San Pablo, en la carta a los Efesios, invita a los creyentes a mantenerse alegres aun en medio de las dificultades. El apóstol sabe el peligro que el alma corre cuando se deja guiar, aconsejar y sostener por el desánimo. La ausencia de Dios crea un vacío en el alma que, muchas veces, termina en una crisis existencial profunda. Los cuestionamientos sobre el sentido de nuestra existencia, la conmoción de nuestro interior, van conduciendo a la desesperanza. Donde se pierde la esperanza, también se produce la desconexión con la Trascendencia y con uno mismo. Adhará Monzó, psicóloga, escribe: “ las crisis existenciales conllevan necesariamente a un cambio en nuestra identidad. Es decir, nos sentimos como si fuésemos otra persona y es habitual que cambien aspectos importantes en nuestra visión de la vida”. En un lejano reino de perfección érase un monarca justo que tenía una esposa, un hijo y una hija maravillosos y juntos vivían con gran felicidad. Un día el padre llamó a los hijos a su presencia y les dijo: Ha llegado el momento, como a todos les llega. Deben descender una distancia infinita, hasta otra tierra. Buscarán y encontrarán, y regresarán con una joya preciosa. Los viajeros fueron conducidos de incógnito a una tierra extraña, cuyos habitantes llevaban, casi todos, una vida oscura. Tal fue el efecto de aquel lugar, que los dos perdieron contacto entre sí, vagando como dormidos. De vez en cuando veían fantasmas, similitudes con el país y con la joya, pero era tal su condición, que estas cosas sólo incrementaban la profundidad de sus ensueños, a los que comenzaron a tomar como realidad. Cuando las noticias de la difícil situación de sus hijos llegaron al rey, éste envió un sirviente de su confianza - que era un hombre sabio - con este mensaje: Recordad vuestra misión, despertad del sueño y permaneced juntos. Con este mensaje se despertaron y con la ayuda del guía enviado a rescatarlos, afrontaron los peligros monstruosos que rodeaban a la joya y, con su mágica ayuda, retornaron a su reino de luz, para permanecer allí más dichosos que antes, por siempre jamás.
El Evangelio de Lucas es conocido como el Evangelio de la alegría. La primera escena de alegría, que dibuja el autor del evangelio, ocurre en Nazareth. El arcángel Gabriel entra en la habitación donde esta María y pronuncia las siguientes palabras: “Alégrate, llena de gracia, el Señor es contigo”. En el principito se encuentra la expresión: “Lo esencial es invisible a los ojos, pero no al corazón”. Sin vida interior, la vida está expuesta a los peligros que, constantemente la acechan. La sabiduría del Evangelio nos recuerda que, los lugares donde hay crecimiento son preferidos por Dios. El sembrador se alegra cuando la cosecha germina. El pastor se alegra cuando encuentra la oveja perdida, la que se ha extraviado, excluido. La mujer se alegra cuando el hijo vuelve a la vida o cuando encontró, después de un gran esfuerzo, la moneda que había perdido. La alegría se despierta en el corazón cuando descentrados de nosotros mismos dedicamos esfuerzos en conocer las cosas de Dios que, sólo se conocen desde el corazón. Un corazón quebrantado y humillado es la cabalgadura del mal. Muchos de los comportamiento nuestros que, causan un dolor profundo en los demás, tienen su origen en las heridas aún abiertas que llevamos con nosotros. El trabajo interior es un deber con nosotros mismos y, un acto profundo de amor con aquellos a los que decimos amar con toda el alma. Adhará señala: “Es habitual que encontremos personas en consulta que no han resuelto de forma satisfactoria la crisis existencial y han caído en lo que los psicólogos denominamos la “triada cognoscitiva”. Se trata de que la persona ha desarrollado una perspectiva negativa de sí mismo, del mundo y de su futuro. Esta percepción suele tener como consecuencia la aparición de diferentes problemas psicológicos cómo: sentimientos de indefensión, depresión, desesperanza e incluso la aparición de ideas suicidas”. En momentos de crisis, es necesario empacar maletas e irnos a Nazareth. ¿Qué sucede en Nazareth? En primer lugar: escuchamos las palabras del Arcángel: “Alégrate, todo va a estar bien, porque el Señor, tu Dios, siempre está contigo. En la psicología profunda se considera que, donde está el Señor, nuestro Dios, no hay nada que temer porque Él es nuestro guía, el consolador del alma, el protector de la vida. Señala la psicología profunda que el Señor es el arquetipo del Guía interior bajo cuya dirección, el alma encuentra la fuerza, la protección y la sabiduría que se necesita para actuar, para avanzar en medio de la incertidumbre