El miedo es una fuerza tan poderosa que, es capaz de devorar las energías que necesitamos para progresar en la vida y, poder fluir hacia el Destino. A Constelaciones vino una mujer que, deseaba irse de la casa e iniciar una vida de hogar al lado de quien, desde hace más de veinte años, ha sido su pareja. Cada vez, que esta mujer intenta dar un paso hacia la realización de su sueño, la madre cae enferma, la hija se siente culpable y se llena de miedo pensando que, si la madre muere, será su culpa, aplaza la decisión hasta que todo este mejor. El momento oportuno nunca llega. El destino ha sido aplazado por veinte años. El miedo hace que perdamos la valentía y la fuerza para realizarnos como adultos. Por lo general, donde hay miedo, hay un padre manipulando las decisiones de sus hijos. Una tarde, un discípulo intrigado le preguntó a su mentor: Maestro, ¿Nunca te acontecen situaciones difíciles o que no puedes resolver? No entiendo cómo es que siempre dices; Está bien, todo está bien, en todo momento que se te pone al corriente de alguna contrariedad o se te presenta alguna vicisitud. El maestro sonrió y con una mirada apacible dijo: Es que cuando todo está bien, está bien. Pero, ¿Por qué? ¿Cómo es posible que siempre todo este bien? preguntó escéptico e incluso un poco irritado el discípulo. El maestro explicó: Porque cuando no puedo solucionar una situación en el exterior, la resuelvo en mi interior, cambiando de actitud hacia esa circunstancia. Simplemente cambio o corrijo todas las cosas que dependen de mí, y las cosas que no puedo cambiar las acepto y me adapto a eso. Ningún ser humano puede controlar todos los escenarios o situaciones externas que se les presentan, pero sí puede aprender a controlar su actitud y emociones ante las mismas. Por eso, para mí, todo está bien.
El miedo nos acorrala porque nos promete estar a salvo, seguros, si lo obedecemos. Con frecuencia, por ejemplo, llegan personas a constelaciones preguntando: ¿lo que usted hace es cristiano? Tengo miedo de ir a ofender a Dios haciendo cosas contrarias a la fe. La mayoría de las veces, este temor proviene de aquellos que, teniendo la obligación de acompañar a otros en su camino, se dejan atrapar en sus prejuicios y, en lugar de estudiar, investigar, discernir, se aferran al miedo a seguir perdiendo adeptos, autoridad, influencia. El miedo a disminuir, a ser pequeños, a no tener el esplendor de tiempos pasados, hace que las instituciones y las personas se vuelvan rígidas, asuman actitudes que, revelan su miedo. Si nos sintiéramos responsables de la misión que tenemos, iríamos con mayor cautela por la vida y, sobre todo, a la hora de acompañar a quien desea darle significado a su existencia. Otros, tienen miedo de llegar a deshonrar a sus padres, defraudar a sus amigos, de no estar a la altura de lo que los demás esperan de ellos. Desaprovechamos la vida cuando seguimos los consejos del miedo. Una de las capacidades que tiene el miedo es la de arrebatarnos la esperanza. De ahí que, constantemente, Jesús diga a sus discípulos: “No tengan miedo, he vencido al mundo”. Después de la revolución francesa, el P. Chaminade, fundador de los marianistas, señalaba que la cultura se estaba adentrando en una nueva encrucijada a la que identificó como indiferencia religiosa. Pues bien, Jürgen Moltmann, teólogo, señaló en el libro la “Teología de la esperanza” que, la desesperanza es el pecado de la incredulidad. En otras palabras, donde hay incredulidad, abunda el miedo. La carta a los Efesios podríamos resumirla en la siguiente expresión: “Cansancio de no querer ser lo que Dios nos exige ser”. El miedo nos impide ser y, por eso, inunda el corazón de desesperanza; así, terminamos alejados de Dios y de su voluntad. El miedo nos arrebata la confianza en la vida. Nos hace dudar del amor que recibimos en su momento de nuestros padres y, sobre todo, del