En el evangelio de Marcos (11, 28-30) encontramos el siguiente texto: “y le dijeron: ¿Con qué autoridad haces estas cosas, y quién te dio autoridad para hacer estas cosas? Jesús, respondiendo, les dijo: Os haré yo también una pregunta; respondedme, y os diré con qué autoridad hago estas cosas. El bautismo de Juan, ¿era del cielo, o de los hombres? Respondedme”. En la psicología sistémica se identifican siete posibles causas en el origen de un conflicto. Entre todas, se destacan: en primer lugar, las que señalan que, todo conflicto tiene su origen en la necesidad de mantener la lealtad con los ancestros. En segundo lugar, están las corrientes que señalan el origen del conflicto en la falta de límites en la relación. En tercer lugar, están las que identifican el origen en la narrativa de los hechos, donde aparece la relación víctima y victimario. En cuarto lugar, el conflicto tiene su origen en la incapacidad de aceptar al otro como es y dejarlo ser. Por último, está el aporte de Bert Hellinger quien señala que, el origen del conflicto está en el desorden afectivo provocado, en primer lugar por la arrogancia y, en segundo lugar, por la necesidad de ser reconocidos y valorados. Bert Hellinger, cuando habla de la necesidad de permitir que el otro sea, recurre a la siguiente metáfora: “La mejor imagen para comprender el respeto por la individualidad del otro es la de un conjunto de jazz: cada uno de los músicos toca su propia melodía con su propio instrumento, desarrollando al máximo su talento y sus ideas musicales. No obstante, cada músico está atento a los demás. Se deja inspirar por las melodías de los demás. Busca un complemento, una continuación, un contraste, una variación o una armonía adecuados. Se siguen mutuamente sin abandonar sus propias ideas, ni entorpecerse ni dominar a los demás. Y justamente en el máximo despliegue de su individualidad logran un resultado conjunto, una gran riqueza de melodías, de ritmo y de plenitud de sonido”.
En el conflicto de Jesús con las autoridades podemos encontrar perfectamente las siguientes causas. La primera, lo que hace Jesús contradice lo que vivieron y enseñaron los ancestros. Para los ancestros, el amor a Dios se manifiesta en la obediencia a la Ley. Sí la Ley dice que, los sábados se descansa entonces, no se cura a nadie porque curar es trabajar y, eso está prohibido. Para Jesús sanar el dolor del otro no es trabajar, sino amar; por esa razón, lo hace. La segunda, Jesús no respeta los límites en las relaciones. Seis días hay para trabajar y uno para descansar porque vienen, precisamente el sábado, día de descanso, a ser curados, dice el jefe de la sinagoga. Si se respetaran los límites, las cosas estarían mejor, pero, al parecer, para las autoridades judías, hacer el bien cuando es necesario, es romper el límite en las relaciones. En tercer lugar, está la arrogancia que provoca el desorden que genera el conflicto. Al parecer, para las autoridades judías, Jesús es un arrogante. ¿Cómo es posible que un campesino de Nazareth enseñe, cure, expulse los demonios y perdone los pecados? Las autoridades Judías, cuando ven cómo actúa Jesús y cómo enseña, se preguntan: ¿acaso, este hombre es más que Abraham, Moisés, Elías o alguno de nuestros profetas? ¿Quién se cree este hombre? ¡Nosotros conocemos a sus padres, sabemos dónde vivió y estamos seguros que no tiene una educación suficiente para presentarse como si fuera Maestro de la Ley! La arrogancia no deja a las autoridades judías reconocer y aceptar que, toda la autoridad de Jesús proviene de la experiencia personal que él tiene de Dios. En el Bautismo, Jesús sintió, en su interior, que era Hijo de Dios y se sintió llamado a proclamar que, “Dios es un padre compasivo y misericordioso que quiere, desde lo más profundo de sus entrañas, que todos alcancen la salvación”. Es decir, que todos encuentren en la FILIACIÓN el camino para darle sentido a su vida. Nadie puede creerse más que Dios. Así que, cuando Dios habla al corazón de una persona, en lugar de juzgar y creer que la persona enloqueció, estamos invitados a acoger esa experiencia, discernirla