y de la oscuridad que rodea y acompaña al alma. Nos dice también la psicología profunda que, el guía interior, la voz de Dios, nos proporciona todo lo que el alma necesita para hacer satisfactoriamente su peregrinación. En segundo lugar, otras palabras que escuchamos en Nazareth: “El Dios escondido ha puesto su morada entre nosotros, ya no tenemos que buscarlo levantando los ojos hacia el cielo, sino abriendo la puertas de nuestro corazón al amor, a la reconciliación, a la compasión y a la misericordia. El silencio, el servicio, la entrega, la alegría son, entre otros, tesoros ocultos que, podemos encontrar cuando cultivamos la tierra de nuestra vida, la historia sobre la que nos hemos cimentado, las relaciones sobre las que nos hemos intentado construir. También escuchamos que, en el corazón de Dios no hay excluidos, que todos somos amados y, en su amor somos sanados de nuestros dolores, miedos y frustraciones. También escuchamos que, los que son insignificantes para el mundo, los que no vendieron su alma al afán de ser alguien en la vida, tienen un lugar especial en el corazón de Dios. En Nazareth aprendemos que, no necesitamos que ocurran cosas maravillosas en la vida para sentirnos felices. En Nazareth caemos en la cuenta de que, al vivir estamos sumergidos en el misterio y en la maravilla más grande que pueda llegar a existir. Al entrar en contacto con la vida, asintiendo lo que hay en ella, dejamos de reclamar milagros porque sabemos que ya estamos ante el verdadero milagro: nuestra propia vida. Cuando no comprendemos el valor de nuestra vida porque todo en nuestro interior aparece confuso estamos ante un llamado de nuestra alma. Escribe Vanesa Lancaster: “Es el momento en que nuestro ser más profundo nos llama o cuando obtenemos una comprensión de lo que hay debajo de la consciencia. Aquí podrían haber verdades que habíamos enterrado durante años, y este es el momento en que todas regresan para tener un buen lugar en nuestra vida, en nuestro viaje del alma”. El evangelio de Lucas nos recuerda: “Desde el seno de su madre, el Mesías irradia alegría. Esa alegría va a permanecer en cada persona, que ha sido perdonada, sanada, liberada de sus demonios. La alegría también está presente en el corazón de quien, al volverse sobre sí mismo, descubre que alejarse de la casa del Padre, en lugar de dicha, trajo mucho sufrimiento y desgracia. En Nazareth descubrimos que, Jesús vino a traer la alegría a un mundo que, al ver como su vida pierde sabor, siente la necesidad de transformarse, de abandonar la tristeza, las lágrimas y los lamentos y convertirlos en consuelo, en danza, en fiesta. Estamos invitados a recordar, como dice Letizia Magri, que: “Jesús es la fuente de la verdadera alegría, porque da sentido a la existencia, nos guía con su luz, nos libera de todo temor, tanto respecto al pasado como en relación con lo que nos espera; nos da la fuerza para superar todas las dificultades, tentaciones y pruebas que podamos encontrar. La alegría cristiana no radica en el puro optimismo, en la seguridad del bienestar material ni en la alegría de ser joven y tener salud; más bien es fruto del encuentro personal con Dios en lo profundo del corazón”. Líbranos, Señor, de la tristeza. Mana desde heridas viejas y desde nuevos golpes repentinos no bastante llorados en lo que tienen de despojo, ni bastante acogidos en lo que tienen de nueva libertad. Se infiltra astuta en la mirada y apaga el brillo de las realidades cotidianas. Va depositando en la coyuntura de los huesos su rigidez y su torpeza. Un aire inasible empapa de desazón indescifrable los recuerdos luminosos. Las certezas cálidas de ayer parecen arqueología ajena, esculturas sin nombre en plazas olvidadas. Como nube empujada por el viento con formas grotescas y cambiantes nos oculta el horizonte con su amenaza fantasmal. La tristeza se esconde bajo el deber cumplido y la respuesta esperada por la gente. Maquilla su rostro con arrugas de ayuno. Se disfraza de sensatez que todo lo calcula bien. Va doblando las espaldas con el ancho escapulario de los "cofrades resignados", que han visto y saben todo, y ya no esperan nada nuevo que valga la pena celebrar. Al pasar las siluetas juveniles con sus risas de colores, va quedando un poso de nostalgia, de oportunidades nunca atrapadas en el puño ya sin fuerza. La tristeza nos deja en el alma un residio de vida usada, de Dios de catecismo con las preguntas y respuestas ya sabidas de memoria, repetidas hasta el tedio ¡Líbranos de la tristeza, Señor de la alegría! (Benjamín G. Buelta, sj)Francisco Carmona
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