En el Evangelio hay dos pasajes que tienen algo que, suscita una enorme curiosidad, cuando se trata de hablar de la invitación a conservar la vida siendo nosotros mismos y, a arriesgarnos a perder la vida construida a partir de la máscara, de las expectativas ajenas y, del compromiso con la fuerza que nos promete bienestar, si nos dedicamos a ser alguien en la vida, según los criterios del mundo, como llama el Evangelio al afán de prestigio, poder y buena imagen. Los pasajes a los que hago referencia son la Samaritana, en el evangelio de Juan, y el Doctor de la Ley, en el evangelio de Lucas. La samaritana desea encontrar una razón para vivir que calme esa insatisfacción que amenaza con consumir el alma. El Doctor de la Ley, por su parte, quiere saber que tiene qué hacer para cumplir el mandamiento de amar a Dios y al prójimo. En ambos pasajes del Evangelio, los protagonistas quieren desviar la atención de lo fundamental hacia cuestiones que, aun siendo muy importantes, poco aportan a la solución de su pregunta existencial. La samaritana intenta llevar la atención a una discusión sobre el lugar de culto. “La mujer contestó: Señor, veo que eres profeta. Nuestros padres siempre vinieron a este cerro para adorar a Dios y ustedes, los judíos, ¿no dicen que Jerusalén es el lugar en que se debe adorar a Dios? Jesús le dijo: Créeme, mujer: llega la hora en que ustedes adorarán al Padre, pero ya no será en este cerro o en Jerusalén. Ustedes, los samaritanos, adoran lo que no conocen, mientras que nosotros, los judíos, adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero llega la hora, y ya estamos en ella, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad” (Jn 4, 19-23)
El Doctor de la Ley se acerca a Jesús y le pregunta: “¿Maestro qué tengo qué hacer para heredar la vida eterna? En su corazón, tiene la intención de poner a prueba a Jesús. Jesús conoce lo que cada uno lleva en el corazón, por eso, le dice al Doctor de la Ley: ¿Qué está escrito en la Ley?¿Qué lees en ella? Nos cuenta el texto: “Él le respondió: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo. Has respondido correctamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la vida. Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: ¿Y quién es mi prójimo?” Así sucede con muchas personas que guardan en su corazón una insatisfacción profunda o la necesidad de hacer que su vida tenga un sentido diferente al que, hasta ahora, han considerado como lo más valioso e importante. Existe la creencia de que San Bartolomé, patrono de los encuadernadores, ofrece a cada alma, poco antes de nacer, dos libros. El primero está protegido por unas cubiertas de cuero marroquí, con filigranas de oro y papel de Holanda; el otro se presenta en piel de cabra, sin siquiera curtir, tampoco un solo grabado. Tras haber elegido uno, el alma se encarna en el mundo de los vivos, donde al fin podrá abrirlo. Quienes eligieron el tomo de hermoso aspecto, descubrirán que ya existe un texto en su interior, una novela donde se revelan todos los pasos que se darán en esta vida, un inventario de acciones que deberá de seguirse al pie de la letra hasta el fin de nuestros días. Cuando la muerte venga a visitarnos, la encuadernación del libro estará deteriorada de tanto uso, las páginas se habrán soltado y las letras apenas serán visibles. Quienes optaron por el segundo volumen, encontrarán un sinfín de páginas en blanco que deberán de ir rellenando con las decisiones que tomen libremente, eligiendo en cada momento hacia donde encaminar sus existencias, haciéndose desde el primer instante dueños de sus propias vidas. A medida que las páginas vayan siendo escritas, el libro irá adquiriendo, casi por arte de magia, un aspecto más lustroso, las cubiertas parecerán haber sido encuadernadas en los mejores talleres del mundo y las filigranas despertarán la admiración de los grandes grabadores de la historia. Al final, cuando el cuerpo suelte su último aliento, el tomo será tan hermoso y contendrá tales proezas que