En una sociedad donde el sujeto se sumerge cotidianamente en el frenesí de muchas actividades, donde el alma está expuesta a la depresión como el escudo que impide perder el contacto consigo mismo, el cultivo de la atención plena resulta un llamado urgente que el alma nos hace. El nerviosismo que produce ir de un lado para otro, la necesidad ingente de ser productivos y dar el máximo rendimiento amenazan el alma con el cansancio, el vacío, la desesperanza y la pérdida del contacto con el centro vital profundo. La atención profunda, dice Byung, pone freno a la hiperactividad mortal de la sociedad actual e impide que la contemplación desaparezca de la vida y, en consecuencia, la deshumanización sea el único camino que nos quede por recorrer. Las lluvias monzónicas habían llegado a la India. Era un día oscuro y llovía torrencialmente. Un discípulo corría para protegerse de la lluvia cuando lo vio su maestro y le increpó: Pero, ¿cómo te atreves a huir de la generosidad del Divino?, ¿por qué osas refugiarte del líquido celestial? Eres un aspirante espiritual y como tal deberías tener muy en cuenta que la lluvia es un precioso obsequio para toda la humanidad. El discípulo no pudo por menos que sentirse profundamente avergonzado. Comenzó a caminar muy lentamente, calándose hasta los huesos, hasta que al final llegó a su casa. Por culpa de la lluvia cogió un persistente resfriado. Transcurrieron los días. Una mañana estaba el discípulo sentado en el porche de su casa leyendo las escrituras. Levantó un momento los ojos y vio a su gurú corriendo tanto como sus piernas se lo permitían, a fin de llegar a algún lugar que lo protegiera de la lluvia. Maestro – le dijo - ¿por qué huyes de las bendiciones divinas? ¿No eres tú ahora el que desprecias el obsequio divino? ¿Acaso no estás huyendo del agua celestial? Y el gurú repuso: ¡Oh, ignorante e insensato! ¿No tienes ojos para ver que lo que no quiero es profanarla con los pies?
El Evangelio de Marcos en el capítulo 6 nos cuenta: “En aquel tiempo, al volver los apóstoles donde estaba Jesús, le contaron todo lo que habían hecho y lo que habían enseñado. Entonces Él, les dijo: Vamos aparte a un lugar tranquilo para descansar un poco. Porque eran tantos los que iban y venían que no les quedaba tiempo ni para comer. Y se fueron solos en una barca a un lugar despoblado. Pero la gente, al verlos partir, adivinó hacia dónde iban. Y salieron por tierra de todos los pueblos, con tanta prisa que llegaron antes que ellos. Al bajar Jesús de la barca, vio todo ese pueblo y sintió compasión de ellos, pues eran como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles largamente”. Escribe Byung: “Por falta de sosiego, nuestra civilización desemboca en una nueva barbarie. En ninguna época se han cotizado más los activos, es decir, los desasosegados. Cuéntese, por tanto, entre las correcciones necesarias que deben hacérsele al carácter de la humanidad el fortalecimiento en amplia medida del elemento contemplativo” Según Byung: “la contemplación es esencial para recuperar una conexión más profunda con nosotros mismos y con el mundo que nos rodea. Al dedicar tiempo a la contemplación, podemos romper con la tiranía de la hiperactividad y encontrar un espacio para la reflexión y la introspección”. Hoy, existe sin lugar a duda, una profunda necesidad de vida interior. Jeff Foster nos dice: “Hay veces que sientes que las cosas han llegado a un límite. Y que ya luchaste demasiado por cambiar algo. Ahora te das cuenta que eso no cambiará. Hoy no, al menos. Y quizás tampoco mañana. Entonces, comienzas a aceptarlo, incluso a amarlo, como es, ahora. Honras su presente existencia. Tu resistencia desaparece. Recuerdas que tu paz interior no depende del cambio o de la ausencia de éste. Tu paz no cambia con las estaciones. Y entonces, misteriosamente, acogido en este amor sin resistencia, sin sentir la presión de un cambio, acunado en la profunda aceptación, eso empieza a cambiar. Y lo honras, también. A veces, la impotencia contiene un gran poder. La mente no está a cargo del cambio”. Un autor, como Teilhard de Chardin, hombre de fe y ciencia, escribe: “Adora y confía. No te inquietes por las dificultades de la vida, por sus altibajos, por sus