En los evangelios de Marcos y Lucas hay dos narraciones de milagros realizados por Jesús que tienen como protagonistas a jóvenes que, por el dolor que llevan dentro, viven fuera de sí. El primer joven, es el endemoniado de Gerasa. Vive en los cementerios, entre las tumbas, anda desnudo, da fuertes gritos, atemoriza a las demás personas, va de un lado para otro, no logra dormir en las noches. Al parecer, la causa de este estado de ánimo son las relaciones difíciles con la familia. El desorden afectivo, al interior de la familia, causa graves daños en la psique de los miembros de ésta. El segundo es un joven que, desde niño, aprieta los dientes, se pone rígido, se tira al suelo, al fuego y al agua, se auto agrede; al parecer, este joven cuando era niño perdió a la madre y el padre, seguramente sumido en el dolor de la pérdida, no tiene conexión emocional con el niño. Ambos jóvenes son escuchados y tomados de la mano por Jesús. El primero, aparece vestido y escuchando las enseñanzas de Jesús. El segundo, regresa a la casa en compañía del padre.
El primer joven, sale al encuentro de Jesús, después de que éste ha enfrentado la tempestad en el lago, donde ha tenido que calmar a sus discípulos que, al ver las olas del lago, la fuerza de la tempestad y la furia de los vientos, sienten que, su vida corre peligro. Jesús con su Palabra, interviene para traer calma. Al final, reprende a los discípulos por su poca o escasa confianza en la vida. Donde la base segura se mueve, la confianza básica en la vida, toda la estructura amenaza con caerse. Algunos, se vuelven rígidos; otros, deciden gritar, pedir auxilio y despertar al Maestro. Como los discípulos son buenos judíos saben que, “el guardián de Israel no duerme”. Ellos saben que, “el auxilio viene del Señor que hizo el cielo y la tierra”. La intervención de Jesús recuerda a quienes creen en Él que, en momentos de dificultad, podemos fiarnos del Señor que con su Palabra trae serenidad y sosiego a nuestra alma. Una mañana llegó a las puertas de la ciudad un mercader árabe y allí se encontró con un pordiosero medio muerto de hambre. Sintió pena por él y le socorrió dándole dos monedas de cobre. Horas más tarde, los dos hombres volvieron a coincidir cerca del mercado: ¿Qué has hecho con las monedas que te he dado?, preguntó el mercader. Con una de ellas me he comprado pan, para tener de qué vivir; con la otra me he comprado una rosa, para tener por qué vivir… Antes de la crisis de los discípulos, Jesús ha estado enseñando utilizando parábolas relacionadas con la semilla. La semilla contiene en potencia la vida verdadera, la que corresponde a cada uno. Sólo en la medida que, la semilla se abre, puede revelar la vida que lleva dentro. La única condición que existe para alcanzar la vida verdadera, según la experiencia de vida con Jesús, es abrirse a la vida, dejar de protegernos, atrevernos a salir de nosotros mismos y, para lograrlo, es necesario atender el llamado de la vida a buscar, ante todo, la luz hundiendo las raíces en la oscuridad. Sin vida interior, es difícil que, podamos vivir con autenticidad el camino de nuestra realización. El sol, símbolo del Padre, nace cada mañana, para despertar, a quienes trabajando sobre su propia oscuridad, desean alcanzar su luz que alumbra a todo ser sobre la tierra. La curación del segundo joven, ocurre después de que, Jesús en el Monte Tabor ha tenido tiempo de contemplar el Misterio que habita en él y el destino que le espera como desenlace de su vocación. Jesús contempla la manifestación de Dios en su vida, sabe que, aunque la oscuridad amenace con su poder destructivo, sólo la confianza en Aquel, que nos llamó para compartir nuestra intimidad con Él, hará que la luz, tarde o temprano, se manifieste y nuestros frutos se revelen. Jesús sabe que, solo la conexión con nosotros mismos hace que el alma restablezca los vínculos perdidos y pueda reintegrarse sanamente a la vida comunitaria. La conexión con nosotros mismos permite que, podamos entender que la vida continúa, a pesar de las adversidades, pérdidas, fracasos y rupturas. Lo que ha sucedido, con los dos jóvenes, nos invita a reflexionar sobre los estados de ánimo, su papel e importancia en nuestra vida psíquica y espiritual. Escribe Byung: “El estado de ánimo precede a toda actividad y es, al mismo tiempo, determinante para ella. Toda acción es, sin que seamos conscientes de que lo es, una acción determinada. El estado de ánimo constituye, pues, el marco prerreflexivo de las actividades y de las acciones. De este modo, puede propiciar o impedir acciones determinadas. A lo más íntimo de la actividad le es inherente una pasividad. Las acciones y las actividades no son, por tanto, totalmente libres o espontáneas”. Sabemos de sobra que, el motor de muchas acciones nuestras está en el estado de ánimo que nos acompaña. El estado de ánimo se cura, con mayor facilidad, cuando buscamos la paz dentro de nosotros a través de la contemplación, la meditación, el silencio o el retiro a la soledad. Cuando estamos con nosotros mismos podemos comprender los estados de ánimo que hay en el interior y sus movimientos. Los estados de ánimo anteceden al pensamiento y a la acción. El estado de ánimo es previo a toda actividad que podamos emprender o llegar a realizar. Los estados de ánimo nos pueden llegar a determinar y conducir por sendas que, no quisiéramos atravesar porque ponen en peligro no sólo nuestra alma, sino también, nuestra integridad psíquica o física. Los estados de ánimo pueden corresponder al ser o la enajenación que este experimenta cuando sus necesidades, especialmente, no son atendidas porque prestamos mayor atención al dolor o, a nuestras creencias limitantes sobre nosotros mismos y la existencia. Muchos confunden la voz de Dios con los estados de ánimo que están presentes en el alma; de ahí, la advertencia de Ignacio de Loyola de no tomar decisiones o hacer mudanza en el estilo de vida cuando estamos, como dice la gente en la calle: “bajitos de ánimo”. Tampoco debemos actuar o comprometernos, cuando estamos desbordados de alegría o positivismo. La mesura es la clave. El estado de ánimo la da una dirección al pensamiento. Sin el estado de ánimo, dice Byung, el pensamiento no toma ni rumbo ni determinación. Cuando hay un desorden afectivo o un trastorno del estado de ánimo, el alma carece de voluntad y la intención que nos determinación se debilita. El estado de ánimo es una fuerza de gravedad que, dice Byung, “condensa palabras, conceptos en una forma determinada de pensar”. Cuando nuestro ánimo enferma, junto a él, también enferman, nuestro pensamiento, nuestra voluntad, nuestra afectividad, nuestra lucidez y nuestro criterio. Nos quedamos atrapados en la ensoñación, la fantasía y la parálisis; nos cuesta hacer algo que nos saque de la inercia. Que el Señor ilumine tus sombras, aclare tus dudas, guíe tus búsquedas. Señales siempre al horizonte y lo renueve día a día con cada amanecer. Que siembre en tu corazón preguntas que te mantengan vivo, deseos que te pongan en marcha, ilusiones que te den fuerza y ánimo que te impulse a seguir. Pero, sobre todo, que te dé la confianza de saber, que no caminas solo y sin rumbo, sino que vas con Él y hacia Él (Óscar Cala sj) Francisco Javier Carmona
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