En el evangelio de Lucas, encontramos las siguientes palabras: “El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca”. En varias ocasiones, los evangelios muestran la admiración que la gente siente por la forma como Jesús enseña, por las acciones que realiza y por la sabiduría que acompaña cada palabra suya. El corazón de Jesús es un corazón bueno. ¿Se podría decir de nosotros lo mismo que se dice de Jesús? Brotan de nuestro +corazón cosas buenas hacia los demás o sólo respiramos dolor, desengaño, frustración y deseos de ponernos por encima de los demás, especialmente, si son muy cercanos. La necesidad de competir, de estar por encima, no es más +que debilidad del corazón y miedo a uno mismo. Un maestro calígrafo estaba escribiendo algunos caracteres sobre un pedazo de papel. Uno de sus especialmente perceptivos estudiantes estaba mirándolo. Cuando el calígrafo hubo terminado, pidió la opinión del estudiante, quién inmediatamente le dijo que no estaba nada de bueno. El maestro lo intentó de nuevo, sin embargo el estudiante criticó el trabajo de nuevo. Una y otra vez, el calígrafo cuidadosamente trazaba los mismos caracteres, y cada vez el estudiante los rechazaba. Finalmente, cuando el estudiante había desviado su atención a algo más y no estaba mirando, el maestro aprovechó la oportunidad de hacer rápidamente los caracteres. ¡Listo! ¿Cómo está ese?, le preguntó al estudiante. El estudiante se dio vuelta a mirar. ¡Esa es una obra maestra!, exclamó. Añadió el Maestro: algo anda mal cuando el Maestro espera la aprobación del estudiante sobre su talento
El místico sufí Rumi, señala: “Cuando alguien te pregunte qué hay que hacer, enciende la vela que llevas en tu mano”. Hace poco, viví un caso curioso. Un estudiante de Constelaciones, después de realizar su primera constelación, vino y me dijo: “No estoy de acuerdo con lo que usted enseña, en mi experiencia, me doy cuenta que las cosas son diferentes, no como usted y Hellinger las enseñan”. Para Rumí los talentos deben estar al servicio de la vida, no al servicio de nuestro Ego y, mucho menos, para menospreciar a los demás, especialmente, si hemos tomado la vida o el aprendizaje de ellos. Las personas seguras de sus talentos nunca presumen; al contrario, caminan en silencio porque saben que, el sabio calla ante lo que el necio grita y se ufana. Cuando conocemos nuestros talentos también avanzamos en el conocimiento de nuestro lugar en la vida. Una persona esta agradecida y en consonancia con la vida cuando disfruta poniendo sus talentos al servicio de los demás. En cambio, una persona está a disgusto con la vida y con sus talentos cuando, en lugar de servir, busca a toda costa obtener dinero. Hace años, conocí un médico, bastante exitoso. Un buen día, empezó a montar clínicas por todo lado. Al hacerlo, descuido la clínica que le había proporcionado bienestar y prestigio. Cuando las cosas iban mal en una de las clínicas, dejaba el trabajo en la primera. Después comenzó a hacer inversiones para tener mayores ganancias. Poco a poco, fue pasando de un estado de bienestar a uno de angustia. Cuando nos olvidamos de lo que sabemos hacer, para dedicarnos a lo que no sabemos hacer tan bien, perdemos el rumbo, nos fragmentamos y, la angustia, la desesperanza y el deseo de morirse no desaprovechan la oportunidad para hacerse presentes y tomar el lugar de la satisfacción que da vivir desarrollando los propios talentos. Pueden pasar muchos años antes de que podamos descubrir cuáles son nuestros verdaderos talentos. Muchas veces, los talentos están debajo de la necesidad de cumplir las expectativas que los padres tienen sobre nuestro futuro. Otras veces, los talentos están detrás del telón del miedo a sentirnos diferentes, raros e inadecuados. La mayoría de las veces, los