En Constelaciones familiares aprendí el valor de darle un lugar a cada quien y a cada evento en el corazón y en la vida. Excluir a alguien de la vida significa que ya no le prestó atención, que lo ignoro. Aquello que intentamos alejar de nuestra consciencia, busca la forma de hacerse presente de nuevo. Mientras más lo intentamos ignorar, más toma fuerza para llegar a convertirse en destino. Para excluir algo de la vida necesitamos meternos dentro de nosotros mismos, está actitud termina siendo perjudicial para el alma que, para poder ser y expresarse necesita salir fuera de sí misma y entrar en contacto con aquellos que la rodean. Cuando excluimos en lugar de ir por la vía del desprendimiento, tomamos la vía del apego y la introyección. Es decir, terminamos vinculándonos de manera poco saludable con nosotros mismos, con los otros y con todo lo demás. Un noble inmensamente rico decidió un buen día que debía contar entre su séquito con un rapsoda que compusiera y cantara himnos y alabanzas a su persona. Para ello, mandó contratar al mejor juglar que hubiera en todo el mundo. De regreso, los enviados contaron que, en efecto, habían hallado al mejor rapsoda del mundo, pero que éste era un hombre muy independiente que se negaba a trabajar para nadie. Pero el noble no se dio por satisfecho y decidió ir él mismo en su búsqueda. Cuando llegó a su presencia, observó al juglar que, además de ser muy independiente, se encontraba en una situación de extrema necesidad. Te ofrezco una bolsa llena de oro si consientes en servirme - le tentó el rico. Eso para ti es una limosna y yo no trabajo por limosnas - contestó el rapsoda ¿Y si te ofreciera el diez por ciento de mi fortuna? Eso sería una desproporción muy injusta, y yo no podría servir a nadie en esas condiciones de desigualdad. El noble rico insistió: ¿Y si te diera la mitad de mi fortuna, accederías a servirme? Estando en igualdad de condiciones no tendría motivo para servirte ¿Y si te diera toda mi fortuna? Si yo tuviera todo ese dinero, no tendría ninguna necesidad de servir a nadie.
Hace poco, vino a consulta una señora que deseaba constelarse porque vio como un familiar cercano había cambiado su actitud frente a los hermanos que nacieron por fuera del matrimonio como consecuencia de la infidelidad del padre. Contó que, mientras ella estaba dando a luz a su hija, el esposo estaba recibiendo un mensaje que le comunicaba el nacimiento de otra hija, con otra mujer. La mujer deseaba darle un lugar en su corazón a la niña, pero algo no la dejaba estar en paz. En su corazón, comprendía lo que había sucedido, no lo excusaba, pero entendía la situación. Al ver que un familiar suyo, que había pasado una situación similar, lo había logrado, ella quería disponer su corazón para alcanzar el mismo objetivo. Desde ese día y, durante una semana, llegaron a consulta personas con situaciones más o menos semejantes. Escribe Bert Hellinger: “Cuando excluyo a alguien de mi atención benevolente, pierdo la felicidad ¿Cómo puede un ser humano excluir a otro? Sólo es posible si se siente superior. Todos los que se sienten mejores que los demás, excluyen a alguien. Todos los que juzgan de manera negativa a alguien o le condenan, le excluyen. Esta arrogancia nos viene de la moral. Si lo pensamos bien, esta arrogancia llega tan lejos que, en nombre de la moral, los que se sienten superiores dicen a los demás: este tiene derecho a vivir, este otro no”. A través de la exclusión el alma va perdiéndose a sí misma, la bondad y la compasión características importantes del alma se van diluyendo y, al final, sólo queda un ser duro que, en lugar de paz, termina llenándose de preocupaciones y de angustia. Cuando somos capaces de descender a lo profundo de nuestros corazones comprendemos que, detrás de muchos comportamientos llamados nocivos, se esconde un gran dolor que, al no ser atendido adecuadamente, se convierte en el arma con la cual infligimos dolor a los otros, eso incluye, el daño a los que amamos. Solo el que es capaz de sumergirse en las profundidades del alma entiendo que, muchas de las cosas que llevamos guardadas en el corazón, en lugar de ayudarnos, nos intoxican y alejan del verdadero y auténtico amor. El recogimiento