La espiritualidad es un camino que permite la integración de las partes disociadas o traumatizadas de nuestra psique. La disociación es una sensación subjetiva de incertidumbre o perplejidad sobre nuestra propia identidad. La persona disociada tiene dificultades para definir quién es, qué quiere hacer con su vida, qué decisiones tomar. La disociación es el resultado de una experiencia traumática que por la fuerte carga emocional que desencadena abruma a la persona. No se sabe cómo actuar, qué decir, qué camino tomar. En la mayoría de los casos, la disociación es un mecanismo de defensa; una forma de evitar la angustia y la ansiedad. Una persona disociada no reconoce lo que pasa en su cuerpo, no reconoce las emociones que lleva en su corazón y niega el dolor, normaliza las situaciones. La mayoría de las veces, las personas disociadas sienten su cabeza llena de voces de todo tipo que le recriminan, la culpan, le aconsejan y le atormentan inmisericordemente. La persona se siente controlada por todo tipo de emociones, la mayoría de ellas irracionales en el momento. Estas emociones, así como llegan, se marchan, dejando mayor incertidumbre en el alma. En algunos casos, la disociación está acompañada de depresión, ansiedad, pánico y un sentimiento intenso de inadecuación que lleva al aislamiento.
Por su parte, la fragmentación psíquica consiste en una ruptura con la realidad. Las personas crean una realidad diferente a la que viven donde se pueden sentir seguras, en esa realidad no existe ninguna amenaza. En la fragmentación, la persona no reconoce quién es, la persona termina identificándose con sus complejos y cediendo su autonomía a la emoción que se convirtió en el núcleo del complejo, y de la cual toma éste su energía, para continuar presente en la psique. La sensación de ser uno mismo desaparece y sólo queda presente el estado de confusión. En términos generales, la fragmentación, podemos definirla, como la incapacidad de integrar en la imagen de sí mismo las experiencias desconcertantes. Cuentan que una pareja le puso “Increíble” de nombre a su hijo, pues tenían la certeza que haría cosas increíbles en la vida. Pero Increíble tuvo una vida tranquila, se casó y vivió fiel a su esposa sesenta años. Sus amigos lo molestaban porque su vida no concordaba con su nombre. Antes de morir, Increíble le pidió a su esposa que no colocara su nombre en su lápida ya que no quería escuchar las burlas de sus amigos desde el cielo. Cuando murió, su mujer, obedeciendo el pedido de su esposo, puso sencillamente en la lápida: Aquí yace un hombre que le fue fiel a su mujer durante sesenta años. Paradójicamente, cuando la gente pasaba por el cementerio y leía la lápida decía: ¡Increíble! Thomas Merton, monje trapense, insiste, una y otra vez, en la importancia de presentarnos, cada día, completos ante Dios. Según este autor, maestro espiritual, la única forma de reconocer a Dios como Dios consiste en reconocernos a nosotros mismos como uno, sin disociación y fragmentación. Quien se sabe uno consigo mismo también se sabe uno con Dios. En el libro fuentes de la contemplación, Thomas Merton señala: “El verdadero karma yoga consiste en hacer el trabajo reconociendo que hace parte de nuestra humanidad y no es algo sobrenatural. El trabajo es un karma yoga cuando es el camino que nos conduce a la unión con Dios. La tarea de ama de casa, el trabajo de un comerciante, el de un cestero, el de un labriego, cualesquiera que sean los deberes que tu situación de vida te imponga, pueden transformarse en una manera de estar unificados” Lo anterior significa reconocer que, las cosas que hacemos no son simplemente actos individuales. Son parte del universo que, constantemente, está en actividad. El mundo, según el hinduismo, es una danza permanente; de ahí que Shiva, su Dios, sea representado danzando. El ser humano está integrado al movimiento del universo cuando toda su acción es una contemplación de como Dios, cuando crea, se recrea. Dios está presente en todo lo que hace porque, ante todo, esta presente para sí mismo. Dios siempre está contemplando; es decir, está presente, es UNO y todo es UNO con Él. Nada está separado de Dios y Dios no está separado de ninguna de las cosas que ha creado. Todo está impregnado del amor de Dios que, al crear estaba amando. El trabajo es fruto de la oración cuando es una fuente de alegría, de disfrute, de recreación. Lo contrario, lleva al estrés. El estrés, el agobio y el cansancio revelan que el trabajo se convirtió en una carga y en él está faltando el alma y el amor. Dice Thomas Merton: “Si haces las cosas, sin estar presente en ellas porque estás dividido, el precio a pagar será la falta de creatividad y el cansancio agotador. Cuando vivimos de afán, sin detenernos, preocupados como si todo se fuera a acabar en el instante, dice Thomas Merton, estamos eligiendo el sufrimiento. Un sufrimiento que tiene una doble polaridad. Por un lado, sufrimos porque nos sentimos agotados, sin tiempo para descansar, para dedicarnos a lo fundamental y, por otro lado, porque las cosas no quedan bien hechas, porque sentimos que no hicimos lo suficiente. Este movimiento, hace que vivamos sobrecargados de motivaciones y, cada vez más, nos sintamos divididos interiormente. No llores la semilla que caída al borde del camino fue engullida por los pájaros. No hagas duelo por aquéllas que se secaron al germinar por falta de profundidad. No te entristezcas por la simiente ahogada entre zarzas y abrojos. Tú, en cambio, alégrate y celebra las semillas que dieron el treinta, el sesenta, el ciento por uno. Y agradece, cada día, al sembrador que sale a sembrar sin mirar la tierra en la que siembra (Antonio F. Bohórquez Colombo sj) Francisco Javier Carmona
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