El evangelio de Lucas, en el capitulo 2, dice: “Por aquellos días, salió un decreto del emperador Augusto, por el que se debía proceder a un censo en todo el imperio…Todos empezaron a moverse para ser registrado cada uno en su ciudad. José, que estaba en Galilea, en la ciudad de Nazareth, subió a Judea, a la ciudad de David, llamada Belén, porque era descendiente de David; allí se inscribió con María, su esposa, que estaba embarazada”. Nadie puede conocerse a sí mismo sin conocer su sistema familiar de origen y todo lo que acompaña a ese sistema. Jesús es miembro de una familia que, tiene su propia historia, su dinámica particular, sus crisis y, también, su propia travesía. La encarnación de Dios ocurre no solo en el seno de una familia, sino también en la historia de un pueblo. Un hombre se acercó al filósofo Ramanuja y le pidió: ¡Muéstreme el camino hacia Dios! ¿Te enamoraste alguna vez de alguien? Preguntó Ramanuja. ¿Enamorarme? ¿Qué es lo que quiere decir con eso? Me prometí a mí mismo jamás aproximarme a una mujer, huyo de ellas como quien intenta escapar de una enfermedad. Ni siquiera las miro. Cuando pasan, cierro los ojos. Procura volver a tu pasado e intenta descubrir si nunca, en toda tu vida, hubo algún momento de pasión que dejase tu cuerpo y espíritu llenos de fuego. Vine hasta aquí para aprender a rezar, y no a cómo enamorarme de una mujer. Quiero ser guiado hasta Dios, y usted insiste en quererme llevar hacia los placeres de este mundo. No entiendo lo que desea enseñarme. Ramanuja permaneció silencioso algunos minutos y finalmente dijo: No puedo ayudarte. Si tú nunca tuviste ninguna experiencia de amor, nunca conseguirás experimentar la paz de una oración. Por lo tanto, regresa a tu ciudad, enamórate, y sólo vuelve a buscarme cuando tu alma esté llena de momentos felices. Sólo una persona que entiende el amor puede entender el significado de la oración. Porque el amor por alguien es una oración dirigida al corazón del Universo, una plegaria que Dios colocó en las manos de cada ser humano como un presente divino.
Antes de viajar a Belén, José y María han tenido que superar una dificultad profunda. En primer lugar, María se encuentra embarazada por la acción del Espíritu Santo, José no sabe nada. María parte para las montañas de Judea, a Ain Karem, donde vive su tía Isabel que está en el sexto mes de gestación. Mientras tanto, José está debatiéndose entre denunciar a María o abandonar en silencio la relación. Las relaciones de pareja, en algún momento de su camino, tienen que enfrentar dificultades. La forma como se enfrenta la dificultad, se convertirá en la dinámica y en la consciencia que guiará la relación en futuras adversidades. También será lo que se transmita a los hijos. La conciencia del sistema familiar vigila porque nadie sea excluido y, también para que seamos fieles al alma de la familia. Cada uno de nosotros tiene una imagen de su familia. La imagen de familia, que construimos cuando éramos pequeños, será la que nos acompañe en la adultez y, en buena medida, la que marque el ritmo de la propia relación de pareja. La forma como experimentamos la relación con nuestros padres actuará inconscientemente en la forma como construimos y conservamos la familia que construimos, una vez que llegamos a la adultez. Lo que ha resultado difícil, doloroso o traumático, con toda seguridad, influirá fuertemente en la visión que tendremos de lo que es ser pareja, familia y padres. La ausencia, la separación, el control, el maltrato, la educación recibida, marcarán nuestros patrones de conducta con respecto a la pareja y los hijos. Muchos, hemos visto como algunas dinámicas y patrones de conducta de nuestra familia de origen se repiten en las relaciones que, de adultos construimos. Esther Luis, psicóloga, hablando de la familia dice lo siguiente: “Hay personas que no quieren parecerse a sus padres y los rechazan con toda su alma. Critican lo que hicieron o dejaron de hacer, nombran todas las cosas en que fallaron, que hicieron mal. Incluso los ven como la causa de todos sus problemas actuales. Son personas que están en la queja constante, se colocan en la posición de niños enfadados. Y lo que he observado repetidamente, en mi experiencia como terapeuta, es que se tiende a repetir lo que negamos. Es decir, que estas personas se acaban comportando