unos límites, y al desafiarlos los estamos acercando a nosotros; los héroes son los que inician sus acciones sea cual sea el destino que pueda resultar. Lo que nos sucede depende de lo que hagamos con nuestra vida. El curso de la vida revela el secreto de nuestra muerte”. Cuando un ser humano ha dirigido la vida hacia sí mismo, cuando muere, todo acaba. En cambio, cuando un ser humano se ha preocupado de su autorrealización y de trascendencia, cuando muere, todo comienza porque quien tiene sentido de trascendencia entiende que nacer y morir son el mismo acto. El bebé, cuando llega el momento del nacimiento, siente que va a morir; sin embargo, está naciendo. Así, el que está agonizando y construyó un sentido trascendente de vida, sabe que, al morir también nace a una nueva vida. Los que han permanecido encerrados en sí mismos, hacen lo posible por negar el sufrimiento y la muerte. El que no ve más allá de sí mismo, le cuesta entender que, la vida no está en los astros, sino en la conexión con el Sí Mismo, el arquetipo de la totalidad. El Sí-mismo es la imagen real de nosotros mismos y la conocemos, cuando miramos hacia adentro, en lugar de estar buscando afuera las respuestas que conciernen a nuestro destino. Bien lo señala Jung: “Quien busca afuera, sueña; quien busca adentro, despierta” podemos poner el destino en la conexión de los astros o en la búsqueda del sentido, el propósito y la misión a través de la relación íntima con Aquel que, siendo más grande que el Universo entero, habita en lo más pequeño, y a la vez, también lo más grande, el corazón. Dice Rumí: “Más allá de lo correcto y lo incorrecto, hay un lugar donde podemos encontrarnos”. Las religiones son profundamente simbólicas. Las celebraciones religiosas están basadas en símbolos porque éstos son la expresión de la madurez que puede alcanzar tanto la psique como la consciencia. Quien no entiende los símbolos, su psique aún no ha dado el paso hacia la madurez. Dice Campbell: “Cuando el símbolo se abre, el trasfondo es lo que brilla y fluye”. El compromiso con la vida se manifiesta en la relación que logramos establecer con la divinidad que habita en nosotros. Al respecto, dice Campbell: “El bautismo como sacramento no mete nada dentro de nosotros. El bautismo nos pone en contacto con nuestra condición de hijos de Dios y, de ahí, es donde brota la fuerza para amar, reconciliar, transformar, darle sentido y plenitud a la vida”. La religión es, ante todo, evocación y, por esa razón, tiene como misión y tarea mantener encendido el corazón. Agotado ya de mis manías, mis torpezas y mis miedos, mis complicaciones y mis discursos… agotado de ponerme al centro. Agotado de que antes de intentar levantar el vuelo ya me haya tropezado y enredado en mis cosas de siempre. Agotado vengo hoy a Ti. Esta vez rendido. Ya ni queriendo volar, sino como dejándome caer hacia ese vacío del que sé que sólo Tú me recogerás. Ciego como Bartimeo, con la garganta que me arde, exhausto de gritar. Te grito a Ti. Pocas certezas me has regalado en esta vida. Una es que mi grito sordo entrelazado con mi propio amor, querer e interés espera volver a Ti. Vengo y grito con el eco de todos los que han hecho de mí el que soy y ojalá que con la estela de quienes hayan escuchado Tu Nombre desde los agujeros de mis corazas. Agotado, hoy llego rendido a Ti y noto que quien pone casa para juntarnos a todos a la mesa vuelves a ser Tú (Fran Delgado sj) Francisco Carmona
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