interior es el único capaz de atravesar, como dice Paul Cézanne, “las manos errantes de la naturaleza”. La exclusión arrastra la vida, al corazón y a la mente a una actividad incesante donde al final el cansancio aparece para regalarnos un poco de la tranquilidad que no somos capaces de encontrar en la vida que huye del silencio y la meditación. La mujer que viene a consulta con la intención de abrir el corazón, a esos seres inocentes que sufren la exclusión de quienes no entienden su inocencia, también experimenta el llamado a cruzar las fronteras que el Ego establece y, dentro de las cuales nos sentimos mejores seres humanos que los demás. Escribe Clara Malo comentando el evangelio de Mc 7, 24-30: “El encuentro de Jesús con la mujer sirofenicia nos puede resultar desconcertante, no sólo por la respuesta negativa de Jesús en un inicio, sino también porque no estamos acostumbrados a pensar en Jesús como una persona que, como todos, fue aprendiendo, tomando decisiones y también cambiando de punto de vista, a incluir a otros en el plan misericordioso de Dios. Es admirable la pasión, la convicción y la fe de esta mujer. Pero también podemos ver el corazón de Jesús, capaz de escuchar, de abrirse, de dejarse modificar. Gracias a este encuentro, Jesús fue más allá de lo que había escuchado toda su vida: que sólo los de su pueblo eran hijos. A partir de ahora, veremos cómo camina más allá de las fronteras de Judea y Galilea. ¿Qué fronteras nos sentimos invitados a cruzar? ¿Quiénes son esos otros, distintos a nosotros, que quizás nos ayudarían a ensanchar nuestros horizontes?” Nos creemos con derecho a excluir a los demás porque nos sentimos puros de corazón. Todo aquel que se siente por encima del otro, está dejando ver la ceguera que hay en su alma. Justo es sólo Dios. Todo lo demás es arrogancia de parte nuestra. Como señalan las Constelaciones Familiares, la arrogancia es la fuerza que más desorden crea en las relaciones y, al interior de los sistemas familiares. El que excluye está revelando la dureza que hay en su corazón. En términos generales, los duros de corazón son seres miedosos que han construido una coraza para que los demás no vean su fragilidad y cuanto menosprecio sienten hacia sí mismos. ¿Cuáles son las palabras, pensamientos y acciones que brotan espontáneamente de nuestro corazón? Son respuesta de amor benevolente y compasivo o, por el contrario, son dagas que estamos dispuestos a hundir hasta el fondo en nuestra propia alma y de la quienes nos rodean. Solo Dios puede sanar nuestros corazones destrozados y heridos. El amor de Dios es capaz de romper las cadenas que mantienen cautivo el corazón y le impiden amar libre y auténticamente. La Palabra de Dios tiene la fuerza necesaria para sacarnos de las mazmorras donde el miedo, la baja autoestima, el menosprecio hacia nosotros mismos y la dureza de corazón nos quieren mantener confinados deshumanizándonos lentamente. La compasión de Jesús, cuando nos acercamos a Él y lo acogemos, permite que broten de nuestro ser la capacidad de asentir a la vida como es, de acoger al otro y su historia no para condenarlo sino para acompañarlo a encontrar la libertad que, de una forma u otra, también nosotros anhelamos que esté presente en nuestra vida. La contemplación, antes que el afán de producir o alcanzar nuestro máximo potencial, disponen nuestro corazón para convertirlo en una fuente de la que brota la vida abundantemente para nosotros y para los otros. Que la vida nos vuelva pequeños, frágiles, vulnerables. Que se lleve como agua del río nuestros secretos orgullos, nuestras grandes ambiciones. Que nos conmuevan, como de niños, las palabras y gestos de ternura, los sucesos y gritos del dolor. Desandemos ya los pasos que nos llevaron equivocadamente a creernos reyes empinados sobre todos los valles y escenarios de este mundo. ¡Cuántos desengaños, traiciones y magulladuras en nuestro corazón! Vuélvenos, como en la infancia, la atención hacia la fantasía, hacia los secretos del universo, hacia las cosas anodinas. Y entre risas, juegos y silencios perder sin más nuestro tiempo, y ganar, al fin, nuestra vida (Seve Lázaro, sj)Francisco Carmona
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