igual que lo hicieron sus padres, o los padres de sus padres. Y claro, muchas veces es difícil verlo “en carne propia”, o no se quiere ver, hasta que no se hace un análisis profundo. Inconscientemente, buscamos en otras personas queridas lo que no recibimos de nuestros padres; en una pareja, en los hijos, en amigos. Y es imposible que nos lo den, porque no les toca a ellos dárnoslo. Se acaban rompiendo relaciones de pareja o volviéndose insanas. Incluso se busca que los hijos cubran nuestras carencias y vacíos infantiles, lo que les hace a ellos muy difícil independizarse”. Jesús deja bien claro que, el que desee seguirlo, tiene que dejar atrás a sus padres; lo anterior no significa, desentenderse de ellos y, negarles apoyo cuando lo necesitan. Salirnos de la constelación de nuestros padres es, fundamental para que podamos crecer como adultos y, asumir la vida como es. Para lograr el objetivo, de salirnos de la repetición de las dinámicas que han marcado la relación de nuestros padres, es necesario aprender a vernos, como seres independientes, autónomos, capaces de vivir según los criterios propios que hemos adoptado como guías de nuestra existencia. Mientras más adultos, más capaces de entregarnos a la vida y a la realización de nuestra vocación y destino. La dependencia de los padres hace que, en lugar de vivir siendo nosotros mismos, alimentemos la necesidad de aprobación y reconocimiento, que nos mantienen en el lugar del niño. La relación de Jesús con su familia no estuvo exenta de dificultades. Recordemos la escena donde Jesús se pierde en el templo y, después de tres días de sus padres buscarlo, les responde: ¿por qué me buscan, no saben que tengo que ocuparme de las cosas de mi padre? También esta aquel momento donde dice: “mi madre y mis hermanos son los que escuchan y acogen la Palabra de Dios”. Jesús sabe que, si quiere ser fiel a su vocación tiene que tomar distancia de los cánones de conducta propios de su familia de origen. Sin individuación, todo proyecto de vida adulta tiende a fracasar. Para Jesús, Dios está en primer lugar y, la familia viene después. Para Jesús lo que cuenta es una relación adulta con los padres fundamentada en el respeto por la individualidad y vocación de cada uno. Escribe Joan Garriga: “Las claves del vínculo logrado entre hijos y padres. Ya nos enseña Confucio que sólo puede ser siempre feliz el que sepa ser feliz con todo. En esta línea, huyendo de los conformismos pasivos y de falsa resignación, descubrimos que la contraseña que abre las puertas de la realización personal se compone de una simple sílaba: Sí. Sí a la vida, tal como es. Sí a nosotros, tal como somos. Sí a los demás, tal como son. Sí a nuestros padres, tal como son y tal como fueron, vehículos providenciales de nuestra existencia y mucho más”. En la medida que, abandonamos los reclamos a nuestros padres y nos concentramos en vivir la vida y, realizar nuestro potencial, más abiertos, con mayor disposición para acoger la en su plenitud. Cuando José llega a Belén, su ciudad natal, acompañado de María, su esposa, deja claro que las tensiones del pasado han quedado donde pertenecen. José asume lo que está sucediendo con María, con él y con el bebé. Se entrega de lleno a la tarea de ser esposo y padre. Ir a Belén juntos revela que, se ha tomado en serio la relación y, también la paternidad. El cómo ocurrieron las cosas no es tan importante frente al hecho de cuidar a Jesús para que, al crecer también este abierto a la voluntad de Dios y sepa decir, en toda circunstancia, como lo hicieron sus padres: “Hágase, según tu voluntad”. En Belén, José y María asumirán las consecuencias del Sí generoso que le dieron a la vida, a sí mismos y a Dios. Dar a luz en un establo, porque no había espacio para ellos en la posada, fue un reto que, José y María pudieron afrontar porque sabían que, ahora, estaba el hijo de Dios en sus manos. En este tiempo de luces, yo te pido Luz. Luz para iluminar mis confusiones, mis líos y ambigüedades. Luz para enfocar nuevos caminos y recordar los que ya anduve. Luz para compartir con otros que andan apagados o sin norte. Y Luz para encontrarte, a Ti que vienes a oscuras, en la quietud de una noche, en la ingenuidad de una chiquilla, en las afueras de Belén (Óscar Cala sj)Francisco Carmona
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