La insatisfacción también tiene su fuente en la experiencia de Dios que muchas personas han tenido a lo largo de su vida. Dios es, el que da fundamento, estructura y sentido a la existencia. También lo podemos considerar como la fuerza que nos sostiene, anima y reconcilia dirigiendo nuestra vida hacia el amor que, sin lugar a dudas, es el único lugar donde todo se expande y crece de modo seguro, estable y sano. Muchos han convertido la perfección en su Dios y, cada vez que tienen que ver en el espejo de la vida sus debilidades, vulnerabilidades y fracasos se desaniman. Sienten que Dios es sumamente exigente. En realidad, son más sus expectativas que, el verdadero Dios, el que anunció Jesús, el que los llena de insatisfacción. Alguien le dijo a un Sufí: ¡Enséñame a rezar! El Sufí dijo: No sólo estás ya rezando, sino que una parte de tu mensaje está constantemente ocupada en la oración. El hombre respondió: No te comprendo, porque he sido incapaz de rezarle a Dios durante muchos meses, por una razón u otra. El Sufí le dijo: Tú dijiste: “Enséñame a rezar”, no mencionaste a Dios. La oración en la que has estado ocupado durante todo este tiempo es oración hacia tus vecinos, porque constantemente te preocupa lo que puedan pensar de ti. Es oración permanente a un ídolo de dinero, porque eso es lo que quieres. Es también una oración hacia una imagen de seguridad y otra de abundancia. Cuando tienes tantos dioses y tanta oración como una parte permanente de tu ser, ¿acaso es sorprendente que no haya sitio para otra clase de oración?
Otros, cuando miran su vida, ven que hay tantas equivocaciones, tantos dificultades y tantos sufrimientos vividos y causados que terminan convenciéndose que nunca van a lograr ser buenas personas. Vivir con mala conciencia se vuelve una carga sumamente pesada, no sólo porque nos roba la paz interior, sino porque termina animando al Ego a acciones que, aunque parezcan llenas de generosidad, están al servicio de continuar alimentando la culpa. Con frecuencia, encuentro personas que dicen: ¿No sé por qué me culpabilizo tanto? Encuentro que, detrás de muchas adicciones, hay sentimientos muy grandes de culpa. La adicción se convirtió en un refugio. Mientras se está bajo los efectos del consumo no se siente culpa. Otros están tiranizados por su superyó, viven bajo estrictas normas morales, se vuelven inflexibles, descalifican a todo aquel que no obra según sus criterios. Muchos, hemos confundido durante una buena parte de nuestra vida, a Dios con el superyó. Creemos que alcanzamos la perfección porque nos aferramos a las normas y leyes que dicta el superyó. Así es, como una madre, por ejemplo, puede dejar de hablarle a sus hijos o condenarlos porque hicieron las cosas diferentes a las expectativas que ella guardaba en su corazón. También está el padre que amenaza con dejar de apoyar al hijo sino sigue la dirección que el establece. No hay juez más implacable que el superyó. Lo curioso es que, mientras más aferrados al superyó, más insatisfechos. En lugar de revisar lo que está mal en el superyó, muchos deciden volverse más rígidos, porque piensan que no están haciendo lo suficiente. La hipocresía tiene su origen en el superyó. Cada vez que conectamos con la idea de que Dios nos quiere sin tacha, estamos conectando con el superyó o con el Ego y, alejándonos de Dios. Dios nos quiere reconciliados con nosotros mismos, liberados de aquello que nos esclaviza e impide ser, capaces de ponerle freno a lo que nos apabulla y no nos deja ser. Jesús nos enseñó que, frente a la vida no caben el juicio severo, el prejuicio, la culpabilización, el rigorismo moral ni la autosuficiencia o afán de creernos mejores y, por encima de los demás. Jesús nos reveló que la misericordia, la ausencia de juicios ante la miseria humana y la acogida del otro como es, conduce hacia el Padre con mayor certeza y confianza. De ahí, su continuo rechazó a quienes, por defender la Ley, sacrificaban la dignidad propia y la del otro. Jesús tiene claro que la misericordia nos acerca a Dios. Jesús ve en la dureza de corazón una amenaza sería para nuestra paz interior y convivencia con los demás. Con frecuencia, veo padres ufanándose de su superioridad moral y a hijos con un profundo sentimiento de soledad y desamparo. Familias destruyéndose en silencio, porque es más importante el cumplimiento, que el amor. Es curioso, el amor lleva al cumplimiento y el cumplimiento, si nos descuidamos, es capaz de herir gravemente al amor. Frente a las espiritualidades basadas en la culpa, la perfección y el rigor moral, Jesús se pronuncia con las siguientes palabras: “Vayan, pues, y aprendan lo que significa misericordia quiero y no sacrificios”. Son las palabras y los gestos oportunos los que sanan. La mujer samaritana abre su corazón a Jesús y lo lleva a encontrarse con su pueblo porque ve en Él al ser humano que tiene la palabra y el gesto oportuno frente a quien se siente solo y desamparado. El rendimiento, el sacrificio, el éxito basado en logros, terminan agobiando el corazón y apartándolo del verdadero encuentro con los demás. Empezamos a conectar con nosotros mismos cuando abrimos espacio a la misericordia. Los primeros que tenemos que dejarnos de juzgar, de compararnos, de exigirnos lo imposible, somos nosotros. Donde empieza la misericordia, la acogida amorosa de la propia fragilidad, el camino hacia la paz interior comienza a despejarse. La misericordia atrae, el juicio y la condenan alejan. Dios nos convoca por el amor. Dicen que, atrae más una gota de miel, que un barril de vinagre. La insatisfacción con Dios proviene de la forma como nos relacionamos con Él. Dios, como nos lo reveló Jesús, permanece siempre en el amor. Escribe el Papa Francisco: “Sólo el amor de Jesús transforma la vida, sana las heridas más profundas y libera de los círculos viciosos de la insatisfacción, de la ira y la lamentación”. Así, lo experimento la Samaritana y tantas otras personas que se han encontrado con Jesús en su camino. Muchos tienen la imagen de sí mismos como personas que deben ser perfectas, exitosas, valientes, estar a la onda, ser reconocidas, etc. En estas imágenes está la fuente de la insatisfacción. Mientras no cambiemos las imágenes o representaciones de nosotros mismos por unas que estén en resonancia con nuestra identidad profunda, la insatisfacción continuará estando en nuestra vida. Dios, a través de Jesús, nos revela nuestra verdadera imagen. Cuando el instante mismo se diluye en su propia amargura y ya no queda cielo de qué color, nube a qué rumbo, toda la pena salta a la mirada, la incertidumbre salta a la mirada, la soledad sin nombre a la mirada, la desnuda tristeza a la mirada, y el asombro también, todo el asombro, el cansancio del mundo, la agonía de no saber por qué ni en qué camino estamos, llueve, llueve dolor y más dolor en la mirada, ¡qué preguntas sin fin, a qué la vida para tanto morir, en la mirada! Se inunda de neblina la mirada y no encuentra sosiego ni respuesta a tanto desamor que amarga el mundo. Y cuando el llanto llena los aljibes, se deshojan los ojos...desbordados (Antonia Álvarez)Francisco Carmona
0 Comentarios
Dejar una respuesta. |
Una producción de Francisco Carmona para acompañar a quienes están en busca de su destino.
Visita los canales de podcast en la plataforma de spotify y reproduce todos los episodios.
Haz parte de nuestro grupo de suscriptores y recibe en tu WhatsApp la reflexión diaria.
Escanea o haz clic en el siguiente enlace
Filtrar Contenido
Todos
|