La sociedad del cansancio nos invita a vivir en función de los logros que podemos alcanzar. El éxito hoy no es saber vivir sino tener de que presumir. En las conversaciones es común ver a la gente exhibiendo los proyectos en los que está trabajando o en las propuestas que recibe cada día para conquistar la libertad que, como dice Byung, la sociedad de la disciplina, nos arrebata. A veces, da la impresión de que si no se habla de proyección, la vida carece de sentido y de valor. También es común escuchar que los mayores sueños de las personas hoy se centran en viajar, conocer el mundo, disfrutar y no enterarse de lo que pasa en el mundo porque, dicen muchos, les roba la paz. Para muchos, llevar una vida como la del rico Epulón es lo mejor que les podría pasar. De ahí que, muchos prefieran no escuchar ni la vida, ni a sí mismos y, mucho menos a Dios. La mayoría de las personas prefieren vivir escindidas, quieren hacer caso omiso a lo que sucede a su alrededor, al dolor que nos acompaña tanto en nuestra propia alma como alrededor, en los seres que amamos. De hecho, muchos se esfuerzan en evitar el dolor y la negatividad de sus vidas. Solo admiten lo positivo, lo que, según ellos, anima, llena de vida y de alegría, nos hace sentir que estamos en fiesta. Lógicamente, para llevar una vida sí, necesitamos crear una burbuja y, luchar contra todo aquello, que nos quiere sacar de ella.
Se les comunicó a los Más Grandes Sabios del País de los Tontos que los árboles estaban en plena producción, de modo que salieron para recoger la fruta. Los árboles estaban ciertamente cargados de fruto, sus ramas se doblaban casi hasta el suelo. Cuando los Más Grandes Sabios del País llegaron hasta los árboles, comenzaron a discutir qué especie de fruta recogerían primero. Ya que no podían llegar a ningún acuerdo acerca de esto, intentaron otro tema. Descubrieron entonces que no había acuerdo acerca de si arrancaban la fruta con su mano derecha o izquierda. Tras esto hubo otro problema de igual dificultad, y otro, hasta que se dieron cuenta de que debían retirarse a un lugar más apropiado para aclarar las cosas. Finalmente, tras la plena participación de las instituciones eruditas, todo se resolvió. Los Más Grandes Sabios se encontraron de nuevo bajo los árboles. Pero entonces ya era invierno. La fruta había caído y yacía en el suelo pudriéndose. Qué lástima que estos árboles sean tan traicioneros - exclamaron los Más Grandes Sabios - esas ramas no tenían derecho a ascender de nuevo de ese modo. Pero no importa, al menos podemos ver que de cualquier modo la fruta estaba podrida. El grado de escisión al que estamos llegando es tan alto que, las personas sólo ven el mal o daño que los demás causan e ignoran lo que ellas hacen. Hay personas que se acostumbraron a creer que, si hay algo que no funciona está en los demás, ellas son totalmente inocentes; es más, cuando hablan, lo hacen dando consejos e instrucciones sobre el buen vivir. Al creer que el mal esta fuera, no dentro de nosotros, los demás comienzan a ser vistos como enemigos. Siguiendo el pensamiento de Byung, si la amenaza viene de los otros, es necesario crear un sistema inmunológico de relación; es decir, tenemos que crear los anticuerpos necesarios para impedir que lo externo nos dañe. Así es como vemos personas haciendo muchas cosas que aparentemente les ayudarían a ser mejores, pero sin hacer ningún esfuerzo por transformarse. Donde el otro es la amenaza para nuestra felicidad, el camino es la construcción de un sistema de vinculación y de creencias que nos permita mantenernos inmunes. Creamos todo tipo de defensas. Hoy, muchas personas viven a la defensiva, consideran a los demás potenciales enemigos, son sumamente manipuladores. Muchos construyen narrativas donde ellos son víctimas de los intereses egoístas de los demás. Esas narrativas nos llevan a vivir aislados e incomunicados para evitar ser contaminados por las creencias de los otros. El aislamiento es la mejor respuesta ante la amenaza que representa la convivencia con el otro. Lo curioso es que, el otro es nuestro enemigo y nos duele cuando nos ven como los enemigos de los demás. Una sociedad construida sobre principios inmunológicos, los demás pueden hacernos daño, en lugar de ayudarnos a crear bienestar alrededor nuestro, nos prepara para vivir en el más profundo miedo. Byung señala que, hoy se habla de violencia inmunológica. Se trata del afán de protegernos del otro, de sus comentarios, de su opinión e incluso de su presencia. Uno de los síntomas actuales de la cultura es el desencanto por las relaciones. Se dice, sin mucha vergüenza, que no debemos confiar en los demás. Algunos, llegan hasta el extremo de afirmar que, ni siquiera en uno mismo se debería confiar. Vivir constelados por la desconfianza, nos hace vivir en una inseguridad existencial permanente. Apartarse de los demás, en lugar de ayudarnos a llevar un buena vida, crea las condiciones para una vida existencialmente enferma. El alma se nutre de los vínculos. Si estos se perciben como amenazantes, el alma no tiene otro camino que enfermar. La angustia y ansiedad producidas por la necesidad de entrar en contacto con los demás, de una manera diferente, está creciendo, cada vez más. Muchas personas sienten que los demás son una amenaza para su bienestar y, al evitar entrar en contacto con ellas, comienzan a evitarlas volviéndose esclavas de patrones de conducta no solo evitativos sino también pasivo agresivos. Hay mucha dificultad para expresarnos asertivamente y, por esa misma razón, para amar auténticamente. El alma no se encuentra a sí misma al margen de las relaciones. Cuando el desencanto por las relaciones se apodera de nosotros, inevitablemente, el alma enferma. Un alma arrogante es una alma enferma. La arrogancia, creer que estamos por encima de los demás, crea desorden en las relaciones y, también en el corazón. La gran mayoría de los conflictos que tenemos, si somos honestos, tienen su origen en una actitud arrogante de parte nuestra. Para volver a la conexión con nosotros mismos y poder fluir en el contacto con el otro, necesitamos aprender la humildad. El humilde nos revela que, se ha hecho el esfuerzo para mantener el contacto consigo mismo. Quien se conoce a sí mismo, conoce su capacidad y, también reconoce su limitación e impotencia. Extiende tu mano y ponla en mi piel, este sentido de la realidad desnuda. Tócame, Jesús, que cuando la soledad me duela, tu cálida caricia sea mi compañía. Tócame, Jesús, que cuando el rechazo me hiera, tu tierna caricia sea mi acogida. Tócame, Jesús, que cuando el pecado sea mi lepra, tu misericordiosa caricia me restaure. Tócame, Jesús, que cuando la vehemencia me acelere, tu lenta caricia me recuerde el sosiego. Tócame, Jesús, que cuando la desolación me turbe, tu luminosa caricia sea mi consolación. Tócame, Jesús, que cuando a mi memoria todo lo olvide, tu silenciosa caricia me recuerde: que todo se pasa, que todos se pasan, que Tú y sólo Tú bastas, que todo mi ser y toda mi piel ha sido tocada, besada, abrazada, marcada y tatuada por tu caricia, una vez y para siempre (Genaro Ávila-Valencia sj)Francisco Carmona
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