¿Cómo encontrar a Dios? Cuando hablamos de Dios hacemos referencia a una realidad psíquica antes que, a una realidad física. Por realidad psíquica podemos entender la forma como un sujeto organiza los contenidos de su psique, de su mente y de su corazón. También podemos definir la realidad psíquica como aquella fuente de la que brota la estructura de una persona. Por estructura personal entendemos la forma como están organizados y contenidos los elementos psicológicos en el interior de una persona. Si Dios es una realidad psíquica, antes que una realidad física, entonces debemos entrar en el interior, porque ahí, es el lugar donde podemos buscarlo y, experimentar su presencia. Sin Dios, la vida carece de un sólido fundamento. Benedicto XVI escribe: “Lutero estudió teología. Contra los deseos de su padre, no continuó los estudios de derecho, sino que estudió teología y se encaminó hacia el sacerdocio en la Orden de San Agustín. Y en este camino, no le interesaba esto o aquello. Lo que le quitaba la paz era la cuestión de Dios, que fue la pasión profunda y el centro de su vida y de todo su camino. ¿Cómo puedo tener un Dios misericordioso? Esta pregunta le penetraba el corazón y estaba detrás de toda su investigación teológica y de toda su lucha interior. Para Lutero, la teología no era una cuestión académica, sino una lucha interior consigo mismo, y luego esto se convertía en una lucha sobre Dios y con Dios ¿Cómo puedo tener un Dios misericordioso? No deja de sorprenderme en el corazón que esta pregunta haya sido la fuerza motora de su camino”. Dios es la fuerza que pone en camino a muchas personas y cuando éstas lo encuentran también experimentan el gozo de la autorrealización.
Al cabo de diez años de aprendizaje, Zenno creía que ya podía ser elevado a la categoría de maestro zen. Un día lluvioso, fue a visitar al famoso profesor Nan-in. Al entrar en la casa de Nan-in, este preguntó: ¿Has dejado tu paraguas y tus zapatos del lado de afuera? Por supuesto, respondió Zenno. Es lo que manda la buena educación. Actuaría de la misma manera en cualquier lugar. Entonces dime, ¿pusiste el paraguas a la derecha o a la izquierda de tus zapatos? No tengo la menor idea, maestro. El budismo zen es el arte de tener conciencia total sobre lo que hacemos, dijo Nan-in. La falta de atención a los pequeños detalles puede destruir por completo la vida de un hombre. Un padre que sale corriendo de la casa puede olvidar un puñal al alcance de su hijo pequeño. Un samurái que no mira todos los días su espada, terminará por encontrarla oxidada cuando más necesite de ella. Un joven que olvida llevarle flores a su amada va a terminar por perderla. Y Zenno comprendió que aunque conociera bien las técnicas zen del mundo espiritual, había olvidado aplicarlas en el mundo de los hombres. Somos aquello con lo que nos identificamos. Cuando nuestro Yo se identifica con el éxito comenzamos a perseguirlo y cuando no lo alcanzamos nos sentimos no sólo fracasados sino también angustiados, la vida comienza a perder valor y sentido. Si nos identificamos con el amor, empezamos a perseguirlo y cuando no lo alcanzamos, nos sentimos vacíos y, en algunos casos, nos volvemos dependientes o caemos en el hambre del amor. Cuando buscamos a Dios, empezamos a perseguirlo y cuando no lo encontramos caemos en la desesperación, en la angustia existencial y, en algunos casos, en el deseo de morir. Cuando ponemos la atención en nuestro interior, no tenemos que perseguir nada y, aunque el descontento nos acompañe, sabemos que, aún, queda camino por recorrer, pues como dice Jäger: “mientras más ahondamos en el conocimiento de nosotros mismos, más se despierta la consciencia de quienes somos realmente y, donde hay una consciencia que progresa, siempre hay esperanza. La experiencia que nos +conduce a gustar nuestro ser, siempre termina en la Presencia amorosa de Dios. Todas las formas individuales no son más que creaciones y adornos de la única consciencia. El Universo y el ser humano son manifestación de la energía que hay en la consciencia. La consciencia se revela en los diferentes objetos y también en el ser humano. Somos la viva expresión de una mente que ha sido capaz de crear todo lo que podemos llegar a contemplar. La religión no es un truco. Quienes lo creen así, no han