amor de Dios. En Constelaciones Familiares, cuando las personas manifiestan tener mucho miedo para enfrentar la vida, entramos una pareja que represente a los padres y, pedimos al consultante decir: “Papá y mamá, tomo la vida de ustedes al precio que les costó y que a mí me cuesta. Tengo miedo de irme a la vida. Sé que es el momento de actuar por mí mismo, de hacer mi propio camino, por favor, denme su bendición”. Generalmente, todo termina con un abrazo espontáneo. Las personas se sienten fuertes y, el miedo suele manifestar que, ya no necesita estar presente en la Constelación. La conexión con el amor de los padres no sólo nos devuelve la confianza, sino que restablece la esperanza. Se acercan los días de Navidad donde el mensaje central es la esperanza. Allí, donde el frío amenaza la existencia, aparece “el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz”. Sin esperanza estamos prisioneros de miedo y la vida, en lugar de fluir, se estanca. Para vivir necesitamos fuerza y ésta se toma de la esperanza que genera la certeza de que podemos confiar en la vida porque Dios nos sostiene, nos acompaña, nos anima y nos sostiene en la debilidad. Dice Anselm Grün: “La mirada puesta en Jesús, origen y plenitud de la fe, nos da confianza y esperanza para perseverar en las luchas cotidianas que presenta la vida. La fe es nuestra arma contra el miedo. Conviene recordar las siguientes palabras de Moltmann: “Cuando la esperanza no se transforma en fuente de nuevas posibilidades, entonces entramos en el juego de la intrascendencia y, con ella en el aburrimiento y la perdida de sentido” Las personas que viven sin esperanza desaprovechan la vida. El miedo les puede. En estas condiciones, las personas pierden la capacidad de responder a los llamados de la vida. El miedo hace que reprimamos las ganas de vivir y, en lugar de ser generosos, estemos calculando cada paso que damos y cada respuesta que la vida nos exige dar. Cuando la desesperanza abarca el corazón, desaparecen de nuestra vista los fundamentos de la existencia. Donde no hay fundamentos ni principios, la vida está a la deriva, si no hacemos algo, podemos caer en la oscuridad o en el abismo. Es curioso que, la indiferencia religiosa tenga su raíz en la pérdida de la esperanza y, que sea el miedo el fundamento y origen de todo lo que sucede en estos casos. En el cristianismo hay un símbolo que, por su riqueza representa tanto el fracaso como el éxito, la desesperanza como la esperanza, el miedo como la fe. Estoy hablando de la Cruz. Por un lado, la cruz representa, dice Anselm Grün, el fracaso y todo lo que destruye la vida. Por otro lado, la Cruz representa la vida y todo lo que conecta con ella. Esta doble polaridad hace de la Cruz un signo completo, a través de la Cruz podemos comprender que, vida y muerte hacen parte del mismo misterio. La capacidad de confiar plenamente en Aquel, en Jesús, que sabemos que tiene la capacidad de acompañarnos y llenar nuestra vida de sentido, porque fue el primero, entre los hijos de Dios, en superar la prueba del miedo en el momento final de la existencia, en la consumación del destino. Qué poco aportas y cuánto me quitas. Prometes protección y me quitas oportunidades. Prometes seguridad, para encerrarme en prisiones. Prometes que no pase vergüenza, para acabar sufriendo pena. Prometes certidumbre, a costa de pasión y un presente tranquilo... con “prohibidos” al futuro. Prometes facilidad, para que desprecie el esfuerzo. Prometes paz, si abandono la batalla. o lo que es peor, sí prometo dejar de intentarlo. ¡Cuántos éxitos prometes, miedo, que al final premias con fracaso! Cuándo caeré, realmente, en la cuenta de que al final solo un miedo merece la pena: El miedo al mayor fracaso que es dejar de vivir con Dios por vivir con miedo (Óscar Cala, SJ)Francisco Carmona
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