y honrarla. Para muchos, Francisco de Asís había enloquecido cuando decide emprender la tarea de reconstruir la Iglesia. Otros, se desconcertaron al ver como Rafael Arnaiz dejaba el mundo prometedor de la arquitectura para irse a un monasterio trapense y abrazar la vida monástica hasta convertirse en uno de los místicos más importantes del siglo XX. La verdadera experiencia de Dios aunque resulta desconcertante termina humanizando y haciendo un mejor ser humano a quien vive inmerso en ella. Escribe, Bert Hellinger en psicoterapia y cura de almas: “De ninguna manera hay que temer un caos si le damos una oportunidad real a la experiencia personal con la fe y al intercambio libre de estas experiencias. Imaginemos un grupo de cristianos en el que todos están convencidos del valor singular de la experiencia personal en la fe. En este grupo, nadie tiene que temer que su experiencia personal sea puesta en duda o menospreciada. Nadie le ridiculiza o le ataca. Así puede encarar con valentía sus sentimientos y miedos, sus dudas y comprensiones, tomándolos en serio. En consecuencia, tiene que confrontarse de forma más diferenciada con sus deseos, motivaciones y conflictos. Ya no puede pasar la responsabilidad de su fe a otros. Las preguntas se dirigen a él mismo, por lo que cobra un significado nuevo y único, para sí mismo y para los demás”. El cuidado del alma exige un espacio donde podamos compartir libremente con otros aquello que vamos experimentando como acción de Dios y manifestación de su amor en cada uno de nosotros. Ante Dios, no es necesario que busquemos seguridad, que nos aferremos a dogmas o doctrinas, sólo basta que abramos el corazón y nos dejemos amar por Él. Según Thomas Merton para el alma es suficiente sentir que estamos unidos a Dios, que le pertenecemos y, en consecuencia, sólo debemos responder al amor con más amor. “¡Oh Dios! Somos uno contigo. Tú nos has hecho uno contigo. Tú nos has enseñado que si permanecemos abiertos unos a otros Tú moras en nosotros. Ayúdanos a mantener esta apertura y a luchar por ella con todo nuestro corazón. Ayúdanos a comprender que no puede haber entendimiento mutuo si hay rechazo. ¡Oh Dios! Aceptándonos unos a otros de todo corazón, plenamente, totalmente, te aceptamos a Ti y te damos gracias, te adoramos y te amamos con todo nuestro ser, nuestro espíritu está enraizado en tu Espíritu. Llénanos, pues, de amor y únenos en el amor conforme seguimos nuestros propios caminos, unidos en este único Espíritu que te hace presente en el mundo, y que te hace testigo de la suprema realidad que es el amor. El amor vence siempre.. El amor es victorioso...” El encuentro con Dios es un encuentro de Tú a tú. En el interior del que vive con generosidad ese encuentro pasan muchas cosas que, terminan contribuyendo a la transformación personal. Una de las cosas más importantes, entre todas las que pueden llegar a suceder, está el abandono del afán de destacarse por tener poder a servir porque es lo que corresponde a nuestro ser. Al respecto, escribe Durckheim: “A lo largo de nuestra vida el mundo nos llama desde afuera, mientras el ser esencial nos llama desde adentro y hacia la interioridad. El mundo pide saber y poder. El ser exige que nos olvidemos de lo que sabemos y podemos en favor de la madurez espiritual”. Dios habla al corazón del ser humano porque desea, sin más, que este corazón sea solamente suyo. Cuando me describes, muestras la belleza que todos ignoran. Cuando me convocas, al decir mi nombre cantas de contento. Cuando yo me alejo, cuentas cada hora hasta que regreso. Eres quien comprende lo que yo no entiendo. Eres quien escribe con mis garabatos los versos más ciertos. Eres quien me saca de los laberintos. Eres quien disipa mis abatimientos. Eres, en mis dudas, el ancla que aferro. Eres, en mis noches, el faro que guía mi llegada a puerto. Eres la sonrisa que calma mi furia. Eres la caricia que alivia mi duelo. Eres la promesa, la pasión luchada, la muerte vencida, el amor primero (José María R. Olaizola, sj)Francisco Carmona
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