tenido una experiencia religiosa auténtica. Lo que somos no es otra cosa que la continuación del acto amoroso a partir del cual fuimos creados. Nos distanciamos de la fuente de la que provenimos porque ponemos la atención en el Yo. Olvidamos que el Yo sólo obedece a la naturaleza interior, el espacio donde nacen los impulsos y las voces que dirigen el alma y todo lo que somos hacia su destino. Dios se manifiesta en la profundidad de nuestro ser. Nadie que lleve una vida superficial logra experimentar a Dios. Muchos rechazan a Dios, no porque les resulte difícil creer en Él, sino porque temen encontrarse con todo lo que, durante años, han guardado en su interior, no como parte del tesoro, sino como basura, como algo que quisieran desechar de su vida, algo de lo que desean huir y no volver a saber nunca más. Cuando traspasamos la frontera del Yo, nos dice la mística, entramos en el mudo de la Unidad, del vacío y de la intemporalidad, algo que asusta a quien tiene miedo de sí mismo y de la vida. Solamente en lo más profundo de nuestro ser podemos experimentar lo que significa resucitar, volver a la vida. Resucitar significa que experimentamos el flujo de la energía divina que constantemente crea algo nuevo. La energía de la vida, como si se tratara del mar que continuamente crea olas, crea constantemente la vida. Toda ola que toca la playa es una vida nueva. Una vez que la ola se retira, el mar crea una nueva. La playa nunca se queda sin ser bañada por las olas. Así nuestra vida nunca se queda sin ser bañada por el amor de Dios. Además, en este misterio, nosotros somos playa y ola. El sentido de la vida se encuentra en el hecho de vivir instante tras instante en la presencia de la Realidad que da Origen a todo. Encontramos a Dios en aquello que da sentido a la vida y la hace luminosa. Curiosamente, también la oscuridad nos conduce a Dios, no de la forma como quisiéramos sino como Dios, la vida y el alma disponen. El alma que anhela el encuentro con Dios, debe estar preparada para saber, como dice San Agustín, que Dios es lo más íntimo a nuestro ser. Quien busca a Dios está invitado a comprender que, en un corazón herido y dividido Dios está presente pero, el alma no logra verlo, porque el dolor y la oscuridad impiden hacerlo. La naturaleza más íntima del ser humano es inmortal porque tiene su origen en la eternidad. Venimos de la fuente eterna de la vida y a ella regresamos cuando dejamos de identificarnos con el Yo o con el ego y comprendemos que, la felicidad no consiste en tener sino en ser nosotros mismos y en entregar lo que somos para que la vida sea abundante. Señala Jäger: “La mística enseña que nuestra naturaleza auténtica está libre de nacimiento y de muerte. Nuestra identidad real siempre está relacionada con la Fuente donde la vida se origina. Nadie puede separarnos de Dios, aunque nos intenten convencer de lo contrario, porque el ser no existe independiente de su naturaleza; si lo hiciera, dejaría de ser. Lo que somos proviene de la naturaleza divina que está en cada uno de nosotros. No existe pues, diferencia entre el ser que somos y el Dios que nos da el ser. Predica el Maestro Eckhart: “Dios nunca ha existido solo. Él siempre ha sido en compañía de su Hijo y de su Espíritu. Todo lo que Dios crea es idéntico a Él porque el amor crea cosas esencialmente amorosas. El vacío y la forma siempre van juntos, como el Padre y el Hijo. Tan sólo hay unidad. ¿Dónde crees que has estado todo este tiempo, preguntó el ángel? ¿Dónde crees que está ahora? Aunque la razón no lo entienda, el único lugar real de nuestra presencia es, ante +Dios. Dios viva aquí y ahora a través de nosotros. Experimenta dicha Presencia es lo único que realmente interesa”. Encontramos a Dios en aquello que da fuerza y sentido a la vida porque ahí es donde esta Dios revelándose. Está faltando la luz y escribo el poema a ciegas en la hoja de un viejo calendario. Por primera vez, me doy cuenta que las palabras son vanas y vano es nuestro entendimiento si en la noche la tinta no logra desprenderse de la oscuridad del cielo y mi poema no logra iluminarme el camino adentro mío y si tú no estás conmigo para darme consuelo de esta amarga palidez del alma obscura (Silvia Favaretto) Francisco Javier Carmona
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