Todos nacemos dentro de una familia que, tiene una dinámica propia, que nace como respuesta a una experiencia que marca profundamente la relación entre los padres. Esa dinámica se mueve, generalmente, entre la sobrevaloración y la infravaloración. Nosotros crecemos en la familia sobrevalorados o infravalorados. Casi nunca somos vistos como realmente somos. Según esta dinámica, cada uno va desarrollando un complejo de inferioridad que, según la psicología individual, se convierte en nuestra constelación familiar. La psicología profunda enseña que las decisiones que tomamos en la vida, los sueños que deseamos alcanzar y los fracasos están ligados a las experiencias vividas en la infancia dentro del entorno familiar. El lugar o posición que tomamos en la familia es, según la psicología individual y profunda, nuestra constelación. Hasta que no resolvemos nuestra constelación familiar, no logramos vivir la vida con autenticidad. Escribe Anselm Grun: “Cada persona es una imagen única que Dios solo se ha hecho de esa persona. No podemos describir esa imagen. Pero cuando estamos en consonancia con nosotros mismos, podemos confiar en que estamos en contacto con esa imagen. Esa imagen, que Dios se ha hecho de nosotros, no es la de una mala persona, sino la de una persona a través de la cual Dios quiere hacer brillar en este mundo algo de su propio ser, de su propio amor. También es una autoimagen positiva”. Cada vez que actuamos en contra de nosotros mismos, desde la incoherencia, dejándonos arrastrar por el Ego o por nuestra propia oscuridad estamos desvirtuando la imagen de Dios en nosotros. Fuimos creados para el amor, no para estar por encima del otro, engañarlo y destruirlo.
En una constelación pusimos al consultante delante de sus padres y mirando hacia la muerte. A su derecha, pusimos sus miedos y, a su izquierda, su destino. Después de un momento, el padre se adelanta y le dice: “Para ser amado hay que ser exitoso, la gente no ama a los fracasados”. Ser exitoso en este contexto significa alcanzar logros y ser bien considerado por la gente. Después de estas palabras, el hombre es amarrado desde el vientre por el padre y, el miedo y el destino comienzan a halar cada para su lado. Se forma la imagen de un crucificado. Curiosamente, la muerte se acuesta en la misma posición. El psicólogo Karl Frielingsdorf afirma: “Cuando un niño sólo experimenta condiciones para tener derecho a la vida, cuando sólo se le ama si obtiene los resultados deseados, si tiene éxito, si es valiente y conformista, entonces desarrolla estrategias de sobrevivencia”. De ahí, la imagen de la muerte en la constelación. Todos anhelamos ser amados. En primer lugar por nuestros padres y, después, por las demás personas. Esa necesidad de amor, la llamamos sed. Una mujer asiste a constelaciones porque siente que, después de la muerte de su padre, le falta todo. Cuando le preguntó: ¿Qué falta? Responde: Amor. Mi padre era el único que me amaba. Ante esta respuesta, imagino estar ante una mujer samaritana. Escribe un colaborador de rezandovoy: “Hay veces en que la sed -de vida- es cotidiana. Una apetencia normal, que se atiende naturalmente, casi con rutina. Pero otras veces es atroz. Y no encuentro respuesta ni nada que la colme. Entonces me siento peregrino en el desierto. Me pesan los silencios, y el anhelo amor. Me vencen las heridas, y quiero humanidad. Me asusta la soledad, y espero encuentro. Me agobia el vacío, y ambiciono sentido. Me atrapa el vértigo de la actividad incesante, y añoro un poco de paz. Me abruma el mundo, y ansío hogar. Me asalta Tu distancia, y llamo: “¡Dios!”. En la constelación del hombre le pedimos: mira a tus padres, diles: Gracias, sus instrucciones han sido buenas para mí durante esta primera etapa de mi vida. Ahora, crecí y para ir hacia mi destino, necesito mirar la vida de otra manera. Aprendí que los logros y la buena imagen son importantes. Pero lo más importante y valioso es poder ser yo. Ahora, papá y mamá, me dirijo a mi destino, siendo yo, eligiendo ser yo antes que, vivir detrás de la máscara del logro y la buena reputación. En ese momento, el miedo lo suelta y se va al lado del padre, el destino lo abraza y la muerte se pone de pie y lo mira. El hombre responde: siento libertad y un gozo profundo. Termina diciendo: esto es lo que andaba buscando, sentir que puedo ser yo sin miedo a fracasar, a sentirme inútil, rechazado y condenado a vivir sin amor. Ahora, el hombre sabe que hay un agua nueva en su vida. En el caso de la mujer, le digo: “mujer, aún no has tomado a tu padre en el corazón. Si hubieras tomado al padre en el corazón, entenderías que, no vivimos para buscar amor sino para amar. El padre dejó instalado el amor en el corazón y, cuando decidas activarlo, verás que no falta nada, todo te fue dado y entregado de buena manera”. De nuevo, nos dice el colaborador de rezandovoy: “Qué buena es la capacidad de desear. Hay quien diría que es mejor no aspirar a nada, que así te evitas desengaños e insatisfacción; pero lo cierto es que estamos vivos, y como estamos vivos soñamos, buscamos, anhelamos y encontramos motivos para ir avanzando. Vivimos entre el deseo, la necesidad, la llamada y el encuentro. Queremos amor, justicia, alegría, saber. Queremos caricias, canciones, conquistas, respuestas. Queremos sanación de tantas heridas propias y ajenas. Luz que disipe nuestras sombras, nuestros miedos y nuestras angustias…” Cuando la mujer mira al amor y lo abraza, se siente completa. Vivir no es buscar quien nos quiera, vivir es amar y ser portadores del amor sin esperar la aceptación de todos. Ahora la sed de amor se sacia tanto en el dar como en el recibir. Las dos polaridades del amor se integraron. A Dios, le interesa que nosotros podamos ser y realizar la imagen que Él se hizo de nosotros cuando hizo posible nuestra existencia. Es la única imagen libre de expectativas y, la que nos permite desarrollar todo el potencial con el que llegamos a la vida. Llegamos a la vida bien dotados para amar, servir y ser felices. Cuando logramos conectar con el amor incondicional de Dios, entendemos que, en lugar de exigirnos, tenemos que aceptarnos, que aquello que rechazamos en nosotros sigue colgado en nosotros hasta el día que lo miramos con amor y humildad. No hay otro fundamento para la vida que este: “puedo dedicar mi vida a amar de la misma forma en la que siento que he sido amado por Dios. No hay otra manera auténtica de vivir que aquella que se realiza desde la conexión con Dios” Cuando la duda atenaza y se exige respuesta. Cuando cuesta la esperanza, quizás por miedo a otro golpe. Cuando Su voz es inaudible y Su rostro se apaga entre mil rostros. Cuando el mensaje pesa más que alivia. Cuando la muerte parece haber vencido, y la vida sabe a derrota. Cuando la soledad es cruel, y no hay salida… ¡Salta! Hacia la fe. Hacia la vida. Hacia la verdad primera. No te dejes doblegar por el viento en contra. Verás cómo hay quien recibe tu apuesta. La vida gana (José María R. Olaizola, sj)Francisco Carmona
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