En el libro investigaciones experiementales, Carl Gustav Jung señala: "Los primeros intentos de conquistar amistad y amor están fuertemente constelados por la relación con los padres, y en esto suelen verse hasta qué punto son poderosas las influencias de la constelación familiar. No es infrecuente que, por ejemplo, un hombre sano cuya madre sufre histeria se case a su vez con una histérica o que la hija de un bebedor elija como marido a otro bebedor. [...] Cada paciente me aporta datos sobre esta cuestión de la determinación del destino por la influencia del medio familiar. En cada neurótico vemos cómo influye la constelación del medio infantil, no sólo en el carácter de la neurosis, sino también en el destino de una vida, a menudo hasta en los mínimos detalles. Innumerables elecciones de profesión fracasadas y de matrimonios desdichados hay que atribuirlos a esta constelación". La samaritana tiene en su haber seis relaciones de pareja fracasadas. Jesús le dijo: “Vete, llama a tu marido y vuelve acá. La mujer contestó: No tengo marido. Jesús le dijo: Has dicho bien que no tienes marido, pues has tenido cinco maridos, y el que tienes ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad”. ¿Qué es una constelación familiar? Para Jung, que fue el primero en utilizar la palabra, una constelación familiar es la forma como están estructurados los vínculos al interior de una familia. Son las dinámicas que, al interior del sistema familiar, generan la relación de los padres entre sí. En constelaciones vimos la dinámica de una pareja que, por más que se esfuerzan, no logran fluir serenamente en su relación. Durante la infancia, el hombre vio una madre enferma, deprimida y con deseos de morirse y, demandando mucha atención y cariño. El hombre aprendió a sentir fastidio por esta situación, cada vez que la madre estaba enferma, el hombre salía, se iba y dejaba sola a la mamá. Ahora, en el matrimonio, cada vez que la mujer ha estado enferma, él hombre sale, se va y la deja sola. Todo se vuelve un solo reclamo y reproche. El hombre tiene constelada a su madre y la mujer, su experiencia de abandono. Cada uno está invitado a resolver su constelación familiar.
Una mañana muy fría, dos jinetes cabalgaban por un camino campestre. Uno de ellos, que era ciego, dejó caer su látigo. Se bajó del caballo, y arrodillado, palpó la tierra buscándolo. No lo pudo encontrar, pero dio con otro que le pareció más elegante, más suave. Montó en su animal y continuó la cabalgata. El otro jinete, que sí podía ver, le preguntó qué había buscado en el suelo. El ciego le respondió: Perdí mi látigo y bajé a buscarlo. No lo logré, pero encontré este otro. Es más largo, suave y flexible que el otro. El hombre que podía ver le dijo: ¡Arrójalo! Lo que tienes en la mano no es un látigo. Es una serpiente adormecida por el frío. El ciego rehusó tirarla, diciendo que el hombre que podía ver estaba envidioso de su nueva fusta. Un rato más tarde, el calor del día despertó a la serpiente, la cual mordió al ciego, envenenándolo. Añadió el Maestro: uno debe escuchar a aquellos que tienen abiertos los ojos de su corazón. El jinete ciego, símbolo del hombre intelectual, busca un concepto fijo, busca “su” verdad. El jinete que ve, símbolo del hombre sabio, tiene la mente vacía y su corazón lleno. No busca la verdad, sino la autenticidad. No sabemos que pasaba con la mujer en sus relaciones de pareja. Sólo tenemos noticias de que la mujer no se hallaba, no se encontraba a gusto en la relación de pareja y, por más que se esforzaba, no encontraba el amor verdadero. Al respecto, James Hillman escribe: Mientras que la medicina busca curar el síntoma porque sólo significa mal funcionamiento, el análisis explora el síntoma por su significado simbólico”. En constelaciones, miramos el síntoma como respuesta a una dinámica familiar inconsciente que marca profundamente la capacidad del individuo de conectar con la vida, con su propio destino. Los síntomas, las heridas, las dinámicas inconscientes son deficiencias con un fondo arquetípico importante. Jesús nos enseña, como lo haría un buen terapeuta, a relacionarnos con la herida, con la insatisfacción, con la dinámica inconsciente encontrándole un