pasará a formar parte de la gran Biblioteca del Conocimiento Humano. En ambos casos, el de la samaritana y el Doctor de la Ley, el asunto no es de claridad teórica, sino de atreverse a vivir. A diario, encuentro personas que creen tener respuestas para todas las circunstancias de la vida. Lo curioso, es que estas personas están muy poco dispuestas a preguntarse qué llena su vida de sentido, donde está la fuente verdadera de su satisfacción o qué las sostiene y orienta en los momentos difíciles de la vida. Muchos creen, que la vida consiste, en seguir una teoría y, olvidan que lo más importante es escuchar, obedecer y configurar la vida según la voz interior que nos habita. En el cuento el árbol que no sabía quién era, una vez que el árbol escuchó su voz interior, descubrió que era un ciprés, se dedicó a crecer según su identidad. Muchas personas prefieren mantenerse en el campo de la discusión teórica antes que, dar un paso adelante y transformar su vida, dejando atrás los patrones destructivos de comportamiento, las creencias irracionales y limitantes que han cultivado durante años y, de manera especial, los reclamos a la vida y a los padres por no haber recibido lo que anhelamos y nadie nos pudo dar. Jesús desafía a las personas. Él sabe que sólo movilizándonos, alcanzamos la meta. Jesús, le dice a las personas: vete y haz lo que escuchaste, pon en práctica lo que aprendiste, entrégate a la misión, a las relaciones, sé generoso con lo que albergaste en el corazón, con la verdad que te define. Compórtate con misericordia con los que son saqueados en el camino, no arrojes piedras sobre el que va perdiendo la vida en estilos dolorosos de existir; en lugar de excluir, dedícate a sanar y reconciliar. Las personas que se han acomodado en la mitad de la vida sueñan con la construcción de una bella casa y se olvidan de construir su santuario interior; otros, anhelan viajar y conocer el mundo, pero desatienden el mundo interior que, curiosamente, les resulta extraño, amenazante y poco interesante. También están los que se dedican a comer y beber y, por más que comen, su alma sigue hambrienta y, por más que beben y se embriagan, su alma continua sedienta. También están los que trabajan sin descanso y, sin embargo, no logran producir un fruto auténtico que le de sentido a su vida e ilumine a quienes comparten la existencia con él. Muchos viven y, no logran sentir que la vida sea una bendición para ellos y para quienes les rodean. Impresiona ver cómo las personas prefieren petrificarse o aferrarse a los viejos patrones de conducta antes que, dar el paso hacia adelante, hacia la transformación. Muchos prefieren anclarse a lo que desde siempre, les ha dado seguridad y bienestar, y rechazan cualquier sugerencia de hacer con sus vidas algo diferente, que valga realmente la pena. Otra forma de manifestar el entumecimiento interior, según Anselm Grün, es ir de evento en evento, de maestro en maestro, así, se vende la idea de estar haciendo algo por el alma y el bienestar interior. Nadie se transforma causando buenas impresiones en los demás. Sólo cuando la verdad sobre nosotros mismos tiene un espacio en el corazón podemos decir que, nos ocupamos de nuestra casa o templo interior. Este es el verdadero signo de vitalidad interior. A los bellos, a los sabelotodo, a los fuertes, a los ricos, a las guapas de espejo, a los arrogantes, a los manipuladores, a las reinas de la fiesta, a los chulos de barrio, a los que opinan de todo pero no escuchan nada, al que sonríe sin alma, al buscador de atajos, al vendedor de quimeras, al triunfador sin historia, al presuntuoso, al arrogante, al que pisa fuerte sin mirar a quién, al que nunca duda... Hay que recordarles que también lloran, aman. Y se equivocan a ratos. Que no es el fulgor fugaz lo que nos hace personas, sino la desnudez frágil. Y que es en la normalidad compartida, donde nos podemos encontrar, como hermanos (José María R. Olaizola, sj)Francisco Carmona
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