Escribe Byung: “El verbo para la religión es escuchar, mientras que el verbo actuar es el verbo para hacer historia”. La única forma auténtica de entrar en relación con Dios es el silencio. Cuando la mente, el Ego y el Yo se silencian podemos escuchar una voz mayor que nos dice: Yo soy. El silencio abre la posibilidad de superar las diferenciaciones, las individualidades y las demarcaciones de límites. Cuando escuchamos, podemos sumergirnos en el todo, en lo ilimitado, en lo infinito. La escucha que nace de la contemplación hace que nos sintamos UNO con TODO. Escucha Israel es, por ejemplo, una de las expresiones más importantes en el judaísmo. Dicha expresión nos recuerda que, Dios es solo uno y que nuestra forma de vincularnos estrechamente con Él pasa por escucharlo. Un día salí de paseo con mi padre. De pronto, él se detuvo en una curva y después de un pequeño silencio me preguntó: Además del cantar de los pájaros, ¿Oyes algo más? Agudicé mis oídos y después de unos segundos le respondí: Sólo escucho el ruido de una carreta. Eso es, dijo mi padre. Es una carreta vacía.
Entonces le pregunté con curiosidad: ¿Cómo sabes que es una carreta vacía, si no la vemos? Es muy fácil, sé que está vacía por el ruido. Cuanto más vacía está la carreta, más ruido hace. Crecí y me hice un hombre. Cada vez que escucho a una persona hablando demasiado, interrumpiendo la conversación de los demás, presumiendo de lo que tiene o de lo que sabe, prepotente y menospreciando al resto de las personas que lo rodean, tengo la impresión de oír la voz de mi padre diciendo: Cuanto más vacía está la carreta, más ruido hace. El evangelio está atravesado por la invitación a la escucha. Al respecto, escribe Robert Maloney: “El tema de la escucha aparece también y continuamente en el Nuevo Testamento, donde un estudio de la literatura joánica, por ejem¬plo, nos revela la escucha como la llave para la vida eterna. Todo el que es de Dios, escucha las palabras de Dios. La causa por la que no las escucháis es porque no sois de Dios… Si alguien acepta mi palabra, no morirá nunca (Jn 8, 47, 51). Difícilmente, puede seguir a Dios quien no tiene tiempo y tampoco dispone del espacio para retirarse, aunque sea a la propia alcoba, para escuchar lo que Dios tiene para comunicarle. En medio de los afanes, al único que logramos escuchar, la mayoría de las veces, es a nuestro Ego herido. Lucas, el evangelista de la misericordia, señala que, sólo alcanza la condición de discípulo y seguidor de Jesús quien escucha su palabra y la pone en práctica. Según el evangelista, la escucha es el primer momento en la relación con Dios y la acción, el segundo. En el mucho hacer sólo hay una desidentificación con Dios, con su propósito y con nuestro deseo de vivir auténticamente la vida. Para Lucas, todos lo que actúan como María, la madre de Jesús, son dignos de ser llamados felices, bienaventurados. “Mientras él estaba diciendo todo esto, una mujer de en medio de la multitud, alzando la voz, le dijo: ¡Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron! Pero él replicó: Bienaventurados, más bien, los que escuchan la palabra de Dios y la guardan (Lc 11, 27-28) De nuevo, Maloney escribe: “Toda espiritualidad se desarrolla alrededor de la auto-trascenden¬cia”. Por autotrascendencia entendemos, el esfuerzo que el ser humano hace por conocerse a sí mismo, equivale a escucharse e integrar la vida, no en términos de auto absorción sino de la capacidad de orientarse por aquello que se considera el principio y fundamente de la vida, el fin último de la existencia. Maloney señala: “Para Karl Rahner, la persona humana surge de la total automanifestación de Dios. En sus obras básicas, Rahner describe la persona humana esencialmente como un oyente, que está siempre a la es¬pera de una posible palabra reveladora. Sólo en Jesús, autorrevelación de Dios, se halla la persona humana, totalmente completa. En lo más íntimo de la persona humana histórica, hay un hambre atormentadora de los otros y del valor absoluto” La vida espiritual es la manifestación del deseo que habita en el alma de estar unida a algo mucha más grande que ella. En el Hiperión de Hölderlin, citado por Byung, se encuentra el siguiente texto: “Todo mi ser calla y escucha cuando las dulces ondas del aire juegan entorno de mi pecho. Perdido en el inmenso azul, levanto a menudo los ojos al Éter y los inclino hacia el sagrado mar […] Ser uno con todo, esa es la vida de la divinidad, ese es el cielo del hombre. Ser uno con todo lo viviente, volver, en un feliz olvido de sí mismo, al todo de la naturaleza, esta es la cima de los pensamientos y alegrías, esta es la sagrada cumbre de la montaña, el lugar del reposo eterno” Cuando escuchamos, nuestro Ego se disuelve en la magnitud, de aquello que se escucha y acoge, como fuente de vida verdadera y auténtica. La religión pierde su sentido en una sociedad donde la escucha, aun siendo una necesidad, se considera inútil, porque hace que se pierda un tiempo que se puede invertir en cosas más útiles y productivas. Muchos piensan que escuchan porque dan consejos u orientaciones; este es el caso de muchos padres. No hay nada más dañino para la individuación, para el conocimiento interno de sí mismo, para la escucha y, lógicamente para la espiritualidad o religión que, el afán de hacer y hacer cosas. Quien entra en contacto con el Todo, el que contempla y escucha siente que, ante todo, está llamado a ser él mismo. La verdadera razón de la experiencia religiosa es la capacidad de conectar al ser con la invitación a SER UNO con el Infinito. La escucha nos conduce a poner fin al eterno combate entre nosotros mismos, las expectativas de los demás y la paranoia de ser vistos como seres exitosos, llenos de logros y reconocimientos. La paz infinita, esa que el alma anhela, se experimenta cuando logramos sentirnos UNO con la PALABRA ÚNICA que resuena en el UNIVERSO ENTERO y que no es otra que, TODO ES UNO. El afán de hacer trae consigo la ausencia del ser. De ahí, lo ruidosa que resulta la vida de muchas personas. Las personas conflictivas están más llenas de ruido que de amor por sí mismas y por la vida. El que se pierde en la actividad, se pierde, necesariamente, a sí mismo. No hay nada que ahogue más el alma que la preocupación angustiada por todas las cosas qué hay por hacer. Gracias, Señor, por hacernos capaces de la escucha. Por poder acoger otra vida sin adulterarla y agradecer con asombro lo que se nos confía. Sin opiniones prematuras, sin valoraciones patosas. Gracias por hacernos capaces de estarnos de pie ante la ternura y la inocencia de otro cuando se nos muestra sin tapujos. Y por hacernos brotar de lo más hondo los deseos más sinceros de su bien con esperanza. Sin segundas intenciones, sin querer sacar tajada, sin pretender cambiar lo que no podemos, sin prometer falsas respuestas inmediatas, sin aparentar saber lo que no sabemos, sin querer salir corriendo. Menudo regalo, la escucha. Intuir lo que pasa y sentirlo bien adentro. Agradecer desde fuera todo lo que tantas veces uno mismo desde dentro no lo puede. Reconocer Tu paso que todo lo empapa sin invadir en nada. Y saberse de repente ya parte de otra vida sin que nada de lo suyo te pertenezca. Compartir con valentía un poco de su muerte y descubrir insospechadamente tanta vida. Gracias, Señor, por hacernos capaces de la escucha (Francisco Delgado sj) Francisco Javier Carmona
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