significado simbólico. Para las constelaciones familiares, los individuos, frente a una dinámica, reaccionamos volviéndonos leales con ella, implicándonos, dejándonos arrastrar por la fuerza del amor ciego o convirtiéndola en una definición de nosotros mismos; es decir, en una identidad. Una vez, que una dinámica entra a formar parte de nuestra consciencia, salir de ella requiere un disposición del corazón que no siempre estamos dispuestos a cultivar. En constelaciones, la relación de ayuda se convierte en un asunto de vida y muerte. Llamamos muerte a toda experiencia, relación o dinámica que impide a un individuo asentir a su destino y vivir conforme a él. Llamamos vida a la autenticidad, al derecho a ser nosotros mismos y vivir en consonancia con aquello que realmente somos. En Constelaciones ayudamos a dar el paso de la muerte a la vida. La curación nunca es un subproducto de la consciencia. Muchos, frente a lo que paraliza su vida, les resta fuerza y ganas de vivir, los arrastra hacia el sin-sentido se quedan mirando el dolor. La primera tarea a realizar, de cara a nuestra curación, consiste en comprender la constelación de nuestra familia. Aquella dinámica que marco las relaciones en la familia, cuando la hacemos consciente, nos permite decidir si queremos que siga o no haciendo parte de nuestra vida. Resolver la constelación familiar implica aprender a desidentificarnos del Ego para conectar con la identidad profunda que, el afán de pertenencia nos obliga a sepultar. No en vano, Bert Hellinger señala que, el objetivo de las Constelaciones Familiares consiste en traer a la consciencia aquellos aspectos de nuestro ser que fueron sepultados en el inconsciente para manifestar nuestra lealtad con el sistema familiar de origen. Jesús ayuda a la mujer a pasar de la muerte a la vida porque tiene un corazón puro, es decir, no tiene otro interés que acompañar al que sufre a integrar lo que está disociado y a sanar lo que está desordenado, fuera de lugar. En el libro “Raquel llora por sus hijos” Bert Hellinger escribe: “Quiero decirles algo diferente sobre el amor. Un terapeuta trabaja con amor, pero con un amor diferente al que estamos acostumbrados. Es un amor que es muy cercano y a la vez muy distante. Para poder trabajar este particular tipo de amor, el terapeuta tiene que someterse a una limpieza de dos maneras. Primero, la limpieza de su persona, toca su corazón y lo libera de conocimientos previos, idea preconcebidas, prejuicios y temores. Esto es esencial para crear la apertura que requiere este tipo de trabajo. (...) La otra limpieza es para liberar a las personas con quienes trabajo, de mis pensamientos, temores y propósitos. Entonces, puede tener lugar un encuentro profundo y remunerador para todos. (...) Creo que con esta clase de actitud de amor podemos hacer frente a las cuestiones esenciales, que pueden surgir en este trabajo”. Tanto el que ayuda como el que solicita ayuda necesitan escuchar a Dios para avanzar con paso firme en su proceso de sanación, de curación o reconciliación, como lo queramos llamar. Siempre podemos encontrarle sentido a lo que nos hace sufrir o paralizar. Es importante que, recordemos, en primer lugar, que la vida del niño quedo atrás; no estamos obligados a mantener la imagen de los padres que tuvimos en la infancia. Así, como un día, despedimos la infancia también tenemos que despedirnos de los padres y cuidadores de ese período de la vida. En segundo lugar, tenemos que mantener en la consciencia que ser adultos implica hacernos cargo de nuestra propia vida y dejar a un lado el afán de salvar a otros o de quererlos cambiar según nuestra imagen. El destino nos pertenece a nosotros y, si queremos que así sea, estamos invitados a ponernos en paz con nuestro sistema familiar y con todo lo que se ha vivido en el pasado. El prójimo no es algo que ya existe. Prójimo es algo que uno se hace. Prójimo no es el que ya tiene conmigo relaciones de sangre, de raza, de negocios, de afinidad... Prójimo me hago yo cuando ante un ser humano, incluso ante el extranjero o el enemigo, decido dar un paso que me acerque, me aproxime a él (Carlo María Martini, sj)Francisco Carmona
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