decepciones, por su porvenir más o menos sombrío. Quiere lo que Dios quiere. Ofrécele en medio de inquietudes y dificultades el sacrificio de tu alma sencilla que, pese a todo, acepta los designios de su providencia. Poco importa que te consideres un frustrado si Dios te considera plenamente realizado, a su gusto. Piérdete confiado ciegamente en ese Dios que te quiere para sí. Y que llegará hasta ti, aunque jamás lo veas. Piensa que estás en sus manos, tanto más fuertemente cogido, cuanto más decaído y triste te encuentres. Vive feliz. Te lo suplico. Vive en paz. Que nada te altere. Que nada sea capaz de quitarte tu paz. Ni la fatiga psíquica. Ni tus fallos morales. Haz que brote, y conserva siempre sobre tu rostro, una dulce sonrisa, reflejo de la que el Señor continuamente te dirige. Y en el fondo de tu alma coloca, antes que nada, como fuente de energía y criterio de verdad, todo aquello que te llene de la paz de Dios. Recuerda: cuanto te deprima e inquiete es falso. Te lo aseguro en el nombre de las leyes de la vida y de las promesas de Dios. Por eso, cuando te sientas apesadumbrado, triste, ¡adora y confía!” No somos mejores que los demás porque hagamos, según nuestro criterio, mucho más que lo que ellos hacen. La grandeza de nuestro ser no se mide por el número de actividades que hacemos a lo largo de la jornada. Lo verdaderamente importante es la entrega del corazón, que seamos capaces de darnos por amor al otro, a nuestra vocación, a la misión a la que fuimos llamados. El mundo no se santifica por el activismo sino por el amor que somos capaces de entregar. A Dios, le interesa mucho más nuestro corazón que nuestras acciones. En el apocalipsis, el Señor dice: “No tengo ningún reproche por todo lo que haces. Es mucho y me agrada. Solo echo en falta una cosa: la ausencia de ese amor primero desde el que actuabas al inicio. Cuando el quehacer esta desligado del amor, de la contemplación, del silencio y de la quietud, se vuelve expresión y camino de esclavitud y huida. Etty Hillesum a través de una de sus frase nos recuerda lo fundamental: “Hay que reconocer que, en cierto momento ya no se puede hacer, sino sólo ser y aceptar”. En medio de la distracción que trae cada día y del afán por sentirnos eficientes, productivos y competitivos conviene preguntarnos: ¿dónde nos encontramos con nosotros mismos? ¿Cómo hacemos para mantener el contacto con la Fuente de la Vida, desde la cual podemos tomar fuerza para transformarnos y hacer del mundo un lugar justo y fraterno? La respuesta es siempre: en la quietud, en el silencio del corazón, en el recogimiento que nos permite sentirnos uno con el Todo. Cuentan que Dom Helder Cámara decía que, la oración era aquel espacio donde volvían a reunirse en uno los fragmentos de su ser. La actividad nos agota. También nos hiere y cansa. En el silencio descansamos, nos curamos, avivamos el fuego que nos mantiene activos y el amor que nos impide claudicar. En la medida que, vamos abandonando la necesidad de llevar el potencial a su máximo nivel y de vivir ilusionados en el exceso de positivismo podemos ir entrando en contacto con nuestro centro divino de una manera diferente. La vida construida sobre falsos fundamentos, cuando arrecian las tormentas, está destinada al vacío, a la desesperanza y a la contemplación de la muerte como la puerta que nos conduce a la anhelada y prometida tierra de la felicidad. Somos dueños de nosotros mismos cuando estamos actuando desde nuestro centro vital profundo; alejados de este centro, somos arrastrados por fuerzas contrarias a la vida y la plenitud. Me siento a contemplar todos los dolores del mundo, y toda la opresión y la vergüenza. Veo en el arroyo a la madre ultrajada por sus hijos, que muere abandonada, extenuada, desesperada; veo a la mujer ultrajada por su marido, veo los efectos de las batallas, de la peste, de la tiranía, veo a los mártires y a los prisioneros, observo el hambre, las humillaciones y degradaciones impuestas por los poderosos a los obreros, a los pobres, a los negros; todas estas cosas, todas las vilezas y agonías sin fin me siento a contemplar, a ver, a oír, y permanezco mudo (Walt Whitman)Francisco Carmona
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