talentos están atrapados por la sombra, esos aspectos de nuestra personalidad que rechazamos para poder encajar en el mundo de la competencia, del prestigio, de la tiranía de la felicidad y del éxito. Cuando no sabemos cuáles son nuestros talentos, creemos que los demás son muy afortunados con los talentos que muestran o nos hacen creer que tienen. Hace años, vi una película donde un hombre gana el nobel de literatura; en realidad, era la esposa quien escribía. Por amor, ella se ocultaba para que él, con menos talento que ella, pudiera brillar. Escribe Joan Chittister: “Descubrir los talentos que Dios nos ha dado requiere coraje; supone riesgos; exige exploración; conlleva al fracaso cuando tropezamos en un terreno u otro. Pero al final, lo que recobramos es la totalidad de nosotros mismos. Comprender que los talentos que hemos recibido nos han sido concedidos para el resto de la comunidad es lo que nos hace humanos”. Todos tenemos un talento en la mano con el que podemos hacer que brille la vida. Al pregunta de fondo siempre es: ¿lo emplearemos para nuestro propio bien o nos arriesgaremos a ponerlo al servicio de todos? Algunos entierran sus talentos por miedo a ser exigidos, confrontados, apremiados a ser más generosos. El talento más importante de todos los que podamos haber recibido es el de ser nosotros mismos. Cuando una persona entra en su corazón y descubre lo talentos que hay en él, lo que, realmente está descubriendo, no es otra cosa que a él mismo. Dice Bellamente, Joan Chittister: “Lo que somos es un ungüento divino que ha de ser derramado en servicio amoroso sobre el mundo”. No nacimos para vivir sin desgastarnos. El objetivo de nuestra existencia es pasar, como Jesús, por este mundo haciendo el bien. Los sueños que albergamos en el corazón nos indican lo que estamos llamados a ser y, serán, precisamente los talentos, quienes nos ayuden a realizarlo plenamente. En la medida, que conocemos nuestros talentos y los realizamos expresamos nuestra fe en la vida y la fidelidad a nosotros mismos. Cuentan que, en una ocasión, el Times de Londres le pidió a G. K Chesterton, filósofo y escritor inglés, una carta donde explicara que andaba mal en el mundo. Este señor, con mucho respeto escribió: “Muy señores míos: Yo. Suyo afectísimo, G.K Chesterton”. Cuando nos negamos a entregar lo que somos realmente somos, algo anda mal en el mundo. En la parábola de los talentos se dice que, el Señor entregó parte de su fortuna a cada uno de sus servidores según sus capacidad; es decir, según su talento. Hubo uno que se resistió a dar lo mejor porque tuvo miedo. El miedo es el mayor obstáculo en el camino de llegar a vivir siendo nosotros mismos. Para ser nosotros mismos, para que la luz que llevamos en nuestra mano brille, sólo necesitamos recordar: “Somos hijos de Dios” A veces, me gustaría preguntarle al hijo pródigo: ¿Cómo te va, joven, por aquel país lejano? Me gustaría saber si encontraste lo que buscabas. Si al caer el día, cuando te acuestas, crees que mereció la pena marchar. O si, por el contrario, recuerdas con tristeza aquel lugar que llamabas hogar y esos brazos que con amor te sostuvieron. Me gustaría saber si te sientes querido, si tienes quien te acepte como eres y comparta contigo alegrías y, sobre todo, penas. O si, por el contrario, solo ves rivales que miran lo que tienes y no lo que eres mientras tú mendigas algo de sinceridad. Me gustaría saber qué fue de tu fortuna. Si te ayudó a seguir creciendo y disfrutar, y si multiplicaste tus muchos dones. O si, por el contrario, te fundiste todo en placeres que aumentan tus vacíos y enterraste tus talentos en terreno baldío ¿Cómo te va, joven, por aquel país lejano? (Óscar Cala sj) Francisco Javier Carmona
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