Existen muchas formas de evitar la vida. Es curioso que, mientras buscamos formas de conectar con la vida, también buscamos formas de desconectarnos de ella. A constelaciones, vino un hombre que deseaba sanar la relación con su padre muerto hace 31 años. Cuando hablaba, parecía que el padre apenas había fallecido. Este hombre sentía que, nadie lo apoyaba, comprendía, amaba como su padre. Llamó la atención que, en la constelación, el representante del padre lo dirigía hacía la soledad, que al inicio, manifestaba ser una tristeza profunda y, después, decía sentirse una pareja rodeada de familia. Aquello, a lo que nos resistimos, sin lugar a duda, termina siendo nuestro destino. Nadie puede decirle NO a la vida, sin ver las consecuencias de su resistencia. Había una vez un hombre muy rico y un hombre muy pobre. Un día, el rico subió su hijo a una montaña: Mira, le dijo, todo eso de ahí abajo un día será tuyo. Otro día subió el pobre y le dijo a su hijo: Mira.
Muchas personas viven escindidas porque tienen un miedo terrible a entrar en contacto con su verdadero Yo. Este miedo se ve reflejado en el afán de querer controlar la vida y, a todos los que están cerca. El miedo a entrar en contacto con el núcleo más profundo y auténtico de nuestro ser, se conoce en el ámbito medico como ansiedad. No estamos enfermos, sólo que, nos asusta la verdad que habita en nosotros, una verdad que, la mayoría de las veces, nos sobrepasa porque, desde pequeños aprendimos que, lo más importante es la opinión de los demás, sus expectativas, antes que los sentimientos de nuestro corazón. Creo que son poquísimos los padres que, se han preocupado de formar la vida interior de sus hijos. Preparamos para el tener y, dejamos a un lado el interés por el ser. Muchos prefieren equilibrar la escisión interior con medicamentos antes que, enfrentar el combate espiritual y confiar en el acompañamiento espiritual. La necesidad de experimentar el bienestar hace que, en lugar de meditar, interiorizar, reflexionar, confrontar, prefiramos consumir pastillas que, si bien son necesarias en un momento de la vida, no son tan indispensables para nuestro desarrollo interior. Muchos funcionan, actúan como los demás esperan que lo hagan, pero no viven, su vida carece de sentido y, en su corazón y alma, falta la esperanza y el conocimiento interior verdadero. Los medicamentos nos ayudan en ciertas circunstancias, a evitar que la enfermedad nos domine, pero ellos no curan, no dan sentido a la existencia, no producen el contacto con la divinidad que habita en nosotros, como lo señala la psicología del alma. Nos curamos a través del contacto con nosotros y con el Dios que nos abarca, cuida y guía. Que seamos funcionales no significa que estemos bien y que nuestra vida este llena de sentido. A veces, he escuchado personas que afirman: “venimos a pasarla bien”. Al respecto, escribe Manuel Albiñana: “Lo importante es pasárselo bien. Esta frase es en la actualidad uno de los mantras que más a menudo solemos oír. ¿Quién no ha escuchado acaso a algún futbolista decirlo luego de un partido? ¿Cuántas canciones nos lo repiten a diario? ¿Quién no ha visto por la calle alguna publicidad que invita a consumir con el pretexto de que lo único que importa es disfrutar del tiempo presente? Este lema pareciera ser el criterio de éxito determinante de cualquier actividad que nos toca emprender o vivir. Y esto no es nuevo. La expresión carpe diem acuñada por el poeta Horacio es más que milenaria y ha tenido a lo largo de los siglos distintos adeptos. Lo que si llama la atención es el vigor y la fuerza que en nuestros días esta tiene, se ha convertido en un dogma incuestionable que, al final termina convirtiéndonos en seres que funcionan, pero no viven”. Sobre la ansiedad y la tristeza, escribe Anselm Grün: “Las ansiedades y las tristezas son realidades esencialmente humanas. Sin embargo, actualmente corremos el peligro de convertir todo en patología. Si siento ansiedad, se me hace creer que tengo un trastorno o una enfermedad. Ahora bien, la ansiedad es algo esencialmente humano, y el diálogo con ella podría abrirnos los ojos para reconocer que mantenemos una actitud errónea frente a la vida. Queremos ser perfectos siempre, no cometer nunca ningún error, encontrarnos siempre bien frente a los demás, pero mantener estas actitudes no nos hace ningún bien”. El precio que se paga por hacerle creer al mundo, que todo está bajo nuestro control es, en la mayoría de los casos, muy alto. Querer eliminar todos los síntomas de nuestra vida, más que un deseo de estar bien, es una forma de construir una imagen falsa de bienestar. Se ha vuelto común que, ante cualquier malestar, aparecen los que ya saben el significado emocional de lo que sientes y, sin preocuparse por tu historia, ni por el proceso que estás haciendo, ya tienen el diagnostico, la receta y las recomendaciones para que salgas, de inmediato, de la prisión molesta de aquello que, en realidad, te está invitando a un encuentro auténtico con el alma y con aquello que, al albergarlo celosamente en el corazón, se está convirtiendo en la verdadera razón de nuestra existencia. Constelaciones me ha enseñado que, cada uno sabe, realmente, que es lo que lo enferma. Lo que pasa es que vernos en nuestra vulnerabilidad nos asusta y, en una sociedad del éxito y la felicidad como la nuestra, nos sentimos inadecuados fácilmente. Aquello que consideramos negativo para nuestra vida, no es otra cosa que, una invitación a construir una vida diferente a la que estamos llevando. El camino hacia el verdadero bienestar pasa por darle orden a nuestro mundo afectivo. El problema radica en el deseo nuestro de continuar conservando el desorden, aun sabiendo el precio que pagamos, porque tenemos miedo de abrir el corazón para que entre en él la fuerza que, realmente, puede transformarnos y llenarnos de gozo y plenitud. El afán de ver todo positivo hace que, nos volvamos ciegos ante la realidad, ante los verdaderos desafíos de la existencia. Sentirnos es el signo más evidente de haber dejado atrás la tentación de evitar la vida. Nacimos para vivir y dar fruto, no para escondernos, minimizarnos y atarnos al sufrimiento como si ese fuera nuestro destino. Si no pretendiésemos ser lo que no somos. Si estuviésemos donde hay que estar. Si hiciésemos lo que estamos llamados a ser. Volveríamos a ser lo que éramos. No vale la queja conformista. No suma el realismo pesimista. No mueve a nada la boca callada. Para ser, volver a la fuente. Para estar, creer en el ser. Para hacer, en gerundio: haciendo. El mundo no es así. Lo hemos hecho así (Claudia Pellegero)Francisco Carmona
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