Hace algunos días, leí el texto del evangelio de Marcos conocido como “un día en la vida de Jesús”. El texto dice: “Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba. Lo buscó Simón y los que con él estaban, y hallándolo, le dijeron: Todos te buscan. Él les dijo: Vamos a los lugares vecinos para que predique también allí, porque para esto he venido. Y predicaba en las sinagogas de ellos en toda Galilea, y echaba fuera los demonios (Mc 1,35-39). El evangelista nos cuenta que, Jesús toma la fuerza para realizar todo lo que hace de la oración. Sin ese momento, al principio de la jornada, donde la atención se pone en lo fundamental de la vida, se cae en el activismo puro. La acción sin atención se vuelve esclavitud. Había dos hermanos, uno de los cuales estaba al servicio del sultán y otro se ganaba el pan con el sudor de su frente. El rico le dijo a su hermano: ¿Por qué no entras a formar parte del servicio del sultán y así te librarás de los rigores del trabajo? Él respondió: ¿Por qué no trabajas tú y te libras de la desgracia de tener que servir a otro?
Otro texto del evangelio nos dice: “Marta, en cambio, andaba muy afanada con los muchos servicios; hasta que, acercándose, dijo: Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano. Respondiendo, le dijo el Señor: Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada”. Al respecto, un colaborador de rezandovoy escribe: “No viene mal un poco de quietud. El silencio no es, sin más, el espacio donde hay ausencia de ruido. No es un ámbito de vacío o de aislamiento. En el silencio es donde aprendemos a escuchar de otra manera. Sería el mejor preámbulo de las palabras. Para saber lo que uno va a decir. Pensarlo bien. Rezar sobre la vida. En el silencio podemos descubrir muchas cosas de nosotros mismos. Y podemos aprender a escuchar a Dios. Y a entender al mundo. Y a acoger su Palabra de forma que nos suene como algo nuevo, y no como la vieja cantinela a la que casi no le prestamos atención”. Jesús no descalifica la actividad que Marta realiza. El mismo, en una sola jornada, realiza una cantidad de actividades que dejarían agotado al más fuerte. Jesús llama la atención sobre la actividad que se realiza desde la dispersión, sin atención. Señala Byung: “La atención dispersa se caracteriza por un acelerado cambio de foco entre diferentes tareas, fuentes de información y procesos”. La dispersión trae consigo irritabilidad, baja tolerancia a la frustración y un desmedido interés por el resultado inmediato. Bajo la influencia de esta fuerza, el individuo va cayendo lentamente en el hastío. Pasar del activismo al aburrimiento trae consecuencias molestas y de gran costo para el bienestar del alma. Ir sin una dirección establecida y sin un ánimo fuerte terminan arrastrando a las personas hacia la desesperanza. Para evitar que el exceso de positivismo se convierta en una carga agobiante para el alma, Jesús hace de la oración la fuente de la que toma la fuerza para poder ir de aldea en aldea predicando y curando a los enfermos. Nos dice Pablo de Ors: “Los grandes meditadores y maestros nos aseguran que no hay iluminación que no pase por el reconocimiento de la propia fragilidad. Más aún: que la iluminación no es sino el reconocimiento de la propia fragilidad y nuestra reconciliación con ella” Muchos han pasado decadas enteras de su vida haciendo lo posible por mostrarse fuertes, perfectos y sumamente productivos. Despues se han dado cuenta que, todo fue una vana ilusión. Dice Thomas Merton: “Me siento feliz de al menos poder querer amar a Dios. Puede que eso sea lo único que tengo, pero también es lo único esencial. Y Él se ocupará del resto”. Correr, vivir de afán conduce al aburrimiento y al hastío. Poner el acelerador en la vida no contribuye para que esta sea mejor cada día. Al contrario, vivir de afán nos descentra, nos roba energías y, sobre todo, termina enfermándonos. La sociedad del cansancio constituye un reto parta nuestra salud no sólo física y mental sino también espiritual. En este contexto de vivir de afán, intentando sacar el máximo potencial a nuestro ser y tiranizados por el deseo de producir y alcanzar la felicidad, la contemplación, la meditación, la vida consciente se convierten en un llamado que atender muy importante. En la medida que, aprendamos a tener experiencias auténticas del ser que somos podemos sustraernos a ese afán de alcanzar todo lo que nos proponemos porque el positivismo así nos lo hace creer. Cuando entramos en la dinámica de dar todo de nosotros, de hacer el mejor esfuerzo para alcanzar aquello que proyectamos como expresión máxima de nuestra felicidad, nos dice, Byung, nos sustraemos a la contemplación y al gozo que produce sentir que somos nosotros mismos. El principio de rendimiento nos roba aquello que es fundamental en cada ser humano: el amor a sí mismo. Al respecto, escribe Joan Garriga: “El amor a uno mismo se reconoce por cómo nos presenciamos y estamos honestamente con lo que hay, no como una idea. Algunos que afirman quererse parece que aman la idea de que se quieren, pero no logran ser apreciativos con ciertas zonas de sí mismos, que son empujadas al ostracismo de su subterráneo psíquico y de su inconsciente”. El momento actual y sus circunstancias exigen de nosotros atención plena. Andar distraídos nos puede costar la vida. Fray Marcos escribe: “No puede haber espiritualidad sin verdadera contemplación. No se trata de rezar, sino de fundirse con el Abba. Lo que te cambiará será la conexión con lo Absoluto que hay en ti. El conseguir la conexión puede llevar horas, días o años. El quedar impregnados de Dios, es cuestión de un instante". Mientras más nos creemos la idea de la felicidad basada en la vida positiva más aparece en el horizonte el llamado a la comunión con Dios. Thomas Merton escribe: “Dios nos deja en libertad de ser lo que nos parezca. Podemos ser nosotros mismos o no, según nos plazca. Pero el problema es este: puesto que Dios solo posee el secreto de mi identidad, únicamente él puede hacerme quien soy o, mejor, únicamente Él puede hacerme quien yo querré ser cuando por fin empiece plenamente a ser. Las semillas plantadas en mi libertad en cada momento, por la voluntad de Dios son las semillas de mi propia identidad, mi propia realidad, mi propia felicidad, mi propia santidad”. En la comunión con Dios radica nuestro verdadero potencial. Un mundo de armonías me rodea. Fuera palabras, no turbéis mi paz. Una vida hecha toda de sonidos, un pensamiento universal que puede prescindir de cualquier significado. El universo no habla, nada dice, el viento mueve diáfano la hoja. Paraíso final sólo de música, obra musical poética. Canta el pájaro en lo hondo del corazón. Palabras, fuera. Ahora un mundo de silencios me rodea. Música, solo música, callada música. Siempre música, esto es Dios (Vicente Gaos)Francisco Carmona
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